Érase una tarde fría y triste de Abril, el gélido de la atmósfera se podía ver claramente por la niebla que cubría las ventanas, los árboles desnudos y tétricos daban un aspecto desolador y arisco, semejante a un cementerio solitario y abandonado. Por aquel tiempo, mi profesión me despojaba del uso de todas mis energías, entre libros y ensayos que debía tener listos y corregidos, para la entrega mensual que me solicitaba la editorial. Mi día comenzaba temprano, tipo 6 de la mañana (siempre me ha gustado madrugar, desde que vivía en el campo), con un desayuno pobre que consistía en una taza de leche, el café no lo soporto, ya que me da asco, y una tostada helada con quesillo, pues mi presupuesto no da para grandes lujos. Después, me tiraba en mi cama a observar por la ventana, tumbado, el despertar de la naturaleza, que por ser una época fría era poco lo que podía observar además de un oscuro espeso y unas ligeras sonatas de aves que me proporcionaba un poco de ánimo para poder trabajar en mi tarea propuesta. Al terminar el “reposo” en el lecho, se viene la difícil tarea de la ducha, digo difícil porque es algo que realmente detesto, pero no puedo dejar de hacerlo ya que he estado sin bañarme por meses y mi olor, incluso para mí, comienza a ser detestable. Antes de ingresar a la tina, prendo la radio y me informo de las noticias, pero son siempre las mismas, asesinatos, que el equipo tal le gano a este, la economía del país creció o decreció, los partidos políticos y sus integrantes crean formulas para guiarnos a un mejor país, cambio de estación en un dos por tres y me pongo a escuchar música, algo que también detesto ya que la música contemporánea representa el consumismo y la ambición de quienes la crean, es decir lo comercial antes de la calidad, pero lo dejo, pues es más agradable y por último me entretiene. Son las 7 AM, termino de secarme y me visto con mi ropa de trabajo, una camisa a cuadros tipo escocesa, una parca policromática, en donde están representados todos los colores del arcoíris, unos pantalones de franela, calcetines de lana y un par de zapatos café.
Realizado el ritual para levantarme, me pongo en marcha hacia mi aposento de trabajo. Atravieso la sala de estar, esquivo los papeles, los diarios arrugados, las botellas de vodka y tequila, esparcidas por el suelo. Antes de comenzar con mí labor, saco una hoja de mi planta inspiradora y la fumo para darme un suave toque de iluminación que me puede ayudar en los momentos que mi conciencia se encuentra ocupada en otros asuntos y no me da la libertad de aplicar mis habilidades cuando lo necesito. Ingreso a mi despacho, el desorden que se ve ahí es indescriptible, libros esparcidos por todo el cuarto, papeles amontonados en sillas, estantes repletos de una gran cantidad de objetos por haber. Esto último porque soy un gran aficionado a la colección de antigüedades, es mi gran pasión.
Ordeno lo que más puedo el escritorio, saco del cajón una pluma roñosa y algo de tinta china que me alcanza justo para terminar mi trabajo de este mes. Mi labor consiste en dar la crítica de un libro de Oscar Wilde, gran escritor inglés. Comienzo la lectura, el trabajo se me hace menos complicado de lo que tenía pensado, es fácil cuando se lee a grandes escritores. La lectura dura cinco horas más. Tomo un respiro y comienzo a escribir. Las horas pasan y cada vez avanzo más en mi trabajo hasta que finalmente termino, extenuado y corrompido por un hambre que no aguanto más.
Antes de salir a dejar el trabajo a la editorial, voy a la cocina y me como un sándwich de tomate y palta (lo único que hay en mi pobre nevera), salgo abrigado, el viento se hace sentir con su helado aliento sobre mi rostro, mientras camino los árboles me reciben con serpentinas color café que arrojan desde sus enormes brazos ayudados por un soplo fuerte que los incita a la alabanza. Este acompañamiento me sigue hasta al paradero de autobuses, en donde espero durante minutos que pase el bus que me llevé hacia la editorial, durante la espera me entretengo mirando las personas que pasan; todas a una gran velocidad arropadas hasta el cuello, incluso, esto me da pie para inventar un juego, una especie de adivinanza que consiste si la persona que pasa es hombre o mujer. Pero a medida que pasa el tiempo pierdo interés por eso, en cambio me dedico a mirar a los animales, puesto que siento más admiración por ellos que los seres humanos, ya que son más impredecibles y además viven de una forma simple y despreocupada. Al frente del paradero, hay un parque, mi distracción ahora son unos perros que juegan entre ellos, deduzco por la forma en que se comportan que entre ellos hay una perra en celo. Estoy en de lo mejor viendo ese acto de pornografía animal, cuando de improviso llega el bus que me sirve para ir a dejar mi trabajo.
