Jamás quiso engañar a Marcos, pero nunca se lo preguntó de veras, de modo que cuando Julio se le insinuó por primera vez en la fiesta de cumpleaños de su madre no supo cómo reaccionar y se dejó besar. Luego, una semana después, y a pesar de no haberse terminado de depilar la pierna izquierda, se acostó con él. Ahora venía caminando por el pasillo del instituto de letras y ella no quería encontrárselo.
Salió muy temprano, no quería quedarse en la cama con su esposa. Hace tiempo que Lucía había dejado de ser la adolescente del grupo de danza y música antigua y todo su cuerpo había hecho caso de la lenta cadencia de la música, volviéndose una carga, haciendo de cada día un espeso flan en que no se podía avanzar. Además, por cierto, había perdido su curiosa afición por el flan de caramelo que Lucía le preparaba en los mejores días. "Nada como un flan, ¿no, Julio?", y claro que sí, claro que el flan, nada como éso para atraparlo y odiarla a ella y salir temprano.
Cuando vio por primera vez a su cuñada después de tanto tiempo, el día que la madre de su mujer celebró sus 70 años, sintió un resucitar irresistible de la sangre en sus venas, la pasión religiosa por un cuerpo de mujer, el fuego. Se acercó y, acogiendo la primera excusa que se le ocurrió, le preguntó al oído si podía conseguirle un flan de caramelo. Ella sonrió, mostrando sus dientes blancos y respirándole encima el olor a hierba. Una semana después se acostaron en un motel del centro. Ahora, Julio juraría que la había visto venir por el pasillo del instituto, pero nada. Pensó que realmente le gustaría saber si se habría depilado esa rebelde pierna izquierda. Encendió un cigarrillo.
A una mujer como Lucía no podían escapársele así las cosas. Siempre había sido una artista decidida y este era el momento de demostrarlo en la vida. Es cierto, no había pasado tanto tiempo, pero ella podía saber que estaba enamorada de ese hombre y que no había modo de recomponer todo lo que el tiempo le había arrebatado a su matrimonio. Así las cosas, iría al instituto a buscar a Julio para explicarle todo, para contarle que no podía vivir así, que lo quería mucho, pero que el mundo cambia y alguna patraña désas. "No eres tú, soy yo", había pensado decirle. Sin pensarlo demasiado, tomó el auto y ya llegando al instituto lo vio caminando por un pasillo, por lo que se detuvo en seco y le gritó. "¡¡Julio!!", pero el ya se metía por una puerta como escondiéndose de alguien. No, nada de éso. Lo siguió y corrió sin perder de vista la puerta. A una mujer como Lucía no podían escapársele así las cosas
"¿Por qué me sigues?", le dijo Ana a Julio, cuando este, recién entrando al cuarto de limpieza aún no acostumbraba los ojos a la escasa luz. "Quería saber si te habías depilado la pierna izquierda", balbuceó Julio, con lo primero que se le vino a la cabeza.
"¿Julio?", se escuchó la voz de Lucía desde la puerta, "¿qué haces aquí?".
- Me seguía -el tono irónico de Anita.
- ¡¡No es cierto!!
- No lo niegues
"El instituto de letras es el mejor lugar, el más tranquilo", le había dicho don Marcos cuando Vicente quiso retirarse del servicio de vigilancia de la universidad. Nada le habían dicho de que pudiese encontrarse con tres perturbados en un cuarto de limpieza. Así que apenas los encontró, llamó a don Marcos para que viniera personalmente y presentó su renuncia.
"Vaya mènage a trois", escuchó a sus espaldas, y como no supo lo que quería decir, guardó las palabras entre la lengua y los incisivos para preguntárselas al vecino francés que estaba de novio con la hermana de su mujer.
En el instituto se escuchó un portazo y varias palomas volaron.
Acto seguido, un meteoro pulverizó el planeta Tierra.
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