Me ubiqué en un punto donde mis ojos se escondían de la dulce vigilancia de tus cejas pero a la vez entre ellos entablaban una conversación vestida de un nuevo lenguaje escrito en miradas. Te miré sin querer y tus ojos se habían perdido en el vacío. Cerré los míos por un instante, no sabes cuánto deseaba evitarlo pero te miré de reojo y el intercambio fue tan intempestivo que mi cobardía me llamó a desvanecer las pestañas en el fuego del anacronismo que revelabas en mi infantil persecución. Enterré mi vista en la comisura de tus labios y fui subiendo por un extraño caminito que transportaba mi cordura por los campos de tu atormentada piel. Subí gateando con mis párpados y a veces me detenía temeroso de perder el lienzo de tu ingenuidad. Pero subía jugando con el color de mis ojos confundidos en tu envoltura ardiente mientras vos como única pieza digna de mi perdida visión me obligabas a descender y perderme entre los hilos de tu falda roja. Vos allí y yo aún un niño correteando por la tempestad de tus brazos, divirtiéndome en el viaje de tus hombros y en la fragancia que gobernaba por debajo de tu oreja. Pero el juego me agotó y agobiado en el esfuerzo por no mirarte, me entregué a la locura y arrojé esta declaración que proviene del hueco anegado de mis ojos para izar la bandera de esa autopista que se bifurca de mis dedos y recae en tu boca. Como un rayo se pierde en vos y en tu mirada de felpa. Nos cruzamos una vez más y ostentabas una sonrisa tan deliciosa. Intenté devolverte el favor pero tu dura prueba desvanecía poco a poco mis reflejos. Y no sé porqué pero aquí estoy, inmóvil, incapaz de repetir esa charla indómita de nuestros ojos, el humo y mi corazón encantado con el pliegue de tu diversión, que fue la misma que despidieron tus manos cuando te pedí que sonrías al verme y que me mires cuando no te vea para obligarme a abrir la puerta de mi necesidad y atraparte otra vez entre mis pestañas para no olvidar como te olvidé tras ese marco, tras esa silla, tras esa nerviosa respiración.
- Y si permanecés a mi lado, te lo prometo, me odiarás como no has odiado a nadie en esta vida. Pero si me dejás, si por un segundo cruza por tu cabeza la idea de abandonarme y lo haces, te aseguro que me echarás de menos.
Y yo también me reí. Al escucharte comencé a reír sin motivo ni gracia pero tan fuerte que aturdí mis propios oídos. Estábamos tan cerca que volví a oler tu respiración e inmediatamente descubrí lo odiosa que eras. Te odié inmediatamente, sin pensarlo, sin buscar excusas, simplemente te odié por primera vez en esa noche de primeras veces. Caminé sin dejar de mirarte fijo, sin dejar un segundo de distracción hacia tu odiosa forma de ser. Crucé la puerta, caminé tres pasos y ya te estaba echando de menos. |