Supo alguna vez el otario esconder su debilidad en el fondo de una botella. Por algún extraño sortilegio se dio cuenta que ése no era el camino y salió a mostrar su desnudez, asumiendo que era apenas uno más y que su individualidad al fin, no haría la diferencia. Perdió por el camino la maleta de los sueños y sus berretines de bohemio. Con los años entendió el sistema, tanto, que hasta lo aprovechó e hizo fortuna. Ahora le dicen señor...
Presiona algún botón y escucha unos tangos mientras recorre las calles de aquel barrio. Lástima la garúa, que si no, se bajaría del auto para caminar por esos arrabales. En la guantera hay un par de atados, saca un cigarrillo, lo enciende y mira a través del humo. Aquel pelandrún que juntaba puchos en la terminal se asoma nostálgico.
La escuela ya no está, claro, si era vieja. En el potrero de la esquina levantaron un edificio ¿Dónde cuernos irán ahora los pibes a jugar a la pelota?
Sigue carpeteando despacito, baja la ventanilla y estaciona frente a la reja de una casa. ¡Qué grande está el gomero! Es ahora un árbol enorme. ¡Cómo se puso de contenta la vieja cuando lo plantó de chiquito! Fue el regalo en su día. La pobre nunca supo del afano en el jardín de la casita nueva, se creyó eso de que había conseguido un laburo.
Por la vereda de enfrente, compartiendo paraguas y ternura, pasa una pareja de pichones; se detienen en la puerta del zaguán, la joven ingresa después de besarlo y el galancito se aleja, caminando con orgullo.
En el mismo lugar, vivía la vecinita, la del primer beso. Se hacía chico el mundo para caminar con ella de la mano. Con su primer traje se cruzó a buscarla y fueron solos al baile de egresados. Cuando se mudó tan lejos se despidieron en la placita, con lágrimas. Prometieron amarse por correo, después…
Cierra el bacán la ventanilla, parece que la garúa le empaña los anteojos. Enciende el motor y respira hondo. Apaga la radio como para escucharse mejor y, mientras se aleja, repite como tantas veces -No vengo más-
ergo |