Historia sin Nombres.
No busques nada fuera de ti.
Fuera de ti, nada es de tu patrimonio.
Aun hoy al releer estos escritos y la introducción a modo de preámbulo, escrito por primera vez a los veinte años y siendo soldado, no encuentro una respuesta final
a los hechos que pasare a relatar.
Todo fue como un raro, enigmático y profundo, profundo en lo, si se quiere, alegórico sueño, pero nunca una pesadilla. Lo cierto que desconozco las causa o formas en las que me hallaba en ese lugar, y en el que indefectiblemente iría tratando de develar el misterio del porque muchos iban en fila india, como atraídos por ese otro lugar, a la vez tan cercano y tan lejano.
Sí, todos se dirigían hacia ahí, calmos, lentos, seguros, pero jamás como zombis.
No sé quien logra hacer llegar a mis oídos la historia. Es más, escucho la voz casi pegada a mis orejas, pero no percibo, o no recuerdo, imagen alguna.
No sé tampoco por qué, al recordar los hechos, los relaciono con la pequeña maqueta- ciudad que Jung, iba creando en el pasar de sus días. ¿Quizá por los arquetipos Carl Gustav?.
No, no lo sé.
Como tampoco sé la causa de no probar el pan de ese otro lugar al que fui.
Iba con la que aun hoy es mi esposa. Digo aun mi esposa porque pienso que si sigo relatando historias como esta, tal vez no me soporte tanto y quiera liberarse de alguien,
que para muchos, puede que comience a delirar.
Pero siempre me quedará la atenuante, que ella fue conmigo, y, de los dos, el único que se atrevió a probar el pan de ese lugar tan extraño.
Lo primero que me asombro al llegar al lugar, fue comprobar la enorme barriada abandonada, rodeada en todo su perímetro por una gran alambrada de metal y de tejido romboidales, firmes y gruesa y de una altura inexpugnable.
Luego en lo que oficiaba una barrera de control al transeúnte, con una barrera como las de ferrocarril, soldados vigilando, otros dos oficiaban de escribas. Controlaban documentos, asentaban datos y entregaban un número que cada uno debía colocárselo, ironía de quien controla y siempre exhibirla en el pecho, a la altura del corazón.
¿Tal vez para controlar los sentimientos?
Otros soldados recorrían la valla alambrada.
¿Para qué controlar la entrada, si a nadie le impedían el acceso?
Pero, bueh, siempre son así los que controlan.
Ya antes de traspasar el cercado o barrera, luego de colocarme, bien visible el número asignado y ante la advertencia de:
__Al regresar deberá ocupar el lugar que le corresponde por número. No podrá salir ni antes ni después. Y recuerde, la salida es en horario riguroso.
Al entrar podrá deambular por donde le plazca. Pero antes de salir deberá estar en la vieja y abandonada plaza, quince minutos previos a la hora de cierre. Desde ahí es justo el tiempo que tardara para poder formar la fila de salida.
Antes de relatar el paisaje que se presentaba ante mis ojos comentaré que en los jardines de las casas, algunos hacían un hueco en la tierra con sus manos y dejaban caer unas semillas que luego cubrían con sus pies.
Todo esto, muy disimulado para la vista de los soldados, lejos de ellos en la vigilancia de la cerca perimetral. Accionaban como si se les hubiera caído algo, y, no todos llevaban a cabo este ritual. Los que no lo hacían y se hallaban cerca del que sembraba, canturreaban o silbaban algo, que a mí me pareció a alarma al subir la intensidad de la melodía, cuando un soldado justo estaba mirando para el lugar de ese sembrador.
Eso lo vi y no sé si lo hacían siempre que iban al lugar.
Lo que si sé, una de las pocas cosas que pude contestarme, nunca hacían
ese, para mi misterioso ritual, en las casas cerca de la alambrada.
No cabía dudas, estaban transgrediendo alguna disposición.
Siempre me parecieron los callados transgresores, los más efectivos revolucionarios, que los que gritaban a voz en cuello sus desacuerdos.
O tal vez era una distinta táctica, esta ultima, la cual no comparto.
Yo por lo menos tuve mejores resultados, que cuando me puse en evidencia.
Las manzanas del lugar eran cuadriláteros, iguales unos a otros.
Dando muestras que el lugar, había sido un trazado perfecto, sin dar posibilidades
a construcciones sin ningún orden.
