Notará el lector una sensación extraña al leer estos cuentos. Sentirá que algunos de ellos son de fácil interpretación mientras que otros, sin embargo, se ven como algo parecido a un viaje de ida del cual no se puede retornar porque el camino que nos condujo hacia ese punto y aparte final se ha borrado definitivamente, entonces no queda otra alternativa que rehacer el camino, o construir uno distinto para regresar a nuestro dulce hogar, o tal vez otros prefieran quedarse a vivir en esas tierras nuevas, o simplemente cerrar el libro, expulsar al autor hacia el panteón de los imbéciles y decir que acá no ha pasado nada. En todos los casos el lector habrá de percibir que algo malo le estaba sucediendo al autor a la hora de escribir los cuentos ya que, si bien muchos se interconectan por puentes concretos y de fácil acceso, la gran mayoría se pierde en bifurcaciones metafísicas que llaman a reflexionar acerca de si existe necesidad de mezclar ese cuento con aquel otro que nada tienen que ver entre si.
Verá el lector, o los lectores si es que los cuentos son leídos por una pareja en la cama que aguarda que la otra persona termine de leer para pasar la hoja, o si un nene se lo cuenta a su madre; esbozos de textos de amor palaciegos, de pasiones siempre sufridas, primeras personas del singular, tercera persona omnisciente, primera persona del plural atormentada por la soledad, narradores-personajes que nada saben de lo que está sucediendo a su alrededor, historias donde la vida plena se traduce en fantasías de un sujeto acongojado, de alguien que ha perdido su mente en alteraciones de todo tipo, ensayos y críticas políticas inconclusas, imaginaciones pedestres, sueños que se sueñan dentro de otros sueños como quien sueña dormido, o como quien duerme sin soñar, o como quien sueña con los ojos abiertos porque los pozos en la calle hacen saltar al colectivo, o porque no se quiere quedar dormido en el taxi por miedo a ser paseado y/o robado, o parodias que fracasan en su intento por parodiar la gran parodia de lo que está escrito hasta el momento y lo que falta por venir.
En suma, al lector no le queda otro remedio que soportar a un autor que buscará, de acá en más, saldar debates acerca del país, la Historia, la capacidad cognoscitiva del lenguaje, la enunciación en todos sus planos, o sencillamente un escritor que sólo busca sacarse de encima la carga pesada de una línea argumentativa, un género, una historia, una descripción, unos personajes con o sin psicología (o con la psicología del autor) y arrojarle todo en la cara al lector, que se verá anonadado mientras observa como el autor se va corriendo, o espera cínico una respuesta. Criticando todo aquello que considero criticable, acepto el desafío de confiarle a los escritos la producción de significante, y no el mero consumo ocioso, científico, técnico o mucho menos retórico, y considerar al lector en la aciaga tarea de reescribir los textos. Pero también delego la comprensión de sus muchos significados, no como un relativismo de pocas nueces, sino empujando al intento democrático de ser leído por una multiplicidad de discursos, provenientes a su vez de formas diversas de relato, discursividades, metadiscursividades, metarrelatos, correlatos, metafísicas, metástasis, meta y saque; y por lo tanto invitando al lector a releer constantemente, dejando para más tarde aquello que considera contingente o a lo sumo aceptando aquello de reescribir; sentirse inundado por infinitas voces encerradas en los estrechos límites ontológicos del autor, creyendo que hay fronteras que se pueden ampliar basándose en la idea de un boceto inconcluso el cual el lector se complace en culminar, cerrando por un momento la jaula enunciativa, mientras el autor se queda esperando, cínico, una respuesta. |