Equidistan del espacio transformando la existencia en innumerables sensaciones, viven o mueren bajo el correr del blanco de una hoja, transgreden el umbral de los silencios en inevitables digresiones, se equivocan, aciertan, flotan en el aire de las cosas, gimen expresando el arrullo de las almas como una fuente inagotable de lamentos, se detienen en elevados trazos de simétricos deseos, lloran, aman, beben el entendimiento de las frases, se ocultan imaginando el acertijo de otras letras en indescifrables pensamientos. Dudan, se preguntan, esbozan hipotéticas razones para fugarse en invisibles páginas, se alimentan, reproducen sus espíritus, hieren, murmuran experiencias de los rostros, amenazan, regocijan, enmudecen para seguir copulando el desenfreno de sus versos.
A veces sus huellas se escabullen por las calles en un pedazo de mi piel buscando almas, mientras siento su ser conjeturando al mundo de los sueños, atrapado en ese tiempo de irrealidad hecho cordura como diminutas criaturas escapando tras los cuentos. Soy esa palabra solitaria de infinitos sentimientos, arrogante, íntegra, profunda, dadivosa, sensible, eterna, melancólica, ardiente, líquida, arrojada a los perfiles de extremas latitudes.
Ana Cecilia.
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