La eternidad besa mis manos en un lento caminar, sopla el temblor bajo indivisos vientos de noches sedientas como un oleaje que se aproxima hacia mis costas. Me adormezco, vuelvo a renacer en el salitre de los puertos atada el vuelo de los pájaros, en esos pequeños sorbos que enaltecen las figuras, me esfumo, resucito anclada a la inocencia de los barcos, perpendicular al horizonte, fugada con el resplandor de tu mirada, en ese influjo agazapado entre los labios. Estoy aquí blanca de espuma, tibia, amaneciente, rodeada de más barcas, hechizada en esas profundas lunas de la espera, amante, extendida junto a la arena de tu vientre, coraza, océano furioso, tempestad abrazada al mundo de mis pechos bajo el equinoccio de los tiempos. Como un llanto el crepúsculo declina sus colores en ese sabor de los lamentos, para perderse temeroso en la jungla de mis fauces, entonces aguardo el correr de los segundos, expectante hacia ese nuevo encuentro.
Ana Cecilia.
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