Los muertos no son voyeristas
Ayer Salí a recoger rosas como hago todos los días: de madrugada al atardecer. Pero ni ellas se veían tan bien, ni el color del ocaso se veía tan profundo, ni yo jugue como niña en el acontecer de las dos cosas. Me pinché además varias veces con unas espinas y me quede sentada 20 minutos esperando que sangrara, aunque en vez de sangre salieron hormiguitas rojas y malhumoradas a través de las heridas. Muy disgustadas salieron de mí, diciendo que no les había prestado el mejor de los refugios. Entonces sin reflexionar mucho, saque el insecticida y les di muerte sin dar largas al asunto. De pronto me sentí enferma y el corazón latía tan débil como podía, se sentía tan preso de mi pecho que primero se retorcía arrítmicamente esclavo de mi esternón y costillas, luego se sobresalto de modo tal, que no pude hacer mayor esfuerzo para retenerlo, tome un par de tijeras podadoras y las clave en mis huesos para dar p aso a la libertad de mi corazón, pero, a cambio de él salio una gigante mariposa de color café oscura, o quizás negra, cuyas alas reflejaban más bien la evolución o mutación de un murciélago a mariposa, y no la transformación de una oruga a hermosa mariposa. De ese modo, la atrape entre mis pequeñas manos y le empecé a arrancar cada alita, además de sus antenas y patitas, aunque desde luego, de suerte tal que viviera hasta el final, y que su último miembro en función fueran sus ojos para que nunca olvidara mi rostro de ingenuidad y de satisfacción. Pensé que a esta altura del proceso, me encontraba bañada en sudor, sin embargo, al mirar detenidamente la piel del lado interno de los codos en lo brazos, ví como nacían gotitas de miel, ví como el color dorado pululada desde lo más profundo y se desprendía el olor dulce, fue entonces el momento preciso cuando vomite y odie mi piel por tener aspecto de panal y decidí rasparla por completo con una espátula filosa que encontré a la mano. So bre la parte metálica del instrumento quedaban rollitos de piel que al cabo de unos 10 segundos se convertían en gusanos pequeños y blancos de guayaba, y pensé que mi capa corporal era tan dulce como la miel y el bocadillo de guayaba, y repugne tanto esta idea tan empalagosa que volví a vomitar amarga y largamente. Me empezó a doler el bajo vientre como punzadas virulentas y agudas, y pensé que iba a parir, sin embargo, salio de mi sexo una tropa de caballitos de mar inconformes porque necesitaban del agua tranquila del océano en vez de mis patológicos deseos, y al manifestar esto, enseguida empezaron a morir uno por uno, pues con oxígeno no respiraban precisamente y les faltaba el líquido de su medio. Al último y por tanto más resistente, le alcancé a contestar y manifestar la lástima que me daba no haberlos inducido por mis caminos sensuales que desde luego nunca entendieron. Luego de sentirme tan sola quise llorar, esperé fatigadamente los hilos de agua-sal que se deslizaran por mi cara, pero una vez más a cambio de ello, brotaron sanguijuelas secas, tosiendo y asmáticas, me miraban tan asustadas creo, que contrario a lo que yo pensaba, una de ellas se atrevió a preguntarme tímidamente el por qué no tenía glándulas lagrimales, el por qué de lo desértico de mis ojos, el por qué de tanta insensibilidad siquiera física a los mugres grandes que a mis globos oculares ingresaban, ya con la cara arrugada de tanta incomprensión se vió ahogada en esas reflexiones y yo me vi tan aburrida, que sólo tome un tarro, introduje la manada de sanguijuelas y las rocié con ácidos para quitarles esa sed tan infernal que se traían quien sabe desde cuando. Al pensar yo en todas esas preguntas, quise pronunciar palabra o mínimamente escupir, o en calidad de amiga, mandar un besito a los cuerpitos caídos de los animalitos que yacían junto a mí. En este intento no me salio un beso, sino tres escorpiones de los labios que contorneaban la espiga de la cola de un lado al otro. Tan imponentes me miraban, y reconozco que en serio me agradaron, me gustaban y se quedaron agarrados de mi quijada delgada, hicieron un respiro de odio y estiraron el aguijón hacia mi boca. Entendí lo que querían, así que les di más de lo que esperaban y les facilite el trabajo sacando la lengua hacia sus agujetas, las clavaron descaradamente de forma lenta. A los 2 minutos cayeron muertos. Luego de ver tantos muertitos me corrió un pequeño malestar por la cabeza. Era un piojo. Me lo saqué y lo puse suavemente en la palma de la mano bajándola para que se riera de las pobres almas de los difuntos, él mi miro con cara de serio y supe que me leía la mente, dijo: -en caso de que la tengan-. Y nos reímos hasta al cansancio abriendo la boca exageradamente, haciendo infinidad de chistes, cada vez de peor gusto, cada vez con mayores dosis de ironía, reímos como los viejos amigos que fuimos, pues desafortunadamente, cuando él se hallaba en el suelo empecé a dar mis acostumbrados golpes en la tierra con los puños cerrados para acentuar las carcajadas, y en una de esas lo espiche. Cuando me miré la mano estaba esparcido y deformado sobre mi piel acaramelada, dije entonces: -menos mal que tu tampoco tenías alma-.
Y reí otro buen rato hasta que escuché los pasos del patrón. Estaba en la visita matutina a la zona de flores de la que yo estaba encargada. Me puse en pie, nos miramos un momento, él me observo con tanto amor y deseo, que una vez más le dije: -No se contenga. Ámeme. Tengo tanto para darle-.
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