"El pequeño Juan Grillo caminaba a paso ligero por el campo, cuando lo sorprendieron las sombras. Un poco atemorizado, buscó con la mirada un sitio abrigado donde pasar la noche, y vio, no lejos del lugar donde estaba"......
Así comienza la historia que nos leyeron de chicos.
Y ahora algo mas crecidos la historia continúa así:
Me detuve lo mas cerca que pude de la música, haciendo que leía un cartel sobre la pared que decía:
"Antes de subir en el viaje de ida, asegúrate de llevar en tu maleta:"...........
La sala de espera era grande, con bancos de madera viejos de color verde, al escucharlo sobre el rincón creí que un ambiente mas adecuado sería cualquier esquina de la ciudad o el abandonado anfiteatro de la plaza pero no la sala desierta de la estación vieja.
Lo detuvo de repente la vibración del paso fugaz del rápido del Oeste.
Cuando tras los rieles el run run se fue perdiendo la melodía comenzó de nuevo.
Imaginé su infancia, cargando el violín por las calles de pueblo.
El conservatorio y la inicial de aprobado sobre el papel, cuando trimestre tras trimestre los profesores desde la gran ciudad, llegaban a examinar a los alumnos del pueblo.
La llegada agitado a casa donde la sonrisa del futuro artista dibujaba música sobre labios ansiosos de los padres que esperaban.
Pero la imaginación acabó cuando el tren hacia el centro se llevó mis unidades de medida y pensamiento.
Subí al tren a cumplir con mis obligaciones de adulto y el pequeño Juan Grillo quedó allí absorto, escondido bajo un rincón de un banco viejo de estación de pueblo, con su melodía de acordes tristes inventadas por un futuro que no fue.
Un futuro adulto que no guardó horas para él.
Un Juan Grillo que había transformado horas en música, música que transmitía a quien escuchaba un interior triste, un hoy lastimado, herido de horas perdidas abandonadas en una estación de pueblo.
Es que generalmente nuestras ocupaciones, nuestros tiempos tapan la música sobre el rápido paso del tren de todos los días.
La canción o la unidad de medida queda en un rincón escondida de una estación de trenes que tal vez mañana ya no exista, no sea mas ilusión solo quede en esperanza.
Lo que no logramos advertir es que en los andenes del tren de la vida, existen días de alegres melodías. Días nublados y nostálgicos. Pero también puede existir un mañana donde cansados del trajín diario el viaje nos haga quedar dormidos.
Y el ir y venir del tren de la vida nos vuelva al interior. Ese interior de estación vieja tan nuestro y donde ya adultos, adolescentes o niños vive siempre un corazón de Juan Grillo.
Porque ser Juan Grillo no es muy difícil.
Es vivir dentro de una lágrima de roció que moja el pétalo de una flor cuando se la ve triste.
Es depositar la caricia de un beso sobre dos labios necesitados de amor, ternura o cariño.
Es la única unidad de medida para que la piel amanezca suave y tierna como la sedosa piel de un grillo.
Un grillo pequeño que guarda las formas sin aristas de un corazón que habita dentro de cada pecho que palpita.
Hoy en un lunes pequeño de realidades y sueños venimos a regalar un boleto.
Un boleto de ida pero con vuelta incluida.
Con vuelta hasta la vieja estación del alma que todos poseemos y donde existe un cartel en la pared que dice:
"Antes de subir en el viaje de ida, asegúrate de llevar en tu maleta:
Capacidad para sonreír, placer para gozar, sabor al besar, y una fuerza inmensa que te permita abrazar. Pero sobre todo no pierdas el boleto que te otorga la magia de permitirte regresar cuando sientas que extrañas."
Y junto al boleto como en las ofertas de los vendedores ambulantes sobre los trenes viene incluido un marcador rojo.
Un marcador indeleble para dibujar en el cartel de la vieja estación de Juan Grillo, un corazón inmenso, una flecha cruzándolo y las letras YO AMO.
Seguro que al dibujar esto, en el viaje de regreso a la "Ciudad Adulta", acompañará:
Un encender de fuerzas amarillas sobre los girasoles de campo.
Un sol como un pájaro de oro posado en la frente.
Un cielo lavando miradas formado por sentir con formas de lágrimas.
Una pareja de enamorados acariciando la vida posada entre el vientre y las manos.
Y el canto suave de un violinista nacido en el campo que acaricia las almas.
"El pequeño Juan Grillo caminaba a paso ligero por el campo, cuando lo sorprendió la noche. Un poco atemorizado, buscó con la mirada un sitio abrigado donde pasar la noche, y vio, no lejos del lugar donde estaba, un cartel sobre una estación vieja con una flecha que cruzaba un corazón con las letras YO AMO."
Y se quedó a vivir por siempre dentro del alma. |