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Inicio / Cuenteros Locales / tierras_medias / Libro para no ser leído en un viaje

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Salimos temprano y algo apurados. No le pregunté si deseaba acompañarme y él tampoco preguntó hacia adónde íbamos. De todos modos ni yo mismo lo sabía. Sólo lo agarré y abordamos el primer bus que se nos cruzó.
Sobre el bus encontramos a Claudio Parra, sentado muy al final, cerca del baño. De inmediato me pregunté cómo podría soportar ese hedor permanente por más de un minuto. Claudio Parra es uno de los músicos con mayor trayectoria en el país y en el extranjero junto a su banda de Folckrock Los Jaivas, aunque su antiguo nombre High Bass les trajera más de un problema entre los fanáticos nacionalistas. Conversamos largo rato sobre los proyectos personales: Claudio me comentó que se dirigía a la radio Valentín Letelier a promocionar su última producción remasterizada de “Alturas de Macchu Picchu”, en Valparaíso. Sólo en ese momento supe hacia dónde íbamos. Mi compañero, sin embargo, no pareció escuchar la noticia o no creyó importante enterarse de algo así a esas alturas, y permanecía callado junto a mi y a Claudio escuchando lo que hablábamos. En su rostro había, puedo decirlo con cierta seguridad, algo de alegría contenida, una expectación que hacía brillar sus ojos y marcar aún más sus espesas cejas.
Yo comentaba algo a Claudio sobre mi libro recientemente publicado, de lo complicado que me había resultado hasta ése momento entrar al circuito literario, tan eclíptico y refinado. No podía quejarme de las ventas o de la críticas, pues ambas me favorecían bastante. Claudio me enseñó su CD y al instante me sentí impulsado a ofrecerle de regalo un ejemplar de mi trabajo literario. Tal vez él me ayude a establecer más y mejores contactos, pensé. Claudio lo aceptó gustoso y en unos minutos se despidió y bajó en alguna calle del puerto.
“Otra vez solos”, le dije a mi compañero con una risita absurda. Él me miraba, siempre silencioso. Lo notaba, más que otras veces, etéreo, irreal, casi tácito, como si su mente no estuviera ya sometida a la dureza de lo que nos rodeaba diariamente. Eso era lo que buscaba yo, por eso decidí dejar todo botado, partir como un loco sin destino a conversar con él. Ya me había ayudado a soportar alguna mala racha, y esta vez esperaba que hiciera lo mismo. Lo miré un momento y él comenzó a soltar ideas al azar, sobre los imprevistos, los paréntesis vitales, como una burbuja de oxígeno en el fondo del mar, decía, único recurso capaz de salvar la vida a un ahogado. Entendí algo sobre la necesidad de encontrar lo trascendente en lo cotidiano, de la literatura como un juego y del crecimiento eterno. Sus palabras me parecieron un desafío, casi una amenaza. Me inquieté y él, al notarlo, se silenció. De todos modos parecía haber dicho todo lo que quería y provocado el efecto que buscaba.
Llegamos pronto a destino y caminamos por la costa hasta Caleta Abarca. Algo cansados y hambrientos decidimos bajar a la playa y descansar los pies en el mar. Él se veía más contento que nunca, me sonreía, me invitaba con gestos a jugar como él, como un niño, en la arena tibia de las siete y treinta, con la que construía castillos que las olas nos lograban derribar. Yo, sentado bajo la sombra, me sentía viejo y aburrido, reducido a cenizas, ínfimo frente a su audacia y vivacidad.
Decidí que debíamos continuar. Llegamos al Casino y él me dejó solo, seguramente para ir a apostar o para coquetear con alguna chica del personal. Me quedé sentado frente al Marga-marga, sin reflejo. Al rato salió él, acompañado de una mujer que parecía gitana, que le pedía dinero, un cigarrillo de los que él siempre fumaba y la mano para leerle la suerte. Él le entregó todo lo que le pidieron y se reía mientras la mujer deslizaba sus dedos por la enorme palma de la mano, como si sintiera cosquillas o supiera de antemano lo que le vaticinaban. Después que él le pagase con una monedas y un beso en la frente, la gitana se me acercó y me pidió la mano. No te cobro, me dijo. La miré y la envié al demonio. Ella lanzó una arcana maldición y se alejó hacia la playa. Él se acercó también y me imprecó por mi conducta. No sabes disfrutar, aseguró poniendo su índice frente a su cara terrosa. Se había marchado su sonrisa. Lees más de los que vives, sentenció. La frase me pareció familiar. ¿Crees que me es fácil? No soy como tú. Yo necesito escapar de esta prisión de barrotes más duros que el acero. Tú... tú puedes hacer de un cerdo una doncella, de una blasfemia una canción. Yo no. Debo buscar algo, una llave, una puerta al menos, para dejar de escuchar los gritos de todos, de todo.
Si quieres que te ahorre esfuerzos, es imposible, terminó diciéndome para sepultarme. Desde entonces decidí no leer más a Cortázar.

Texto agregado el 11-01-2005, y leído por 296 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
09-04-2006 es tan genial arikelilla
30-08-2005 ¡No! Sigue leyéndolo... Felicitaciones, está muy bien llevada la historia ***** duckfeet
01-04-2005 Cálido, profundo y cotidiano tu relato..., disfruté tu recorrido y tu busqueda. Un placer leerte. Mis afectos. CalideJacobacci
11-02-2005 no sé aún si viaje Nocturna
11-02-2005 (y... tal vez en un "viaje") Un gusto! Nocturna
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