Construcción que fuera abandonada ante de finalizarla o debieron sus pobladores abandonarla por alguna funesta orden o desacuerdos políticos.
Sí. Se notaban en el lugar casas que no fueron terminadas. A otras les faltaban puertas, ventanas, marcos, dinteles, mostrando que la mano de algunos hombres cometiera desmanes imperdonables.
¿Hay cosa más imperdonable que la destrucción de un hogar?
Sea esta física o síquica.
La mayoría de las viviendas, hoy desabitadas mostraban el paso del tiempo. Algunas sin revoque, unas por causa del paso del tiempo, otras sin haberse llegado a revocarlas.
Ladrillos viejos, casa sin techos, calles de tierra, algunas con asfalto o cemento, quebradas, rotas.
Todo era vetusto, descuidado que me producía en la boca un sabor a rancio.
Es más todo, lo que se podía observar era eso, rancio.
Nunca me pareció tan justa la expresión para lo visual.
Todo transpiraba, por los poros de la vieja barriada, lo rancio.
Todo, calles, casas, veredas, todo.
Sin embargo a la vez el lugar me transmitía como cierta paz. Algo que me acercaba como a un lugar más idílico.
Mi esposa me respondió, cuando le pregunte por esto:
__Me parece que vamos al encuentro de algo importante, valioso.
Lo expuesto, no me causa sufrimiento, aun hoy, a pesar de su aspecto me parece como un opuesto, sin ser enemigo.
Y cuando llegamos a ese lugar me asombre y atine a decir:
__¿Y esto? ¿Cómo esta así, o por que causa?
Uno de los transeúntes, respondió a mi comentario hecho en voz alta.
__¿Primera vez en el lugar?
Mientras mis pies al caminar levantaban el seco polvo terroso del suelo, respondí:
__Sí.
__Lo sospeche. Pero, ella,__dijo señalando a mi esposa__ es la que más percibe.
No capte lo que profundamente pretendía el hombre y pregunte
__¿ Qué es ese lugar?
El hombre respondió a mi distracción como quien responde a algo superfluo:
__Es la panadería. Nuestra Panadería.
Las últimas dos palabras sonaron como con mayúsculas.
Como queriendo hacer resaltar que existía un mayor significado que las dos palabras dichas: NUESTRA PANADERÍA.
Entramos, no sin antes detallarles que la dichosa panadería, era una simple casa revocada y pintada a la cal. De techos más bien bajos y de un tamaño y forma rectangular pequeño.
Era, vista desde fuera, una casa, que podría albergar no más de tres personas, teniendo en cuenta que todavía había que quitar el espacio para un pequeño local.
Muy reducido era para el disfrute, de los posibles tres habitantes de la vivienda.
Cuando entre y observe el lugar me quede pasmado.
Un enorme lugar con piso de cemento, cubierto por el limpio polvillo de la harina.
Sí como leen, era una enorme cuadra de panadería. Con techos altos de concreto y unos hornos a leña en la pared del fondo.
Desde donde yo estaba parado, en la parte interior de esa pequeña casucha hasta las tres bocas de los hornos había como una distancia, más o menos de veinte metros.
Esa profundidad, más todo el ancho del terreno que ocupaba podía albergar tres, o más pequeñas casuchas como las que observe antes de entrar.
No dando credulidad a mis ojos, salí despavorido.
Una vez fuera vi la pequeña casita pintada a la cal.
Me asome confundido a los limites de la vivienda, para percibir el edificio de la enorme cuadra con sus hornos.
Nada. Sí como leen. Nada, solo la pequeña casa, que para nada ocupaba todo el ancho del terreno.
Apenas si la mitad del mismo, dejando a los costados una cuarta parte del ancho del terreno, ocupados por algunos pocos yuyos rastreros.
Iba a entrar por segunda vez y lo juro vi un cartel al costado de la puerta, trabajado en madera y en letras doradas se leía:
“Si vuelve a entrar por favor hágalo totalmente descalzo”
Lo juro y lo re jurare toda la vida. En la primera vez que entre, no había ningún cartel.
Dado que mi esposa me hubiera advertido de respetar a pies juntillas las indicaciones.
Ella hacía eso cuando quería desentrañar algo sin ninguna confusión.
Así que me descalcé; yo quería, también, desentrañar ese misterio
Entre nuevamente y percibí que en un costado de la entrada unos estantes muchos pares de zapatos. Reconocí entre ellos los de mi esposa.
