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Inicio / Cuenteros Locales / guvoertodechi / · Iglesia, política y Modernidad: avances y retrocesos (1759-1843)

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Juan Manuel Beruti, que nada tenía que ver con el muchacho que vendía merchandising patrio en vísperas de la Revolución de Mayo, fue un vecino porteño que practicó un hobbie muy interesante, por lo menos para los historiadores. Durante buena parte de su larga existencia escribió un diario donde consignó, de modo minucioso, todos los eventos públicos que ocurrieron en la ciudad de Buenos Aires entre la fundación del Virreinato del Río de la Plata y la batalla de Caseros, setenta y seis años después. Además del puntilloso detallismo dedicado a su tarea de cronista aficionado, don Beruti, hombre ajeno a la política, imprimió a sus relatos una objetividad para nada condicionada por intereses sectoriales o presupuestos ideológicos. Por ello, su obra conserva un valor historiográfico especial, constituyéndose en cantera inagotable de información genuina y de testimonios obtenidos de primera fuente.

Quien desee ahondar, por ejemplo, en la problemática cuestión del rol cumplido por la Iglesia Católica en la aldea rioplatense durante la época del dominio español, podrá hallar en las “Memorias curiosas” de Beruti abundante material al respecto. Es muy interesante, por caso, apreciar en sus páginas cómo la curia porteña regulaba todos y cada uno de los aspectos de la marcha de la vida citadina, determinando de manera taxativa la agenda diaria de rituales a cumplimentar, direccionando los hábitos y comportamientos de la población que se consideraban aceptables, disponiendo normas, interpretaciones y conductas; lo cual se pone de manifiesto, de modo indirecto, en la noticia de apariencia ingenua que transcribimos a continuación:

“El día 19 de diciembre de 1779 sucedió en esta ciudad, que a las cinco y media de la mañana, cayó un rayo en el almacén principal de pólvora, sin que quedase ni un pedazo de ladrillo en la casa. El estallido fue tan grande que hizo temblar todos los edificios aun los más fuertes, llenando las viviendas más remotas de humo y llamaradas de fuego, cuyos efectos se sintieron en 12 leguas de distancia aun en la otra banda del río. Arrancó todo el herraje de las puertas y ventanas, sacando éstas de su lugar, pero gracias a Dios, ninguno murió ni fue lastimado, atribuyéndose tan patente milagro a la Santísima Virgen de la Concepción, al señor San José y a nuestro patrón San Martín de Tours, en cuyo reconocimiento ha jurado la ciudad celebrar una misa solemne todos los años, el mismo día 19 de diciembre.”

Esto significa que, si bien los iconos religiosos conseguían que los siniestros naturales no pasaran a mayores, el clero se ocupaba de capitalizar el “servicio” prestado a la gente en beneficio de consolidar su imponente poder terrenal, obligando a los habitantes de la ciudad a reiterar el reconocimiento en los años sucesivos, rindiendo continuada veneración a los símbolos de la fe y a la institución que éstos representaban. Ignoramos la frecuencia con la que se producía este tipo de accidentes en la Buenos Aires virreinal. Lo cierto es que, de ser elevada, a los pobladores no les quedarían muchos días en los cuales no debieran prestar devoción y pleitesía a algún santo samaritano o virgen salvadora cuya actuación fuera reputada decisiva para controlar emergencias urbanas y otras calamidades indeseables. De hecho, en tiempos de la Colonia era abrumadora la cantidad de días consagrados a las festividades religiosas, lo que sorprendía a los visitantes extranjeros.

Los huracanados vientos de revolución, que soplaron a partir de 1810, contribuyeron a cuestionar la rigurosa disciplina litúrgica que imponía la Iglesia Católica, a la que se identificaba con el régimen ibérico que los patriotas pretendían suplantar. El nuevo clima político y social sirvió para provocar una fuerte prédica anticlerical de parte de sus más connotados protagonistas (Moreno, Castelli, Rodríguez Peña, French, Vieytes, San Martín, Monteagudo, Alvear, etcétera). Sin embargo, este trascendente capítulo de la historia nacional, por herméticas razones, aún permanece en una zona de penumbra.

La caída del régimen colonial cortó abruptamente la nutrida rutina cotidiana de obligaciones religiosas a las que debían someterse los porteños y provincianos, con pocas posibilidades de elusión, en aquella etapa que transcurrió entre el siglo XVII y principios del XIX. Por entonces, predominaba en Buenos Aires un clima institucional, social y cultural de apariencia medieval, similar al que regía en la lejana metrópolis madrileña cuando el imperio español era gobernado por la casa real de los Habsburgo, quienes fueron adalides de la Contrarreforma católica, a la que adhirieron con inusitado fanatismo. Cabe destacar que, en otras ciudades del territorio virreinal (Córdoba, La Rioja y Salta), la injerencia curialesca en la vida cotidiana de la comunidad era más intensa todavía.

