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El insoportable sonido de la soledad, que invadía aquel tibio cuarto, se hacía demasiado agudo aquella tarde de jueves en que los cuerpos de Elle y Bo fueron encontrados como prueba de lo que pudo haber sido el triunfo del inexplicable deseo de la muerte. Aquella señora que, sin demostrar expresión alguna, vio los extintos cuerpos, salió de la habitación cerrando la puerta de forma contundente, perturbando de melindrosa forma el sepulcral silencio.

***

Un año de amistad y parecía que se conocieran de toda una vida. Elle y Bo, siempre juntos, compartiendo aficiones, pensamientos y secretos. Elle y Bo, siempre tristes. Elle era una chica melancólica. Bo, un pesimista trascendental. Su unión los sumió en un mundo en el que sólo había espacio para ellos dos y nadie más. Bueno, y para la música, que era su particular excusa.

Los encuentros casi diarios, generaron un tipo de relación demasiado extraña, pero muy especial a la vez. Para algunos, se podría tratar de una amistad producto de los gustos comunes; pero había algo más, algo que lograba ser menos trivial de poder explicar y era ese algo lo que hacía que Elle y Bo se sintieran cada vez más unidos. El mundo se convertía en un extraño ante sus reuniones . El azar los reunió y quizás el azar los separaría, pero no había tiempo para pensar en eso; cada encuentro era tan importante como el anterior y, para Elle y Bo, la vida se iba convirtiendo en todo aquello que pasaba mientras estaban ocupados pensando en su próximo encuentro.

El lugar de reunión favorito era un pequeño bar ubicado en una zona muy central a cada uno de ellos; aquel lugar se iba convirtiendo en un espacio lleno de recuerdos, historias y anécdotas que contar. Sin embargo, un viernes en la noche decidieron no salir y quedarse en la habitación de Bo. A pesar de que llovía, no sentían frío, pues el licor los confortaba. Habían hablado por horas y se dieron cuenta de que la vida llevada por cada uno hasta el momento no los satisfacía, estaban cansados de hacer siempre lo mismo, de tener que soportar a toda esa gente vacía y estúpida. Estas confesiones los hizo reflexionar profundamente, a tal punto que no se dijeron nada más. La música continuaba sonando, el vino se acababa y ellos sólo se miraban.

Después de varios días en los que no habían podido estar juntos, se encontraron en el bar se siempre. Aquella era una noche que para cualquiera no tendría nada de extraño, pero en este caso, era una noche que avizoraba una de las más decisivas reuniones para Elle y Bo.

Cuando Bo entró al lugar y vio a Elle allí sentada, con la luz de una bombilla de 60 watts haciendo brillar sus diáfanos y hermosos ojos, no lograba imaginar lo que dentro de pocos minutos se iba a fraguar. Bo se sentó de manera cuidadosa, mirando al suelo y, como de costumbre, saludó de cordial forma a Elle. Se contaron itinerarios, destinos, actividades y demás cosas hechas por cada uno de ellos durante el transcurso de esos días; era una muy afable forma de empezar el diálogo nocturno. Una vez más, el mundo empezaba a convertirse en la inútil figura en la que se tornaba mientras Elle y Bo se encontraban en sus veladas nocturnas.
Luego de un silencio casi perpetuo, ocasionado por alguna de aquellas preguntas de enmudecida respuesta, Elle dice a Bo que quiere escapar, ir a donde no conozca a nadie y donde nadie le conozca; un lugar de vida simple, de problemas mínimos y de poca socialización. Bo, enmudecido aún, escucha de forma atenta los deseos de su compañera y, luego que Elle ha terminado de esgrimir tales sentencias, dirige su mirada al suelo y pronuncia cuatro palabras que hicieron cambiar su destino: -¡me quiero ir contigo! -.

****

Por cliché que suene, detrás de cada hombre siempre existe una gran mujer y para el caso ésta no era la excepción. Elle se había convertido lentamente en la cómplice de Bo, en la amiga, la compañera, aquella persona que cualquiera quisiera tener a su lado; complicidad que por de más estaba completamente correspondida por Bo.

La mañana de ese día se encontraron Elle y Bo en la entrada del lugar habitual de reunión. Se trataba de una nunca comentada, pero sí por ambos, supuesta y conocida despedida al sitio que fue testigo de tantas cosas, lugar de reunión, secretos, afectos, sentimientos, agradecimientos y aprecios. Estuvieron allí algunos minutos y, luego de manifestar su afecto y cariño con un fuerte abrazo, decidieron seguir su camino como si de un llamado divino se tratara; sin mirar atrás, sin pensar, sin reflexionar en ningún momento la decisión ya tomada; es como si los hilos invisibles del destino hicieran dirigir la lenta pero segura marcha de Elle y Bo.