Cuando la observe, me sonreía. Yo estaba atónito con mi par de zapatillas en las manos y, debería tener tal cara de tonto, que no-solo ella me sonreía.
Todos dejaban ver sus benévolas sonrisas.
El Hombre comento:
__Vio el cartel. Es uno de los nuestros; y disculpe las sonrisas. No podemos privarnos
sonreír, al ver la sorpresa en un nuevo.
__ ¿Sí, pero, la casa, esta cuadra, el tamaño. Y... ellos, lo permiten?
__No. Los soldados no suelen ver nada que los saque de su rutina.
Mi esposa aun sonriendo me indica con su mano derecha con gesto de invitación, que pasara a observar lo que en la cuadra se exhibía par su comercialización.
Y estoy seguro en un santiamén, o lo que el tiempo duro en el que saliera y volviera a entrar, nadie podría colocar, en su sano juicio, todos esos caballetes y tablones con papeles de envolver, de un tono blanco desacostumbrado, eran más blancos que los que yo conocía abrochados con tachuelas. Si nada que ver con los papeles de estraza blanco o grises de las panaderías comunes.
Las mesadas estaban pobladas de distintos manjares de derivados de panaderías. Bizcochuelos, Roscas trenzadas dulces y saladas. Budines en sus envases de papel rectangulares.
En un sector observe dos grandes bandejas. Una con unas toritas negras de considerable tamaño. Esas hechas con azúcar negra y en la otra berlinesas fritas espolvoreadas con azúcar blanca rellenas con dulce de leche, de membrillo pisado, o crema pastelera.
Sobre ellas un cartel de papel en el que se leía:
“Para degustar. Sin Costo Alguno”
En ese instante recordé mi niñez y las veces que fuera a la panadería de mi barrio y al entrar a la cuadra con mi padre o mi madre a retirar el asado al horno con papas, batatas, cebollas y morrones, que un par de horas antes lleváramos crudos. El panadero a cargo de la cuadra al observar mis ojos abiertos y cargados de ansiedad al ver tantas facturas.
Y él, que ya conociera mis gustos, siempre me ofrecía una tortita negra y una berlinesa.
No pude evitar la tentación y no con cierto rubor, tome una tortita negra, quedándome con ganas de tomar con la otra mano una berlinesa con dulce de leche.
El hombre que antes me hablara un par de veces, que ya para mí, oficiaba de cicerone con todos los nuevos. Me ofrecía una berlinesa rebosante de dulce de leche, agregando:
__Después pude servirse de las otras con membrillo o pastelera. Hay suficiente para todos.
En ese momento una anciana le decía a otra:
__Mira querida, que lindo aspecto tienen estos sacramentos, mientras tomaba lo que para mi era una simple berlinesa con pastelera, justo en lo que estaba pensando para después al engullirme las facturas que tenia en mis manos.
__¡Ja! Y que tienes para contar de estos churros.
Mientras yo miraba como le trincaba sus dientes a una tortita negra.
La primera comento admirada:
__ ¡Que hermoso mantel de tela blanca con estos bordados de espigas de trigo doradas!
Ya para esta altura, yo creía enloquecer y le pregunte a mi esposa que comía al verla
degustar una medialuna crocante de grasa.
__Qué voy a comer, no ves una tortita negra.
O sea, a ver si me hago entender. Ella venia de otra mesa donde también se ofrecía facturas sin cargo.
Siempre igual, torpe de mí. A ella le gustaban las tortitas negras y las segundas eran las medialunas.
En las mesas con los demás manjares un cartel decía:
“Sírvase y en caja pague lo que considere justo, o lo que este a su alcance”
Tome los que más me agradaron unos tres productos y fui a la mesa que oficiaba de caja de pago. Ahí observe un hombre de unos 25 años todo vestido de blanco y enharinado su rostro, cabellos y manos.
Pregunte:
__¿Cuánto debo?
__No sé. Él sabe los precios. Pero, usted pague lo que puede.
En ese instante el que sabía los precios estaba ya cerca de mí.
Era el que más enharinado estaba. A tal punto que no podía distinguir bien su rostro, ni el color de los cabellos.
__Perdón__me dijo, mientras agitaba sus cabellos, previo haberse quitado el birrete, dejando al sacudirse una cabellera pelirroja.
