Sin controlar las ansias que lo abordaban, los ojos negros con que iniciaba la ruta, lo esperaban sin visto alguno de sospecha.
Se escondía tras el cubículo de su miedo, aún no sabía si arrancar el papel que llevaba grabado su nombre. Había pasado muy poco tiempo desde la fuga, se mantenía inerte en la esperanza.
El camino se veía muy distante entre él, y el cubículo, las sirenas cantaban, aún no recuperaba el collar sagrado.
El animal que lo acompañaba lo observaba con mirada suplicante, no habían comido hace muchos días, el odio los alimentaba, la obsesión los cegaba, la fidelidad que había tenido, un día se marchaba.
El lobo aparecía, el licor hacía su efecto y los ojos negros no querían nublar la desdicha.
Esperaba más profundidad desde el desván, en el sentimiento. De todas formas, ya tenía ganas de ir al baño, se desvestía con la simpleza de la lira.