De la colección Semana de Romance y Misterio
Yacía en su lecho, pálido y demacrado. Su alma parecía estar a punto de desprenderse de ese cuerpo famélico, los hilos que aún lo ataban a esta existencia comenzaban a desenhebrarse poco a poco, ya sea por una especial conmiseración con ese ser fustigado, o acaso porque simplemente la miserable fecha de vencimiento ya estaba de pie frente al lecho esperando el cumplimiento del tácito contrato.
Tadeo veía borronearse poco a poco a esos seres que lo acompañaron durante toda su existencia. Leticia, su esposa, permanecía en primera fila, asiendo su mano yerta y dibujándose en su rostro una mueca que delataba todo su desconsuelo.
Pronto, las imágenes comenzaron a diluirse y se superpusieron con la de otros seres más etéreos que lo contemplaban con inconfundible alegría. Parecían seres conocidos, acaso sus padres, su hermano Juan y ella…
Abrió sus ojos, de pronto y la claridad invadió la habitación. Apretó con las pocas fuerzas que aún le restaban, esa mano suave y blanca.
-Querida- dijo con una voz sepulcral-, nunca me olvides pero, por favor, no te abandones. Yo estaré bien, te lo aseguro.
La mujer soltó el llanto y un numeroso séquito de lágrimas acompañó su congoja. Al parecer había llegado la hora de la despedida. Se agachó para besar quizás por última vez esa boca mustia y exangüe y cuando la hubo retirado, su esposo ya dormía el sueño eterno.
-Hijito querido ¡Tantos años esperándote!
-¡Padres! ¡Que gran alegría! ¿Cómo supieron que llegaba?
-Siempre estuvimos alerta.
-Y ella ¿Quién es?
- ¿No me digas que ya no te acuerdas de mi? Soy Amparo, tu antigua enamorada ¿En serio que no me recuerdas?
-¡Amparo! ¡Por supuesto que te recuerdo! Nunca te olvidé.
-¿Ah si? ¿Y quien era esa que te besó con tanta pasión?
-Ah, ella. Nada, cosas de vivos. Ahora es otra cosa. Tenemos todo el tiempo del mundo para reanudar lo nuestro.
-Adiós amor- murmuró Leticia.
-Bienvenido amor- suspiró Amparo…
|