Una de las ancianas que antes viera comento:
__Sacudiendo su cabellera. Los nuevos siempre, igual no distinguen bien.
Y dirigiéndose a mí, con un tono de amistoso reproche dijo:
No se dio cuenta que sus cabellos son de color...
Y hasta el día de hoy bloqueo en mi mente el color que la anciana dijera.
Aun más, ya antes que lo expresara, seguro de que no era el que yo veía.
El hombre de para mí, sí de cabellera rojiza, me dio los valores de los productos que yo
tomara y agrego.
_Abona lo que puedas, de acuerdo a tus posibilidades.
Yo no pido mas esfuerzos que los que puedan
Yo saque unos siete pesos y se los entregue al joven.
Él, para mi encargado o dueño de panadería me pregunta:
--¿Es lo que realmente puedes?
__Sí__ respondí, sabiendo que en el calculo y posibilidades podría por lo menos haber abonado unos 2 o 3 pesos más.
Tomo una bandeja donde se podía observar rodajas de un pan oloroso que dejaba salir un humeante vapor a recién hecho.
__Sírvete. ¿Lo deseas?
No pude hablar. Negué con mi cabeza.
Yo acababa de robarle unas míseras monedas y él, me ofrecía su pan.
__ Sientes rubor a servirte mi pan y no por otras cosas.
Yo solo pensé:
Sí, siempre es así, el hombre siente vergüenza en aceptar una dadiva o ayuda y no escatima en apropiarse indebidamente de cosas superfluas.
Me tomo del hombro y me comento, o quizás, me ordeno con una dulzura o bondad nunca antes escuchada:
__Ven quiero caminar un poco contigo.
Observe donde estaba mi esposa, me sonreía con asentimiento, mientras llevaba un trozo de pan que yo ya intuía cual era, y quien se lo ofreciera.
__Ve, ya estuve hablando con ella. Dale un beso y retorna.
Bese a mi esposa, le deje los paquetes, que me quemaban las manos de vergüenza. Ella comentó:
__¡Uff! Calentitos. Recién sacados del horno.
A esta altura, yo ya no comentaba nada. Sabía que los productos que eligiera antes de envolverlos estaban fríos. Pero estaba visto que en ese extraño lugar, todo era según nuestro gusto y parecer.
Volví sobre mis pasos, pensando si ese lugar era el cielo o el infierno.
__Ninguna de las dos cosas. Esas son solo especulaciones de los hombres.
Respondió a mi segundo pensamiento, el que ya me parecía que fuera, Dios o el diablo.
__El que tu quieras. Ambos hacen pensar al hombre. Pero, ven quiero mostrarte el lugar.
Entramos a unos enormes galpones donde se apilaban gran cantidad de bolsas de harina.
En un deposito interno en el mismo sector de paredes con ventanales de vidrio se podía observar apilados unos sobre otros, tarros de unos diez litros de volumen. Todos con una franja azul impreso en la parte superior de toda la etiqueta que rodea el envase.
__ ¿Te agrada el lugar. Que tal sientes el suelo bajo tus pies?
Recordé que estaba descalzo y en ningún momento me pareció haber pisado suelo de cemento. Y solo observe en el suelo solo las marca de mis pies.
Al observar una considerable capa de harina como piso quede admirado.
Nadie podría evitar el dejar sus huellas
Observe muchos granos de trigo en el suelo de harina.
__Eso__ comento él__ Se soluciona enseguida:
Batió palmas, mientras avisaba.
__¡Bueno, niñas hora de merendar.
Desde los techos bajaron infinidad de palomas que antes no viera.
__Son mis moledoras de trigo hasta ser harina. Justo es que se les escapen algunos granos y que sean su merienda.
Un palomo Buchón cercano a él, le picoteaba algunos granos entre los dedos de los pies.
__¡Hola sinvergüenzón! Te noto más gordito. Has dejado caer más granos de los que te corresponden. Ve a dar unas tres vueltas al deposito así no crías grasas.
El palomo dejo escuchar su característico sonido para llamar la atención del ser que ama y se restregaba en la pierna de su amo.
__Ve. Ve, amigo.
Y ya comencé a observar, no con tanta sorpresa lo que acontecía en el lugar.