La llegada al trono español de Carlos III (1759), monarca Borbón que simpatizaba con las ideas progresistas y racionalistas de la Ilustración y que entabló una relación confrontativa con el Papado, contribuyó a esmerilar la influencia eclesiástica en la América hispánica. A partir del 25 de mayo de 1810 la fractura iniciada entre el poder civil y el religioso se profundizó más aún. Al desdibujarse el espacio institucional de la tradicional corporación, algunos dignatarios de la Iglesia colisionaron con el movimiento revolucionario, mientras que otros, por el contrario, se consustanciaron de inmediato con el ideario independentista. Por su parte, los gobiernos patriotas que sucedieron a la Primera Junta adoptaron como propia la política borbónica de controlar y limitar el poder de la Iglesia Católica, nombrando en forma directa a los obispos y demás funcionarios; forzándolos a difundir, en sus concurridos ámbitos de fe, las proclamas revolucionarias, incluso aquellas que, de un modo u otro, cuestionaban su predominante rol.

Como buena parte de la población de entonces era analfabeta, por lo cual estaba imposibilitada de acceder a los pocos periódicos, gacetillas y panfletos en circulación, el sermón que el sacerdote emitía todos los días desde el púlpito se convertía en el principal medio de comunicación de masas en una época donde emergían nuevas ideas y ocurrían grandes cambios. La vasta red de capillas, conventos, iglesias, reclusorios, templos, colegios y seminarios confesionales existentes a lo largo y a lo ancho de la incipiente república, más el respeto reverencial que todavía inspiraban los hombres de sotana entre el pueblo llano, habría de convertirse en imprescindible herramienta de información, adoctrinamiento y manipulación.

El proyecto rivadaviano de reforma religiosa se orientaba a lograr dicho objetivo, recortando la autonomía financiera y funcional, promoviendo la renovación ideológica del clero y su autonomía respecto de la metrópolis europea. Sin embargo, así como el Vaticano repudió tempranamente a los movimientos patrióticos americanos, la iglesia doméstica asumió actitudes contradictorias con relación a este proceso y, salvo destacables actitudes individuales, retaceó su apoyo a la histórica gesta independentista y a los regímenes reformistas que se implantaron a continuación.

En dirección contraria, 20 años después de la victoria de Ayacucho y de la consiguiente conclusión del dominio hispánico en Sudamérica, Juan Manuel de Rosas pretendió cooptar a las autoridades eclesiásticas de Buenos Aires prometiéndoles “restaurar” su poder corporativo, con la maquiavélica intención de convertir a la Iglesia en la usina ideológica del régimen dictatorial por él encabezado, el cual desbarató buena parte de los progresos alumbrados hasta entonces. Fue así como, durante el período rosista, los porteños volvieron a contraer la obligación de asistir a una frondosa rutina de conmemoraciones y rituales litúrgicos, cargada de eventos diarios a los cuales era difícil sustraerse sin provocar la hostilidad de los funcionarios gobernantes, remedando el tradicional estilo de la era colonial supuestamente superada que había descrito Beruti en sus Memorias. Por eso, para redondear la gragea de nuevo extraemos de sus páginas un párrafo representativo del ambiente de orden y unción religiosa impuesto por el “Restaurador de las Leyes” durante su prolongado mandato:

“El 11 de noviembre de 1843 fue el día de nuestro patrono San Martín. En la Catedral, víspera y día se hizo la función, con la mayor solemnidad y adorno del templo que nunca se ha hecho en los años anteriores, habiendo salido la procesión a la tarde con el santo en andas que anduvo seis cuadras, cuyas andas cargaban cuatro sacerdotes de sobrepelliz, primer año que así se hace...”


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· El menosprecio de los próceres por la moneda sana (1820-30)

A quien crea que el descalabro de la economía argentina es un fenómeno reciente, le aconsejamos mirar los programas y filmes que emite el canal Volver de televisión por cable, de modo de constatar que la crisis es un flagelo con el cual conviven los argentinos desde hace por lo menos cuatro décadas. Pero, además, si está interesado en rastrear los orígenes histórico-culturales del estancamiento nacional, provocado, en buena medida, por la irresponsable administración de los recursos públicos, le recomendamos el párrafo que copiamos a continuación, escrito por el historiador Tulio Halperín Donghi, quien realiza una pormenorizada descripción de las tribulaciones macroeconómicas sufridas por las Provincias ¿Unidas? del Río de la Plata durante la década de 1820:

" (La época) se abre con un conjunto de aventuras monetarias que, siguiendo el ejemplo dado por la Salta de Güemes, buscan imponer como moneda de plata sus toscos discos de ínfima ley: son las pesetas federales de Aráoz, en Tucumán; es la moneda mendocina, tan mala que las que los falsificadores hacen fabricar en Chile la reemplazan con ventaja; es la moneda santiagueña que Ibarra fabrica con los vasos sagrados de las iglesias..."

