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Volver a la Infancia

El central azul ya se aleja dejando tras de sí, los edificios ya viejos y roídos por el tiempo del barrio donde crecí. Doce años de mi vida encierran esos muros grises. Doce años de leyendas y fantasías infantiles guardan celosos, resistiendo firmes el avance de la nueva Era, sobreviviendo a las generaciones.
El central azul me arrastra. Me voy con él. Ya no pertenezco a este universo de colores; mis colores son diferentes. Ya no soy parte de esta historia; La mía, hoy, en otras páginas se cuenta. Sin embargo la nostalgia me envuelve como aquella vez hace ocho años, en que me arrancó de igual manera, lo recuerdo bien, cuando aún el central era El Cincuenta, para llevarme a tierras extrañas.
Hoy he vuelto por primera vez a ese mundo que antes fuera también el mío, por una charla, por un asunto que requería mi presencia. No tuve elección, pues era importante. Y regresé con los ojos vendados para no desviar la atención hacia un pasado en cuya existencia hasta ayer no creía.
Y sucedió, creo contra mi voluntad, que apenas puse un pie sobre las calles de mi infancia, se me abrió el corazón y contemplé el retrato amarillento de ausencia y olvido. De nada me sirvieron las manos con que cubría desesperado mis ojos; Mi corazón lo veía todo. Y en el retrato amarillo que tanto había despreciado me reconocí cuando niño, por las noches en la plaza, bajo la luz de la luna llena, dibujando objetos en las nubes. Me reconocí jugando en la siesta, tejiendo ilusiones entre las ramas de un algarrobo. Me vi escarbando sueños entre los escombros y las ruinas de la añorada Casita Blanca. Me vi allá, a lo lejos, coronando la cima de la montañita, ese montículo de tierra que hacía las veces de tribuna en una cancha de once, y me reí casi burlándome de ese niño que fui yo, por haber creído alguna vez, que era la más alta del mundo. Me estremecí después al percibir un silbido. La llamada de advertencia. No ir más allá del límite. Y corrí, corrí a través del tiempo…
Llegué muy agitado a la puerta de casa, y entonces me di cuenta de que ya no contemplaba tan sólo un retrato, sino una parte importante de mi propia vida.
Contemplé sin miedo el pasado, y tuve el mejor de los consuelos, porque entre tanta perdición y hedor de corrupción, respiraban aún mis pulmones, un delicioso perfume de rosas. Y suspiré profundamente aliviado porque entre tanto de lo malo, lo bueno era mucho mejor.
Lo mejor son mis amigos de siempre, que defendieron mi memoria y no le permitieron al viento borrar las huellas de los pasos que caminé junto a ellos.
En cambio yo, no quise luchar contra la tristeza y me convertí en un ser triste que pretendió el olvido para empezar una nueva existencia.
Ya me voy, vuelvo a las páginas de mi cuento. Vuelvo a mi música, a mi gente, pero me llevo ese retrato que ostenta los más bellos colores, los de mi niñez, guardado en el corazón para mirar en él cuantas veces quiera, mi rostro infantil (Porque tuve uno) y el de mis amigos.
Adiós, me despido y no para siempre, pues ni la eternidad ni la mayor distancia que se pueda imaginar, alcanzarían para separarnos, porque somos todos uno y lo mismo hasta el fin de los tiempos

Texto agregado el 10-01-2005, y leído por 102 visitantes. (0 votos)


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