El Chofer me recibe roñosamente, sin decirme ni siquiera una buena palabra, pago el boleto y me siento en los asientos de atrás, el viaje se me hace eterno, mientras tanto, al igual que mientras esperaba el bus, hago una observación de mi entorno. Las personas iban viviendo en su propio mundo, una señora delante de mí, daba un juguete a su niño pequeño para que dejara de llorar, otra persona sentada al frente, hablaba por su celular, pareciera con su mujer o su amante. Cada cierto tiempo, se subían comerciantes a vender una cantidad de baratijas desde cepillos de dientes eléctricos hasta café, algo que nunca consumiré por cierto. En cierta parada que el bus realizó se subieron unos artistas callejeros a tocar y cantar canciones populares, el viaje adquirió un poco de encanto en ese momento, ya que todo el bus acompañó con voz en coro las melodías tocadas por ellos, de un vehículo parco y monótono, se transformó en un carnaval. Al final del concierto, aquel conjunto saco un buen dividendo de su actuación en vivo, mientras yo no hallaba la hora de llegar a mi destino. Debieron haber pasado algunos minutos después de esto, cuando yo ya me encontraba abajo del bus, caminando unas cuadras encontrándome con un gran inmueble, que debía tener unos tres pisos, y se encontraba totalmente modernizado, en un barrio que fue uno de los principales centros habitacionales de la colonia. Al ingresar, me encuentro en el hall de la entrada con una estupenda secretaria, rubia, ojos claros, de buen físico, que cuando me dirigió la palabra tan sensualmente hizo revolver todas mis hormonas, lo que provocó que tomara unos segundos un respiro antes de poder contestarle.
La oficina que me corresponde queda en el segundo piso, viendo las dos posibilidades para ascender, una es el ascensor y la otra la escalera, me decido por la segunda puesto que prefiero el ejercicio antes del encierro aglomerado que se produce en los ascensores.
El trayecto por las escaleras es mas corto de lo que pensé, al ingresar al segundo piso veo que en vez de una oficina me encuentro en un gallinero, la gente corre a todos lados, por un costado suena incesantemente un teléfono, por otro unas ejecutivas obesas conversan aparentemente de uno personaje de la farándula nacional y sus líos amorosos. Me dirijo a la oficina de mi jefe para poder marcharme pronto de ese circo, toco la puerta, ingreso hablo dos palabras con mi jefe, una persona de unos cincuenta años, con bigote, que aparentemente en su juventud fue una persona esbelta y esforzada. Le dejo los documentos sobre la mesa y me retiro.
Antes de salir del edificio, me encuentro de nuevo con aquella musa rubia, que me dejo si habla, eso no es raro en mí ya que poseo una timidez que me ha impedido relacionarme seriamente con una mujer. Pero algo me produce aquella mujer, que me hace dejar de lado todas mis trancas por lo que me decido a hablarle. Al principio mi lengua sufre un ataque epiléptico, que impide cualquier palabra fuera de ella. Mientras esto sucedía, su cara angelical y ojos de océano caribeño me miraban tratando de entender que me ocurría.
En eso, mi lengua despierta y le pregunto el nombre. Valeria, me responde. De ahí en adelante fue todo más sencillo, haciendo uso de una personalidad poco usual en mi, comienzo una conversación que se extiende por más de una hora y que termina con su número telefónico y una cita para el fin de semana que viene.
Los Días que antecedieron al tan anhelado fin de semana fueron distintos, todo me parecía diferente, el clima hostil era ahora una primavera quimérica, mi casa desordenada, era un castillo y yo era el rey que espera el momento de encontrarse con su princesa perdida por mucho tiempo. Incluso, el desayuno insípido, era un manjar de sultanes para mi estomago. Nunca, en mucho tiempo me había sentido con esa energía y ánimo para levantarme y hacer las cosas que hago siempre con tanto gusto.
Por fin el día llegó, jamás había estado tan limpio y perfumado, pues nunca uso perfume. Mi ropa era nueva, desde la camisa, la chaqueta, los zapatos, calcetines, era como si me hubieran comprado en una tienda de alta costura.