" En Buenos Aires la penuria monetaria comienza por manifestarse de otro modo: la falta de moneda pequeña, característica del sistema monetario colonial..., se hace sentir cada vez más desde que el estilo mercantil posrevolucionario expande el uso de la moneda: las emisiones de cobre buscan cubrir esa necesidad nueva. Las crisis políticas y militares de la segunda mitad de la década actualizan los problemas derivados de la escasez de metal precioso, que se agrava; para resolverlos (y resolver los del fisco porteño, que gasta también él más que sus ingresos), se recurre a una solución de emergencia que se hará permanente y que -pese a que comienza por ser juzgada escandalosa- termina por enorgullecer a Buenos Aires, con su exitoso desafío a las buenas doctrinas económicas. Es la moneda de Buenos Aires, ese papel de curso forzoso y sin respaldo alguno, cuyo volumen crece a bruscos saltos, según las necesidades fiscales, cuyo valor en metálico decrece en relación con las emisiones pero también con las previsiones sobre el futuro político de la provincia..."

Es decir, que los más respetables prohombres que fueron protagonistas de aquella época fundacional de la Nación -Martín Rodríguez, Rivadavia, Las Heras, Dorrego, López y Planes y Rosas- coincidieron en practicar la más indolente indisciplina con respecto a la administración de las finanzas públicas. ¿Qué podemos reprochar entonces a los políticos actuales, dignos herederos de tan antigua tradición depredadora?


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· Los Granaderos, las telas inglesas y una pasión de multitudes (1813/2003)

Según consigna la crónica periodística, el pasado 3 de febrero de 2003 se celebró, en la localidad santafesina de San Lorenzo, un acto conmemorativo del aniversario del histórico combate en el cual los Granaderos a Caballo de San Martín protagonizaron su bautismo de fuego. El evento incluyó, tal como lo ilustra la fotografía publicada por los diarios La Capital de Rosario y Clarín, una representación colectiva de la memorable carga de caballería que, hace ya 190 años, sorprendió a las huestes españolas invasoras provocando el desordenado desbande que culminó en trágica huida. (Muchos hombres murieron aplastados por sus propios compañeros al precipitarse por la abrupta barranca del río.)

El espectáculo ecuestre incluido en el solemne homenaje efectuado en dicha oportunidad fue realizado, según comentan los diarios, con gran realismo y fidelidad histórica. Cabe señalar, sin embargo, que los organizadores no tuvieron en cuenta un detalle en la indumentaria militar que vestían quienes representaban el escuadrón de granaderos patriotas.

En efecto, cuando realmente se produjo el mencionado enfrentamiento con los incursores ibéricos –es decir, a principios de 1813- la bisoña soldadesca al mando del coronel José de San Martín aún no disponía del uniforme definitivo y, por el contrario, lució en la ocasión prendas provisorias que, entre otras diferencias, tenían el cuello y las mangas de la chaquetilla de tono amarillo chillón. El color rojo, que se convertiría luego en complemento característico del uniforme granadero y con el cual recorrerían victoriosamente medio continente, fue incorporado con posterioridad a este choque bélico, mientras que el atuendo definitivo de los Granaderos, el que llegó hasta nuestros días, sólo conservará algunos pocos vivos dorados (apliques, bordes, filetes y trencillas) ubicados en el morrión, la chaqueta y el pantalón.

Según parece, la tela carmesí cuya utilización había sido prevista cuando se formó el cuerpo sanmartiniano estaba faltando en las tiendas de Buenos Aires y en los siempre desprovistos almacenes del Estado. Mientras se despachaba un urgente pedido a Inglaterra para la compra de paños del tono elegido por el Libertador, hubo que salir con presteza a contrarrestar las avanzadas navales realistas que, provenientes de Montevideo, asolaban las costas del Paraná saqueando las localidades ribereñas y sembrando el temor entre sus pobladores.

Fue así que, en el histórico combate de San Lorenzo, los Granaderos a Caballo lucharon ataviados con un uniforme que combinaba el sobrio azul oscuro con el amarillo estridente. Algunos inefables historiadores lugareños sostienen que fue en dicha oportunidad cuando la casaca azul y oro, de gran arraigo entre los simpatizantes futbolísticos de Rosario, obtuvo su primera e histórica victoria. Pero eso es poco serio.

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GRAGEAS HISTORIOGRÁFICAS

Elaboradas por Gustavo Ernesto Demarchi, contando con el asesoramiento literario de Graciela Ernesta Krapacher, mientras que la tarea investigativa fue desarrollada en base a la siguiente bibliografía:


Acerca de la Iglesia y la Revolución:

· Beruti, Juan Manuel: "Memorias curiosas"; Emecé, Avellaneda, 2001.

· Dellepiane, Antonio: “Rosas”; Oberón, Bs.As., 1950.

· Di Stefano, Roberto: “El púlpito y la plaza”; Siglo XXI, V.Ballester, 2004.

· Lynch, John: “Juan Manuel de Rosas”; Emecé, Bs.As., 1984.

· Moreno, José Luis y otro: "Estructura social de la iglesia porteña"; CEDAL, 1975

Texto agregado el 13-01-2005, y leído por 179 visitantes. (1 voto)


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