(esta es la idea, todavía está en proceso)

No comprendía por qué estaba allí, ni por qué una voz, delicadamente femenina, lo había llamado. Sin embargo seguía caminando por aquel oscuro sendero. Llevaba una lámpara, de esas a gas, en la mano, y un bastón que años atrás le había regalado su abuelo, algo así como una reliquia familiar.
A ratos daba medio giro con la cabeza para ver si alguien lo seguía. Los escalofríos frecuentaban su cuerpo, y una angustia comenzaba a hacerse presente. En cada paso la adrenalina crecía y él la sentía, su corazón no se lo escondía. De pronto tropezó con una piedra y fue a dar al suelo, esa tierra húmeda por una lluvia que hace ya unos días vino a depositar toda su fuerza en los bosques de aquella zona.
El lugar parecía oscurecerse cada vez más y más, al igual que las ganas de saber qué le deparaba el destino. De pronto una luz lo cegó un par de segundos. Una antorcha comenzaba a dar vueltas por el lugar, y el bosque parecía encogerse de ramas hacia donde se encontraba él. Por un minuto sintió que todo lo que ahí se encontraba lo miraban y lo enjuiciaban, y de pronto nada… nuevamente la oscuridad reinaba en su soledad. Su corazón palpitaba tan fuerte que cualquiera lo pudiese haber notado, pero en un intento de amortiguarlo acercó su mano y la apretó fuertemente contra su pecho. La boca se le había secado, y las manos comenzaban a tiritar, y no creo que haya sido precisamente de frío.
Al dar el próximo paso sintió como una pequeña brisa recorría su hombro derecho, cruzando su cabeza y despidiéndose a través del izquierdo. Una leve sensación de no encontrarse solo comenzó a dar signos de inseguridad. Ahora miraba más seguido hacia su dorso y aceleraba el ritmo de sus pasos. Pero su lámpara le jugó una mala pasada, y fue justo en una resbalada que vino a dar al suelo y apagarse lentamente. En sus ojos se podía leer el horror y temor que se había apoderado de su cuerpo. Sus manos temblaban y sus pies se acalambraban en ese frío; su boca formaba muecas de dolor y su vientre sonaba de hambre.
Nuevamente una antorcha comenzaba a circuncidar el lugar, acechándolo sin dejarse ver. Una ráfaga, un silbido, un resplandor, un grito… y nuevamente nada.
¿Se estaba volviendo loco, o alguien jugaba a asustarlo?
En un intento casi osado y desesperado, gritó con toda la fuerza de sus pulmones, hasta convertir ese ruido en un lamento desgarrado que poco a poco se desvanecía en el aire, un auxilio que, casi por intuición, nadie iría de oír.
En un último intento de llegar al fondo de la ruta, tomando el poco y nada de aire que quedaba en sus pulmones, agarró firmemente el bastón, y emprendió una corrida casi maratónica entre medio de esos viejos árboles. Una a una, comenzaron a aparecer centenares de antorchas, mientras otras lo seguían por la espalda y otras se preparaban a cerrarle el camino por delante. Un eco de tambores inundo el lugar con su presencia, otro redoble se acrecentaba en el pecho de aquel hombre, y un zumbido se mezclaba en los rincones. Un grito desesperado, una piedra en el camino, otro resplandor, un golpe sordo… el hombre cayó inconsciente a la tierra del sendero.