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Inicio / Cuenteros Locales / guvoertodechi / · Fatídica mezcla de impaciencia y alcohol desata masacre cuyana (1829)

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Las nerviosas voces de mando de la oficialidad, procurando poner orden en el repentino caos, eran ahogadas por los relinchos de los caballos desbocados, por el ruido ensordecedor de la metralla y por los gritos de dolor de quienes habían sido heridos. Un bombazo fulminante cayó a pocos metros de la tienda de campaña donde, en ese preciso momento, representantes de los dos bandos rivales negociaban un armisticio destinado a evitar un nuevo baño de sangre entre compatriotas.
"¡Tramposos! ¡Miserables! ¡Traidores!" - gritaron al unísono los oficiales unitarios a los perplejos delegados federales, capitán Zuloaga, José y Francisco Aldao, a quienes, el comandante montonero José Félix Aldao, hermano de estos últimos, les había encomendado la misión de presentarse en el campamento enemigo para pactar una tregua.
"¡ Esperen ! No somos traidores; es mi hermano...que de nuevo se puso en pedo" –habría dicho Francisco, tratando de explicar la insólita conducta de atacar sin previo aviso en medio de tratativas de paz. Su desesperada argumentación resultó infructuosa: como réplica recibió un pistoletazo en pleno rostro que le cortó la palabra y el aliento, desplomándose sin vida. Mientras tanto, José y su acompañante, aprovechando la confusión reinante huían despavoridos.
De hecho, la misión pacificadora había fracasado de la peor manera. Ahora, la artillería del ejército agredido respondía el aleve ataque con fuego a granel. El combate se generalizó desatando un pandemonio de disparos a diestra y a siniestra, de jinetes topándose lanza en ristre, de soldados luchando cuerpo a cuerpo y, por cierto, de muertos, de muchos muertos. Las huestes de los Aldao, finalmente se impusieron por superioridad numérica y por bravura, derrotando de modo contundente a un adversario que no pudo superar el desconcierto que produjo el artero ataque sorpresivo. Pocas horas después, la ciudad de Mendoza caía en manos de los vencedores, completándose una etapa más de la prolongada guerra civil argentina.
El coronel José Félix Aldao, cura dominico que una década atrás había colgado los hábitos de capellán para vestir el uniforme militar al servicio del Ejército de Los Andes, inspeccionaba el campo de batalla aún humeante, cuando tropezó con el cadáver de su propio hermano. Enardecido por el hallazgo, soliviantado por el fragor de la lucha y la ebriedad que traía, acometió con su lanza ensangrentada a un grupo de prisioneros que observaban expectantes la macabra escena. Así fue como asesinó a varios soldados unitarios indefensos. Sus hombres, contagiados de furia y de sed de venganza, hicieron lo propio con los demás sobrevivientes de la batalla. El exterminio no concluyó allí; se prolongó durante los días siguientes cuando las montoneras de Aldao, inflamadas de odio y sin control alguno, se dedicaron a liquidar a todo hombre o mujer, niño o anciano, que fuera vecino de Mendoza y potencial enemigo.
Domingo Faustino Sarmiento, a la sazón instalado en la ciudad andina para conspirar contra los federales, salvó la vida de milagro escondiéndose en una chacra del vecindario. A él pertenece la versión acerca de que fue el primer cañonazo intempestivo el que segó la vida de Francisco Aldao, lo cual aumenta la responsabilidad criminal de Félix, su hermano. Esta trágica coincidencia, potenciada por una virulenta borrachera que, según sus biógrafos, acostumbraba a contraer todas las tardes, habría desatado su cólera irracional y homicida. Fue así como fusiló a los oficiales superiores, como luego mutiló y degolló a sargentos y cabos, y finalmente terminó chuceando al resto de la soldadesca vencida y a cuanto infortunado civil que anduviera por el lugar.
Francisco Narciso Laprida, atildado jurisconsulto sanjuanino que había presidido, trece años atrás, nada menos que el histórico Congreso de Tucumán, también fue víctima en dicha oportunidad de la furia demencial de Aldao y su tropa. Nunca se supo que pasó con el protagonista de la Declaración de la Independencia porque jamás se encontró su cuerpo. Es probable, que haya sido atacado por alguna partida durante aquellos días aciagos en los cuales Mendoza se transformó en un matadero y que sus restos hayan ido a parar a alguna fosa común. En su Poema Conjetural, Borges imagina la muerte de Laprida, atrapado sin remedio en la tragedia mendocina. El poeta habla de la guerra civil, de la bárbara intolerancia, del destino violento de los sudamericanos; conjetura sobre el inútil intento de huida del prócer y en la última estrofa le atribuye estos pensamientos finales:
Pisan mis pies la sombra de las lanzas
que me buscan. Las befas de mi muerte,
los jinetes, las crines, los caballos,
se ciernen sobre mí... Ya el primer golpe,
ya el duro hierro que me raja el pecho,
el íntimo cuchillo en la garganta.
El que luego sería brigadier general José Félix Aldao, quien provocó la muerte de su hermano, el sangriento combate y, a continuación, la terrible masacre, nunca volvió a mencionar este episodio, ni mucho menos, a reconocer su responsabilidad en el fallecimiento de Francisco Aldao, fiel lugarteniente, que conocía sus defectos como nadie. Paradójicamente, el otro hermano, José a secas, un año después habría de morir asesinado, junto al gobernador Corvalán, por la tribu del cacique Pincheira, con quien negociaba la paz en la región cuyana.
Por su parte, el ex fraile metido a milico sobrevivió muchos años al hermano inmolado por su culpa. Llegó a ser, incluso, gobernador de Mendoza, la misma provincia a cuya población tanto daño causó durante aquel tremendo e imborrable 22 de septiembre de 1829.
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GRAGEAS HISTORIOGRÁFICAS
Elaboradas por Gustavo Ernesto Demarchi, contando con el asesoramiento literario de Graciela Ernesta Krapacher, mientras que la tarea investigativa fue desarrollada en base a la siguiente bibliografía:

· Borges, Jorge Luis: "Obra poética"; Emecé, Bs.As., 1977

· Correas, Jaime: "Pasión y luchas del fraile Aldao"; en Lafforgue, Punto de Lectura, Avellaneda, 2002

· Halperín Donghi, T.: "De la revolución de independencia a la confederación rosista"; Paidos, Bs.As., 1972

· Juarez, Roberto: "Atentados políticos en la Argentina"; Peña Lillo, Bs.As., 1970

· Massot, Vicente: “Matar y morir”; Emecé, Bs.As., 2003

· Ramos Mejía, J. M.: “Las neurosis de los hombres célebres en la historia argentina”; Cultura Arg., 1915 (Bibl. Clarín).

· Sarmiento, Domingo F.: "Vida de Fray Félix Aldao "; Bs.As., 1961


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Texto agregado el 13-01-2005, y leído por 172 visitantes. (1 voto)


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