Yo comente:
__ ¿No hay ratas en el lugar?
__Sí. Pero estas no contaminan nada, eso sí, son las más golosas. Así que sin quebrar lo ecológico...
Batió palmas otra vez y dijo:
__Bueno Muchachos es vuestro turno.
Bandadas de pájaros parecidos a cornejas, grajos o cuervos; pues había diferencias entre ellos, como en las palabras, para distinguir distintos tipos, aunque de la misma familia. Solo asustaron a las ratas, ellas todas blancas que salieron fuera del deposito.
__Recuerden __les advirtió el panadero__ Mañana al volver, bien limpias sino los grajos no las dejaran entrar. Bien a retozar por el campo.
Y ahora__me dijo mirándome a los ojos, desde los suyos, yo notaba emanar una mirada franca, justa y sabrosa como pan recién salido del horno__ Hablemos un poco de ti.
Y hable, y hable. De mí, de la vida, de las injusticias. De viejos dolores, viejas alegrías.
Él, solo escuchaba y con tal arrobamiento, como una madre observa a su bebe recién
parido.
Cuando habló, fue escueto, y con una ternura que jamás había observado.
__Reconcíliate con tu pasado y será reconciliarte contigo.
Nuestro peor adversario, es uno mismo.
__Yo... __atine a decir, pero él levanto una de sus manos como indicándome tener calma.
__ Y aunque afuera, todo sea como el barrio que observaste antes de entrar, veras que podrás embellecerlo un poco. Y para ello tienes todo tu futuro.
Se puso de pie, con su mano derecha tomo mi codo izquierdo, presionando con cariño, para que me levantara.
Luego abrió sus brazos, y solo dijo:
__¿Podemos?
Cuando me abrazo sentí un calor indescriptible.
Cálido, y a la vez, no.
Fuerte, y a la vez, no.
Conteniendo, y a la vez, no.
Y yo me sentía libre. Libre. LIBRE.
__ Cuando salimos, observe todo. Y todo me parecía más benigno.
Y el que para mí oficiaba de guía, a quien llamare, en esta historia sin nombres, Pero,
no debo influenciar en nadie. No sea que al hacerlo confunda las cosas.
Vaya a saber por qué especulación mental, quise hacerlo.
Me pregunto:
__¿Qué opinas de los que vigilan?
__Son de fuera, no de aquí.
__Sí, pero no me refiero a eso.
No supe que responder, el agregó:
__Solo son los que no pueden estar un poco en su interior. Y desean que los demás tampoco lo hagan. Pero ya ves no pueden evitarlo y nos dejan hacerlo, con cierto control, creyendo que con ello logran algo.
Cuando observe a los que vigilaban, me asombre de verlos a todos armados hasta los dientes. Pero vestían uniformes de distintas profesiones.
__Realidad y símbolo__comento mi guía.
Cuando mire al hombre, me pregunte mentalmente:
__¿Sus cabellos no eran de color rubio, por qué ahora me parecen castaños?
En algunas casas en los jardines me pareció observar unos brotes que fueran de trigo. Salimos del lugar.
Yo tomaba con una calidez mayor a mi esposa. Una calidez, ¿cómo decir?
Más crecida. Ella me llevaba de la cintura.
Sí, me llevaba. Me conducía con mayor ternura.
Hoy, después de algún tiempo me entere...
El barrio comenzó a poblarse.
Primero con panaderos. Luego llegaron de todas las profesiones.
En todos los jardines hay espigas de dorado trigo.
Todos han remozado el barrio.
Las casa son celestes y blancas, de puertas y ventanales dorados.
Me comentaron también, que el barrio ha crecido en su cantidad de viviendas y que las alambradas han desaparecido... y muchos de los que vigilaban ahora lo habitan.
Hoy estoy seguro que he de volver a ese lugar. Pero, aún debo hacer algunas cosas por este sitio que habito. Sé que cuando sienta que tenga que despedirme de todo lo que me rodea y de los míos, le haré una visita a ese panadero amigo.
¿Qué quién es él?
Solo sé, es alguien que hace que piense y tenga sentimientos loables.
¿Qué si por hacer cosas por estos lados, quizá no me reste tiempo par poder visitarlo?
No me preocupa. Quizás el barrio crezca tanto, que me alcance él sin que yo me de
cuenta.
Olvidaba algo, que ustedes también olvidaron.
AUN NO HE PROBADO SU PAN.
Y cuando eso suceda...
FIN
27 de Febrero de 2003
|