Filoso el nocturno abismo, rodeada de montañas de piel canela donde vuelan los milanos y los cuervos a la espera del dividendo de los despojos, terca insiste en su contradicción interna la noche de la ciudad.
Los últimos cantos de los almuédanos sellan las puertas de las 99 mezquitas y sus delgados minaretes; cierran los tenderetes del mercado cristiano: verduras, frutas, especies y frutos secos aparcan momentáneamente su olor a África Oriental. Cerca de ellos, mujeres somalíes, ahmaras y oromas de llamativos atuendos engalanan de luz los angostos callejones, grises y ocres, de Harar.
Los escasos farangi* que permanecen en la ciudad, deudores viajeros del primer Richard Burton, recuerdan entregados, entre ingestiones de tala* y chat*, el verso francés de Arthur: “¡Vamos! ¡La marcha, la carga, el desierto, el hastío y la rabia!”.
Culmina un día más la verbena de la vida, las puertas de Shoa, Sanga, Erer, Buda y Fallana impugnan una vez más la entrada de las hienas al recinto urbano.
Apeado prematuramente de la vida, a la boca de la hiena ofrezco hoy el perfil más agreste de mi ser; engullido, sólo congratularé la ferocidad poética de Rimbaud (“l´homme aux semelles de vent”), sólo buscaré la tierna compañía de mi muerte más animal.
Pavel Robert de Comores, a 13/01/05
* en Etiopía, a los extranjeros se les llama farangi, que deriva de français, pues fueron ingenieros franceses, encargados de construir el ferrocarril que une Addis Abeba con Djibouti, los primeros que recalaron en estos lares
* el tala es la bebida alcohólica local
* el chat o qat es la hoja de una planta de propiedad levemente euforizante que se consume masivamente en Etiopía y en otras áreas más o menos cercanas como Djibouti, Yemen, Omán, etc...
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