Y fue así que huyeron de Londres sin despedirse de nadie. Abandonaron a sus familias, a las personas que conocían y a sus trabajos. Les había llevado ocho meses reunir el dinero necesario para viajar al país en el cual empezarían de nuevo. El día anterior, después de terminar de empacar, eligieron los discos y libros que iban a llevarse; y ahora, caminaban hasta la estación del tren. Bo insistió en llevar las maletas de ambos y Elle sabía que era inútil tratar de persuadirlo, pues era muy obstinado cuando algo se le metía en la cabeza. Durante el camino a la estación hablaron de lo mucho que esperaron por ese momento; parecía mentira que dentro de poco estarían muy lejos, inalcanzables casi. Cuando por fin llegaron, Elle compró los tiquetes, mientras Bo esperaba en una banca. Era indescriptible la sensación de tener en sus manos los boletos que le permitirían, junto con su mejor amigo, escapar de su vida.

El viaje transcurrió dentro de un ya habitual silencio, pero cada uno sabía de forma casi inequívoca lo que el otro en ese momento estaba pensando. Luego del largo y agotante viaje llegaron a su destino. Efectivamente, se trataba de un lugar frío y muy poco sociable; en aquel lugar todo pasaba de forma previsible y trivial, la simple lucha por la sobrevivencia dirigía las acciones de los habitantes del lejano sitio. Elle y Bo recorrieron la pequeña ciudad en busca de un lugar para poder alojarse; lo perentorio en ese momento era poder descansar. Alrededor de una hora les tomó encontrar un sitio en el cual podían pasar el resto del día y la noche. Tiempo era lo que sobraba para poder pensar en qué hacer después.

Elle y Bo encontraron un lugar casi que perfecto para vivir, se trataba de un cuarto tomado en alquiler en la casa de una señora que vivía con su sobrino. La habitación que rentaron era pequeña, cálida, tenía un par de camas sencillas y una ventana desde la cual se podía ver la plaza de la ciudad. El precio era muy razonable y el lugar era agradable tanto para Elle como para Bo. La comida era algo por lo que no había que preocuparse, ya que ésta se encontraba incluida dentro de la mensualidad pagada por el cuarto. A los dos les encantó el lugar; siempre optaban por lo más simple y estaban de acuerdo en que habían elegido bien

Lo primero que hicieron fue acomodar sus cosas, lo que no les tomó gran tiempo, pues llevaron lo esencial. Estaban rendidos; sólo querían descansar, relajarse y empezar cuanto antes su nueva vida libre de intromisiones absurdas. Bo dejó a Elle en el cuarto para que se cambiara de ropa; mientras tanto, recorrió el alojamiento buscando un baño para cambiarse también. Cuando regresó, Elle estaba acostada ya y miraba el techo; le preguntó en qué estaba pensando y ella simplemente rió. Bo entendió de inmediato y no pudo evitar reírse. Era obvio, lo habían logrado. Siguieron conversando dos horas más, hasta que se quedaron dormidos.

Los días siguientes recorrieron la ciudad y visitaron todos los sitios que les parecían interesantes. Pasaron por cada bar, librería, parque o cine que encontraban, que por cierto, no eran muchos. Pero nunca conocieron gente nueva; no era importante. A veces, intercambiaban algunas palabras con los habitantes, pero una vez más se comprobaba la poca socialización de los mismos; era gente algo extraña, muy fría, caminaban como si no les importase nada, hacían lo mínimo que tuvieran que hacer para evitar el quisquilloso contacto con los demás. Para Elle y Bo esto no representaba ningún inconveniente, pues era lo que siempre habían querido. Todo era más fácil así; el mundo era uno y ellos eran dos, esto era lo único que importaba. Estaban muy bien, su relación se estrechó aún más, se concentraron en sí mismos y en el otro a la vez. Querían pasarla bien y por eso habían escapado, para no tener ninguna preocupación.

Y así, transcurrieron varias semanas. Había días en que salían muy temprano y llegaban tarde en la noche o, simplemente, días que se quedaban en la casa haciendo compañía a la también extraña señora y a su sobrino. Es curioso, pero Elle y Bo nunca se interesaron por el pasado de aquella señora, quizá porque a ella tampoco nunca le importó el pasado de ellos. También existían aquellos días en que salían la mínima cantidad de tiempo que pudieran de su cuarto; simplemente, se quedaban leyendo algo, en varias ocasiones a dos voces, escuchando música o llevando a cabo alguno de los simples juegos que siempre los habían seducido.

***

Una mañana, mientras desayunaban, la señora les contó que ese día la ciudad estaba de fiesta. Celebraban la llegada del verano con música, licor, teatro y todo tipo de atracciones. Asistiría con su sobrino y esperaba que ellos también fueran a divertirse. No les propuso que salieran los cuatro, porque sabía que les gustaba estar solos.

Para ser tan temprano, había mucha gente en la calle. Se notaba que estas celebraciones no sólo eran muy populares entre las personas, sino que las hacía menos apáticas que de costumbre. Elle y Bo fueron por curiosidad. Comenzaron a recorrer la plaza y a ver los espectáculos callejeros, los puestos de comidas o de ventas. En uno de ellos, exhibían un collar de piedras azules que Bo compró pensando que a Elle le luciría muy bien.

