El Cáncer que le produjo la Nicotina de sus besos, se había expandido desde su boca pecadora, inmortalizando sus labios, desquebrajando su lengua, consumiendo su garganta y espinando su divino corazón.
Este cuerpo marchito por el tiempo, por la Comedia en que se convierte luego el amor y por el caos que produce el desconsuelo, pareciera que renace de a poco;
su velo desgarrado por las rocas del rencor majestuosamente retorna al estado natural de pureza y divinidad con que se pensó realizar.
De su espalda, florecen finamente tejidas, las que en su nacimiento fueron sus bellas alas; Y aquella coraza de lágrimas volcánicas a la que se acostumbraron sus ojos, poco a poco se espolvorea en la penumbra de ese día, de sol ausente.
Desapercibida hasta ahora, había pasado una frondosa nube, que lentamente envuelve a este ángel maldito; Nube formada por el humo que expele el cigarrillo que por momentos creyó suyo, pero que en realidad no era de nadie, sino que por caprichos de un ebrio dios, se paseaba por la Tierra de los Adanes Olvidados, de los Caínes Arrepentidos o de los Ángeles Caídos, que se suele llamar.
Mientras la abolladura de la nube se cierra bajo los pies angelicales, el peñasco en donde aquel ser se encuentra, se adorna de una llenísima y adolescente Luna; El inerte aire, empieza a revolverse con una excitación tal, que despierta a todos los muertos, a todos los vivos, a todos los cielos y a todos los infiernos, lo único que el viento no puede vencer es aquella columna vertebral humeante que figura del cigarrillo, aún sostenido en la mano izquierda del ángel.
Aunque este alado hombre camina hacia la vida proveniente de la muerte, asiente con sus ojos que su hora está cerca; Ahora el peñasco se convierte en un abismo eterno, caer es inminente, y mientras aprieta en sus pálidos labios la cintura del esbelto cigarrillo, disfruta la última chupada que le dará; Siente como el tabaco, da como él, un salto al vacío de su garganta, se filtra por entre sus bronquios e hincha mortalmente sus pulmones.
El cuerpo gélido ya no responde a sus despreocupadas órdenes; Pese a que sus alas están más vivas que nunca, no puede alzar vuelo y mientras cae, cae también su azul sangre por entre las aortas hacia el cerebro; Al instante no puede pensar, sólo siente como la fricción deshoja sus alas, como una niña a las margaritas, en busca de un si o un no.
Llega el momento en el que al ángel expira, mientras inicia su eterna pena de seguir cayendo, lo único que hace es exaltar esa bocanada de humo que le dejó la última chupada que le dió a esa mujer; Inexplicablemente el humo arranca bruscamente ese cigarro-hembra de su izquierda mano y, como la alfombra de cuentos de niños, empieza a ascenderla, retornándola a la Tierra de los Adanes Olvidados, en donde , muy seguramente, ella seducirá otros labios, y los descenderá al firmamento terrestre en el que habitan las estrellas, los llevará a conocer el Sol y la inmensidad que encierra la Luna, antes de contagiarlos de ese cáncer hermoso, que finalmente los encomendará a la Muerte.
¿La moraleja?, la moraleja es un cuerpo inerte, que más que satisfecho sangra dulcemente al recordar la rosa inmaculada, la Luna regordeta, y a ese cigarrillo que le arrebató su mortalidad y su inmortalidad, para verlo carbonizarse en el ocaso y perderse en el sabor dejado en sus labios.
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