Nos pusimos de acuerdo con Valeria de encontrarnos en el parque en la tarde, pero era tanta mi ansiedad que llegué de madrugada y me senté, incluso divisé el amanecer junto algunos vagabundos que acostumbran ir allá a dormir. Las horas pasaban como la lluvia que cae del cielo, el momento del encuentro estaba cada vez más cerca, mi corazón parecía un auto que adquiría velocidad. En cualquier momento ella iba aparecer y la vería de nuevo, pero las horas pasaban y no se veía por ningún lado, mi excitación de anterior se había transformado en un martirio, estaba desolado. Pero cuando todas mis esperanzas estaban por el piso, ella apareció, vestía como un cuadro renacentista realizada por el mejor pintor, sus cabellos al caminar acompañaban su cara de esfinge y su abrigo, daba la seguridad a su hermoso cuerpo en contra del frío criminal que la quería invadir. Cruzamos unas palabras, ella se excusó de haber asistido tarde mientras que yo le dije que no importaba eso, tan solo verla era como hacer un acto de confesión delante de un párroco. No pusimos a charlar, hasta que se nos hizo de noche, pero nos propusimos continuar nuestra conversación en su departamento, ya que el mío es un desastre.
El departamento de ella era un cristal limpio y puro, la alfombra, los sofás, las cortinas, era una orquesta del orden y el buen gusto, que encajaba todo en un hermoso marco con ella como centro, lo que incluso me llevó las manos a la cara y a ponerme sollozar disimuladamente de felicidad, al ver que podía ser feliz por fin. Conversamos algunos minutos, pero el hambre se dejo sentir. La ayudé a preparar algo sencillo, en verdad a mi me da lo mismo, unas hamburguesas y para beber unos vasos de ron mezclados con bebida. Terminada la cena, la conversación siguió alegremente hasta altas horas de la madrugada, acompañada con música, no sé de que tipo, y alcohol, que a cada hora que pasaba su efecto se hacia sentir más en ambos. En un momento, nuestra conversación sobre nuestra juventud cesó, el ambiente cada vez se hizo relativamente más ameno y el espacio que nos separaba se estrechó solo a centímetros. Nuestras miradas se cruzaron, sus ojos color océano caribeño y los míos desierto seco y putrefacto, yo le tomé el pelo oro y ella me tocó mi pelo oscuro y opaco, poco a poco nos fuimos acercando hasta que nuestros labios se incrustaron el uno con el otro. Era un beso apasionado y duradero, la sensación que tengo en este momento es de una felicidad inexplicable, mi corazón y mi cuerpo ardían como una braza recién encendida que se le sigue agregando carbón. El beso debió haber durado, no sé cuanto tiempo en verdad, pero creo que fue largo, después de ese momento no sé que fue de mi no tengo recuerdos de cómo llegué a mi casa y como al día siguiente había despertado acostado en mi cama. Hice todos los esfuerzo para ver si conseguía alguna imagen de lo que vino después, y nada. Es como si me hubieran eliminado mis recuerdos posteriores aquel momento, pero no me importaba ese beso era más que suficiente para saber cuan feliz era y no esperaba momento para encontrarme con ella de nuevo y vivir de nuevo ese cuento de hadas que estaba protagonizando.
La llamé apenas desperté, que no fue muy tarde, pero no recibí respuestas, intenté varias veces pero nada seguía sin poder hablar con Valeria.
En momentos de desesperación uno hace cosas que no está acostumbrado hacer, uno se comporta de manera diferente, en mi caso no fue la excepción y tomé la decisión de ir a verla a su casa. Al llegar a su departamento, toqué la puerta pero no había nadie, golpeé varias veces y nada. Entonces bajé y le pregunté al conserje por ella, este me contestó que ella esta mañana había muerto de una enfermedad Terminal.
Al escuchar todo esto se me nubló la vista, despertando, acá, en un hospital. Al acordarme de lo sucedido lloré por varios días, pero al analizar la situación pude comprender que el momento que estuvimos juntos fue hermoso, cada momento que aprovechó conmigo fue algo fantástico, seguramente ella debió haber sentido lo mismo, al pasar sus últimas horas conmigo me deja claro que pasar cada momento la persona que se ama es lo que hace cambiar y disfrutar la vida.
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