-Me están esperando. Debo de irme ya, espero comprendas.
-Sí, entiendo. Mami me contó de tu viaje.
-Cuídate mucho, se buena y feliz. Obedece a tu mamá y nunca me olvides.
-No papi, jamás lo haré.
-Quisiera quedarme un rato más pero, no puedo...
-¿Podré vivistarte algún día
-No lo creo mi cielo, estas muy chiquita aun y todo eso es conforme a su tiempo.
-Oye...
-¿Sí mi amor?
-Te quiero mucho y no quiero que te vayas. Te extrañare.
-Yo también mi cielo, creeme que yo también.
Entra el sol por la ventana y se ilumina la habitación, hay juguetes tirados en el suelo y el espejo emite destellos y copia las imágenes, las guarda para sí mismo. Se abre la puerta y su madre entra despertarla como todas las mañanas de domingo.
-¡Pero que fría esta la recamara! Y, ¿qué es todo esto?
-¡Ahummmm! Buenos días mami...
-¿Qué paso Frida? ¿Y este tiradero?
-No sé. ¿Cuál?
-¿Cómo que no sabes? Ve esto...
-No lo sé, igual y fue mi papá. Estuvo aquí conmigo y platicamos un ratito. Se vino a despedir de mí.
-No, Frida... No digas eso, tu papá no pudo haber estado aquí, porque él...
Al momento de tratar de completar la frase, la señora calla. Un escalofrío recorre su cuerpo. Encima de la casa de muñecas estaba el reloj que ella le había regalado para su cumpleaños. Lo habían enterrado con él. Y ahí estaba, colgando del techo de esa casita de muñecas que él hizo, tenía un encantador movimiento hipnótico. |