Una gota de sudor resbala feliz por tu sien. Qué manera de respetar esa parte del cuerpo, disparada por los más activos relatos de suspenso, dañada por la imaginación turbia de los asesinos, aniquilada por el sufrimiento apocalíptico del suicida, sin entrar en faltas de respeto. La cosa es que esa gotita resbala feliz por tu mejilla, donde te he besado tantas veces bajo las leyes de la buena educación y bajo el tormento de no ser tu boca el epicentro de mis buenas costumbres. Tú tendido en mi cama, cansado después de tanto ajetreo rítmico, me viniste a ver, estabas cansado, y te ofrecí mi cama para desahogar ese molesto sueño, que ahora estoy vigilando.
Volvamos a la gotita. Resbala ahora en tu cuello, donde tantas veces he respirado quejosamente. Baja a tu pecho. Se divide en mil. Los latidos de tu corazón rompieron a esa inocente gotita. Sigues durmiendo plácidamente. Me encuentro sentada en mi escritorio, observándote, cómo duermes, pareces un lironcillo. Quisiera besarte como si fueras un bello durmiente, quien despertará con la normalidad de la vida y luego se irá, acabando con este cuento de hadas torcido, en donde se invierten los papeles. Pero prefiero quedarme en esta privilegiada posición. Abro la ventana. El fulano de meteorología anuncia treinta y tres grados celsius. De repente, se corroe el ambiente. La alarma de tu celular suena. Te despiertas quejándote, mientras trato de contener la risa. Dices que tienes que irte. Te acompaño a la puerta y te doy un abrazo. Me miras con esos ojos brillantes, ojos de despertar, tan bellos así. Te vas.
Me agarra el sueño. Me acuesto en la misma posición que tú. Buscando los contornos de mi seno, descubro a la famosa gotita marcada en mi blusa. Esa gotita apasionada que marcó terreno en tu sien, en tu mejilla, en tu cuello, en tu pecho y ahora, en el mío. Río con ganas. Luego, el sueño. Ahora yo soy la bella durmiente. No creo verte en el escritorio vigilando mi sueño, sino preguntando que hacía yo sentada en mi escritorio observándote.
Mientras duermo, siento unos labios gruesos en mi cuello. Labios suaves, labios inocentes, labios felices. Me imagino la contradicción entre la temperatura de Santiago y la de mi cuerpo, por dentro y fuera. |