Hablaba ayer con una amiga a través de este sistema de las camaritas y los micros que no son mi fuerte y mientras lo hacía recordaba una tarde de no hace muchos meses atrás y asociaba.
Ojos de cielo, como he rebautizado a la pequeña que mientras hablábamos se enfrentaba a la curiosidad de botones, micros y cámaras del otro lado de la pantalla cruzaba, por este mundo informático con una tranquilidad similar a la que tendría jugando sobre su cuna con una muñeca.
Con idéntica tranquilidad unos meses atrás, sobre la alfombra de un departamento jugaba con caballitos, jinetes y muñequitos entre un vaso de gaseosa otra personita sin enterarse que a su alrededor cinco personas mas altas que ella analizaban un mundo hermoso de amistades en una dimensión diferente.
Dos mundos, un mundo de amigos, donde todo tiene su ubicación y lugar y no es malo que así sea y un mundo de juguete.
En el mundo de juguete, el extraño misterio consiste en ver los sueños que se esconden tras las "tripas de trapo y papel" de una muñeca.
Un mundo de curiosidades pequeñas. De ver todo, lo viejo o nuevo con esa pureza tan especial que tienen aún quienes poseen los ojos en el cielo. Ojos que al estar entre brillo de estrellas poseen esa extraña ingenuidad humedecerse de alegría al ver todo por primera vez.
Ingenuidad, pequeña y amada ingenuidad.
Ingenuidad que no significa tontera.
Ingenuidad que hace a los mas pequeños pasarse un día entero intentando colocar una bolita sobre el vértice de un lapicero, y la mayoría de las veces lo logran saltando y brincando emocionados por el imposible realizado.
Ingenuidad que permite un día poder abrazar una muñeca observada durante semanas y semanas a través de los cristales de una vidriera llena de juguetes.
Y cuando mamá la compra, agitar los brazos de contentos, porque los pequeños no tienen esos raros parámetros de verguenza que lo hacen mostrarse alegres o tristes. Ríen, lloran y hasta hablan con ella en su corazón de trapo y papel ante todo un montón de gente.
A medida que creemos crecer, el espíritu se va haciendo mas complejo.
Tenemos necesidades, tal vez las mismas que de pequeños.
Una mujer, un hombre, una amistad, un amor, correr, pasear, reír, llorar, hablar, sentir, acariciar, abrazar y cuando tenemos esa necesidad y poseemos la suerte de poder cubrirla, algunas veces, para nosotros personajes adultos, la muñeca de la vidriera pierde la mitad de sus encantos.
Algunas veces "obtenido el premio" por el cual tanto corrimos, este pierde la gracia que nos llevó hasta él.
Los adultos ya no tenemos los ojos de cielos para observar en nuestro premio, ese mérito que creíamos adivinarle mientras esperábamos conseguir poseerlo.
Paulita, Arabela, Manuela, Agustín, Mateo y cualquier otro pequeño que posea aún ojos de cielo, van a seguir ayer, hoy, mañana y después de mañana abrazando, riendo, hablando, acariciando, llorando en su mundo de realidades y sueños a un simple muñeco.
Nosotros que ya perdimos la edad de los muñecos y tenemos a nuestro lado gente de carne y hueso, a quienes abrazamos, reímos, lloramos, amamos, hablamos, prometemos, cantamos; cuando caminamos por la calle del amor y la amistad año tras año, día tras día, semana tras semana hasta hacernos viejos...
¿ Continuamos encontrando?...
Un sol que decore cada mañana de distinta manera?
Una flor que crezca nueva entre adoquín y cemento en un espacio de hierba?
La cuarta rama del jacarandà de la esquina de nuestra casa que hoy muestra un brote diferente?
Esa hebra blanca y traviesa que apareció y le da un toque personal y diferente al amor que sentimos por nuestra pareja?
Ser ojos de cielo es poder tener presente todo esto, y mucho mas que no hemos visto aún.
Es aprender nuevamente como cuando pequeños a vagabundear con la mirada sobre una vidriera llena de juguetes para pedir advertir en ella un mundo nuevo pleno de sorpresas.
Es saber hallar un universo del tamaño de un corazón, dentro de este mundo adulto.
Un mundo sencillo pero real, (porque reales somos) que nos deje vivir un poquito de sueños para llevarse definitivamente de nuestra vida de adultos, la tan temida tristeza.
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