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Vuelvo cada noche a sentarme frente a vos y te pregunto por qué te mataste Carlitos. Y vos me mirás, con esos ojos redondos y rojos rebalsando de lágrimas y me querés decir algo pero no me lo decís. Mirás la botella, con el dedo acomodás la etiqueta húmeda y quebrada y te servís otro vaso y seguís tomando. Entonces Carlitos pongo mi mano sobre tu mano, pongo mi mano en tu mano y la envuelvo con tu piel, con tus pelos rubios, casi blancos, siento el frío de la cerveza a través del vaso, a través del vidrio que envuelve como a un niño las lágrimas de esa cerveza. Tu cabeza gira, y en la pared veo siete niños tristes, son siete niños de cara redonda, de cara redonda como vos Carlitos. Y tienen lo ojos tristes, los ojos tristes como vos, y en la pupila de sus ojos estás vos Carlitos, estás vos viendo a un señor que toma cerveza sentado solo en una mesa, estás vos llorando y preguntándote por qué ese hombre se está matando. Pero el hombre no te dice nada, no te mira, o te mira y no te quiere ver llorando y entonces se toma otro vaso y vos te haces más chiquito, casi desapareces y te escondés en el fondo de la botella, pero seguís llorando. Mi mano corre ese trozo de pan mordisqueado y patea las miguitas a un lado y te pregunto por qué te mataste Carlitos. Y vos mirás por encima de mi hombro y mirás la lluvia. Mirás la tormenta que nos une esta noche, en secreto. Te servís otro vaso de cerveza. La espuma rebalsa, y bebés despacio, y yo estiro mis ojos hasta posarme en tus labios y me envuelvo en tus labios y soy tus labios y siento el sabor amargo en la boca de siete niños que te miran y se preguntan por qué. Entonces te levantás, de un manotazo despejás la mesa y ponés una mujer y la empezas a besar, a acariciar, te la coges o le haces el amor, y después ponés otra y volvés a hacer lo mismo y ponés otra y otra y otra y mientras te la estás cogiendo me señalas un rincón y veo a una mujer con los ojos tristes que sufre, que te ama, que te odia, que llora y vos lloras Carlitos, lloras, lloras como un niño que ve llorar a su madre y vas hasta la heladera, agarrás otra cerveza y la traés hasta la mesa. Yo te detengo Carlitos, te acerco a la ventana y te señalo a tu vecino que vuelve a casa con su valijita, y vos me mirás y me preguntás con el mentón, y yo abro la valijtita y entre esos archivos de oficina esta él cojiendo o haciendo el amor con una mujer, y abrimos otra carpeta y entre algunos papeles está en la vulva de otra mujer, y revisamos más papeles y hay mas vulvas y más mujeres pero no encontramos en ningún rincón el maletín a tu vecino preguntándose demasiado porque ha cogido o amado en el secreto de esas carpetas, y vos bajas la cabeza y no entendés y yo tampoco Carlitos, a lo mejor porque no hay nada que entender es que no entendemos. Y te señalo a tu vecino, y lo vemos meter la llave en la puerta de su casa, y la llave se traba un poco, unos momentos pero se abre al fin, se abre y tu vecino entra con la valijita, y entra al baño se lava la cara y se mira al espejo y en el espejo mira por sobre su hombro y no hay nadie Carlitos, no hay nadie, no hay hogueras, no hay nubes blancas ni rosas, sólo hay un sin fin de líneas largas que van y vienen, que se retuercen, chocan contra las paredes, contra las ventanas, contra los sueños, se abren caminos por debajo del empapelado, por debajo de los jueces, de las casas con cruces, de los padres perfectos, solo hay líneas intentando llegar a ningún lado por arriba y por debajo del ojo de esa cerradura, y vos te sentás en el piso, te sentás en canasta como cuando eras un niño y te preguntás esas preguntas cuya única respuesta es mover un poco la llave y abrir la puerta, y miras a las líneas que prenden la luz a medianoche, y se hacen preguntas, huelen la medias arrolladas en los zapatos, miran los autos cero kilómetros durmiendo en el garaje y se hacen preguntas y miran a sus hijos con los pantalones gastados llorar y miran a sus hijos con las corbatas brillantes de la escuela privada que también lloran, y subimos a la terraza y vemos a todos los vecinos tan chiquititos, con tanta soledad a cuesta, con tantas preguntas sin responder, con tantos pecados por pagar en sus espaldas, y corren, saltan, se entreveran entre los dedos de ese gigante parado en el medio del barrio, ese gigante con cara solemne y recia y manos grandes y duras, y te señalo al gigante Carlitos, y vos lo mirás, sus pies, sus rodillas, su pene inmaculado, su pecho omnipotente, y mirás su cabeza y vemos como explota, como se deshace, como su cráneo explota arrastrando infiernos y torturas y la muerte y los vecinos vuelven a sus casas y se acuestan y miran por las dudas por la ventana para darse cuenta que el gigante no está, que es solo cuestión de mirarlo fijo a sus ojos para que explote su cabeza en mil pedazos. Te sentás en la mesa, y yo me siento frente a vos, y me preguntás por qué vuelvo cada noche a preguntarte por qué te mataste, y yo miro tus ojos redondos y llenos de lágrimas, y en tus pupilas veo a un hombre que te mira, ese hombre tiene un vaso de cerveza en una mano y en la otra mano una llave. Afuera llueve Carlitos, siempre lloverá, siempre caerán lágrimas en la soledad de alguna noche, siempre, y mientras tu mirada se pierde en la lluvia que cae más allá de la ventana el hombre de tus pupilas introduce la llave en la cerradura, la mueve un poco para destrabarla y abre la puerta.

Se agradecen comentarios para mi amigo Humberto Ego, gracias


Texto agregado el 17-01-2005, y leído por 252 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
12-02-2005 Rosario en una noche llovida y sus fantasmas, el lugar perfecto para que me nazcan letras. martirio
25-01-2005 a mi me gustó mucho, sobre todo el final, un poco de tristeza, me imagino calles humedas con gente que no sabe porque está aqui, sin embargo hay que seguir... Yuridia
 
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