Una de las tuercas de esa rueda que giraba a grandes velocidades propulsada por el motor de ese auto último modelo, estaba enamorada del tuerco que en el extremo opuesto de esa misma rueda, giraba a la misma velocidad suya, pero para su desdicha, su príncipe azul metálico jamás se aproximaba ni siquiera una milésima a ella. Era desalentador para la tuerca que pese a las enormes velocidades a las cuales giraba ese sistema de tuercas y tuercos, jamás existiría entre ellos ni siquiera la más mínima aproximación.
El no sabía que ella estaba completamente enamorada de su cabellera plateada y ciego a sus lejanas miradas y suspiros, cumplía con su cometido inmerso en quizás que tipo de divagaciones.
La tuerca penaba y moría por tan siquiera una simple mirada de reojo, una ligera señal que le hiciera saber que el tuerco sabía de su existencia, pero al parecer, estaban condenados ambos a girar eternamente en ese universo vertiginoso, ella deshaciéndose en mudos requiebros dirigidos a ese galán maravilloso que sólo sabía ser indiferente.
Un día cualquiera sucedió lo imprevisto: la tuerca enamorada sintió de pronto que algo se rompía en su interior, su rostro, entre plateado y blanquecino, se congestionó por un agudo dolor. Luego se sintió un estridente chirrido y el coche paró de golpe por un repentino frenazo. Poco después, un tipo descendió del vehículo echando maldiciones. Se colocó en cuclillas para revisar la avería y se tomó la cabeza con sus dos manos. Más tarde se dedicó a reemplazar a la tuerca aquella que quedó partida en dos abandonada a la vera del camino. Lágrimas de extraña especie resbalaron por los ojos de aquella desdichada cuando vio alejarse raudo el vehículo que, al marcharse, se llevaba parte de su corazón
La rueda gira a velocidad incalculable, la misma que le imprime el poderoso motor del lujoso vehículo. Las tuercas cumplen con su cometido a la perfección pero a decir verdad, una de ellas, o mejor dicho, uno de ellos, un tuerco robusto y de cabellera plateada, se pregunta de vez en cuando, que será de aquella tuerquita coquetona que lo miraba desde esa perpetua lejanía con sus ojitos enamorados…
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