Después de caminar un rato, compraron unas cervezas y se sentaron en un parque que estaba un poco alejado del bullicio general. Hablaron, rieron, bebieron. Sentían que eran felices por primera vez y eso se debía a que estaban juntos viviendo como siempre habían deseado. De repente, Bo recordó el collar y se lo entregó a Elle diciendo que la haría ver más bonita aún. Ella le agradeció a Bo con un largo abrazo y, luego, le dio la espalda devolviéndole el collar para que se lo pusiera. Le gustó sentir las manos de su amigo tocándole el cuello y a él debió gustarle también ese contacto, porque empezó a besarla. Elle se apartó, dándose vuelta de nuevo, y lo miró un poco asustada. Bo estaba igual de nervioso, no sabía que había pasado. No estaban borrachos, ni se habían contagiado de la euforia de la fiesta, pero algo era diferente. Ambos se miraban con otros ojos, ya no era solamente amistad, ahora se veía la atracción, el deseo, el amor. No hicieron nada por evitarlo. Se dejaron llevar por lo que sentían en ese momento. Se besaron, con miedo primero, luego con ganas. Era un beso que, sin saberlo, habían esperado largo tiempo. Comenzaron a acariciarse y entendieron la necesidad que tenía el uno del otro.

Tomados de la mano, caminaron hasta la casa donde se hospedaban. Entraron a la habitación, encendieron la luz y, sin más demora, se desnudaron mutuamente. Luego de recorrer sus cuerpos con la mirada, lo hicieron con las manos. Abrazados, se acostaron e hicieron el amor. Se movían despacio, con cuidado, besándose suavemente, pero a la vez aferrándose con fuerza. Las palabras fueron mínimas y las miradas penetrantes, leves, tristes, melancólicas, se desbordaban como gotas de agua en un vaso de papel. Eran Elle y Bo allí, reunidos, solos como siempre, sin promesas, con el deseo infinito de estar siempre el uno con el otro, con la ya imperiosa necesidad de estar juntos; era algo que superaba de forma mayúscula la amistad que habían tenido durante todo el tiempo que llevaban de conocerse, esto iba más allá y no lo podían negar. Y así, Elle y Bo supieron esa noche que lo único que les faltaba por aceptar era el profundo amor que sentían el uno por el otro; amor capaz de lograr lo impensado, amor capaz de mantener dos cuerpos y dos mentes juntas, amor que no hacía reclamos sino que únicamente otorgaba concesiones. Era este amor el que los juntaba como prueba de lo que siempre quisieron hacer.


Despertaron ya entrada la tarde. Ahora su mente estaba despejada; pasado el momento del instinto, llegaba la hora de la razón. Que estaban enamorados era claro. Se dieron cuenta unas horas atrás, pero había sucedido mucho antes, desde que se vieron por primera vez. Sólo que hasta ahora se enteraban, ya que su amor se había escondido tras la fachada de la amistad. Y esto los confundía, cambiaba todo. No estaba en sus planes enamorarse. Si habían escapado, era para estar juntos, pero tranquilos, como amigos; ahora era imposible que todo continuara igual y ellos no querían que algo no funcionara bien y tuvieran que separarse. Deseaban estar juntos, pero ya no podían hacerlo como antes; preferían morir antes que enfrentarse a una separación. Esa noche de miércoles fue algo difícil de pasar; pensamientos iban y venían, ideas se contemplaban, ideas de desechaban. Después de mucho cavilar tomaron la decisión; planearon de forma un poco burda lo que iban a hacer y después resolvieron irse a dormir.

El pequeño envase que reposaba sobre la mesa de centro que adornaba de forma humilde el lugar aquella tarde de jueves, había sido comprado por Elle esa mañana en un establecimiento no muy aceptable que se encontraba a unas pocas cuadras de la casa donde vivían. La escena era casi cinematográfica: Elle sentada al borde de la cama y Bo en una silla contemplando directamente la mesita de centro. Así empezó a transcurrir todo; Elle se quitó los zapatos y, de una forma muy tímida, se inclinó sobre la siempre agradable cama y Bo, como si se tratase de una ceremonia religiosa, tomó el pequeño frasco y vertió el contenido equitativamente en dos copas de vino que se sostenían sobre una bandeja plateada de grueso calibre; luego, tomó y levantó la bandeja, digiriéndola hacia Elle para que tomará una copa; Bo sostuvo la copa sobrante en su mano derecha y brindaron mientras se acostaba al lado de Elle. Hubo un silencio que palpitó enérgicas ondulaciones durante unos segundos y, de forma contundente, bebieron la recién hecha mezcla de vino y veneno. Se besaron. Bo acarició por última vez el rostro de Elle y le preguntó que si era feliz ahora; ella respondió con una sonrisa. Elle y Bo lograron lo único que siempre habían deseado - escapar de este mundo - , y el amor, el amor fue el camino para ello.

Texto agregado el 14-01-2005, y leído por 86 visitantes. (0 votos)


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