Envidiaba la gracia con que los alcatraces se desplazaban sobre el mar, con sus enormes alas extendidas en pleno, suspendidos por las corrientes de aire de la costa, mecidos mágicamente, con la cabeza erguida, la vista vigilante en busca de presas. La idea de poder volar como los alcatraces le obsesionaba al punto de que se había vuelto adusto, había abandonado el cardumen ya hace algún tiempo, y nunca se apartaba de las cercanías de la costa para poder observar a las aves realizar su hermosa danza etérea. Rumiaba maquinaciones de estrategias que concluyeran en el logro de alcanzar el vuelo. Muchas veces intentó nadar con todas sus fuerzas desde lo más profundo en un intento de elevarse por encima de las aguas y colarse entre los alisios, deseando con toda su alma que estos fueran capaces de sostenerlo entre sus hilos invisibles y realizaran el milagro. Cuando se estrellaba de nuevo contra las aguas del mar, aleteaba rabioso, giraba sobre sí mismo como intentado despojarse de las ataduras imaginarias que le impedían alcanzar su sueño. Un día una tormenta azotó la costa donde se encontraba nuestro frustrado pez de ojos enormes, y una idea brotó en su mente con la rapidez con que la luz surge en las bombillas cuando se pulsa el interruptor. Tomaría una de las enormes olas y cuando está rompiera, él quedaría suspendido en el aire, ¡volando! Así, pues, esperó con la paciencia del surfista experimentado y se unió a la impresionante masa de agua. Una vez encima de la ola, su corazón latía desaforado, enajenado por la emoción sólo esperaba ansioso el momento del rompimiento de la ola. Su “vuelo” –entre comillas porque nunca se despegó de la ola, pero la altura de esta era suficiente para darle una perspectiva diferente- duró algunos segundos, que para nuestro pez de ojos grandes resultaron una eternidad y el momento más grandioso de su vida. Irguió la cabeza, extendió las aletas y miró hacia abajo, qué hermoso el mar desde acá arriba. Fue un vuelo eterno, un sueño alcanzado, una vida transformada. Un pez de ojos grandes yace en una cama de arena y rocas, mientras un alcatraz de alas escamosas se lanza en picada. |