Pilar era una señora de edad avanzada, de estatura baja y espíritu manso, que vivía sola en su apartamento. Desde que se convirtió en viuda, dedicó su vida al servicio de Dios, y adquirió así un compromiso muy importante que mantuvo hasta el día de su muerte.
Cuando su esposo falleció, Pilar se sintió devastada. Se sentía sola e inútil. El apartamento parecía tan vacío, tan frío; y los días pasaban lentos, tristes y dolorosos.
Fue entonces cuando experimentó su encuentro con la iglesia. Aunque siempre fue una católica de misas dominicales esporádicas y rezos ocasionales, nunca había sentido realmente el llamado que sintió en aquellos momentos difíciles. Comenzó a ir a misa con más frecuencia, y empezó a encontrar un alivio de sus penas en la oración y el contacto con Dios.
Al cabo de un tiempo, visitaba el templo de su comunidad todos los días. Aquella actividad se volvió tan rutinaria como sus oraciones, y Pilar se comprometió a no dejar de hacerlo.
Con este propósito, Pilar decidió crear en el viejo estudio de su esposo, un altar para poder meditar y hablar con Dios de manera más fácil. Compró entonces imágenes, flores, velas y un enorme crucifijo de madera –su artículo favorito-, que abarcaba una pared entera del cuarto, y transformó la pálida habitación en un lugar tranquilo, suave y sosegado; ideal para la meditación.
Un día soleado en la mañana, como era su costumbre, Pilar se dirigió al cuarto y cerró la puerta. Luego se sentó frente a la gran cruz, se arrodilló, cerró los ojos y comenzó a rezar. Mientras lo hacía, sintió un ligero temblor, y asustada, se paró de inmediato. Continuó temblando de manera muy fuerte, y Pilar, asustada, se dirigió a la puerta, pero al tratar de abrirla, se dio cuenta que estaba atrapada. La puerta no abría, y el suelo producía fuertes jalones que sacudían el apartamento. Angustiada, Pilar rezó a Dios: “¡Señor, tengo fe en ti! ¡Sé que me dejarás salir…! ¡Ayúdame, Dios mío…!”. Fue en ese momento cuando oyó un fuerte ruido, y al volverse, vio el inmenso crucifijo de madera, que a fuerza del temblor, se desprendió de la pared. Pilar dio un grito de terror, pero era demasiado tarde. El pesado crucifijo le cayó encima, y el cuerpo de Jesús en la cruz aplastó su cuerpo, contraminándolo bruscamente contra el suelo. Herida y agonizante, y lentamente al ver aquella habitación repleta de imágenes y figuras religiosas, Pilar derramó una lágrima de pesada amargura y coraje y se dejó vencer ante el intenso dolor que su cuerpo sentía, luego murió.
En ese momento, el suelo dejó de temblar.
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