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"¡Y tú decías que me querías!", reclamaba ella. Él tenía la mirada clavada al piso, mientras caminaban por el Paseo Ahumada. De vez en cuando encogía los hombros, pero eso sólo agravaba las cosas. Por último, ella lo detuvo en seco, lo abofeteó y le devolvió la cadenita con la mitad de corazón de oro que le había regalado. Dio media vuelta y se fue. Rato después, él estaba sentado junto a otra chica, quien llevaba colgado el mismo corazón de oro roto.
©YCHS, 2004, Chile. Todos los derechos reservados. |
Texto agregado el 13-01-2005, y leído por 280
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Lectores Opinan |
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18-02-2007 |
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jaaaaaaaa, clov |
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25-05-2005 |
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Escribes muy bién, amiga Yamila. titogonzalez23 |
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25-02-2005 |
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ironías... muy bien.... estrellitas... tobegio |
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17-01-2005 |
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Bien escrito, pero demasiado obvio. No hay sorpresa. Saludos. Andres_SM_Perez |
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14-01-2005 |
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claro, y bastante rapido se rehizo el hombre. Normalmente, los machorros primero nos emborrachamos (cosa que soluciona bastante), luego nos quejamos con los amigotes (hasta que llegamos a la conclusion que "todas son iguales, menos mi madre", y ya estamos dispuestitos para correr detras del primer culito respingon o detras de los primeros pechos que nos miren a los ojos. elcorinto |
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13-01-2005 |
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A pesar de llano y trillado (porque eso pasa mucho en la realidad) me gusta porque duele. Cornelius |
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