A ti, Crucificado:
Con todos los respetos pero con todos los lamentos a ti me dirijo, ¡oh Crucificado!, porque la mía es lengua anfibia y no le tiembla apenas el pulso.
Porque aquí me has dejado abandonado sin derecho al acuerdo mutuo, sin acuerdo al roce efímero, sin el azul del cielo, sin el filtro del verbo.
Pero te sigo escuchando, te sigo escuchando aún una palabra de más...
Porque aquí me has dejado abandonado con todo el oro del mundo (¡el aurífero y no el de mina!), con el último año del mundo a cuestas.
Aquí, con el nombre del Padre operativo, con la duda y el verbo, ¡fatales!, colgando de la boca.
Aquí, con todo el signo interrogativo te pregunto, ¡oh Señor de todo!, si el origen de todo hay que buscarlo en la cantina.
Aquí, sin saber si el clavo es de plástico o es de lodo, si la tierra es tierra o es harina, si la crucifixión, una broma macabra más de la romana Agripina.
¿A quién interesaría, sino, un esqueleto gastado?
Porque aquí me has dejado abandonado con el sustantivo abandono, con el parto muerto por cesárea, difícil, múltiplo de cuatro, con la sangre espesa del cordón umbilical, con la cruz de sangre, aún alimentando.
Aquí, con la escultura de madera y el año y el parto cosido a gamadas, cosido a patadas.
Aquí, antiguo compañero de vida, con la máquina de grasa, de odio, anticipando el epitafio.
Aquí, porque el escudo del soldado no es en vano.
Con todos los respetos pero con todos los lamentos, a tí dirijo deprisa, hinchada, la vena carótida de la aorta; porque disculpa, cada día cumplo días.
Porque aquí me has dejado abandonado con el campo de trigo arado de barro, de hambre, de hambre superior por la opulencia agrícola misma, con la hoja de otoño traviesa, caduca o caduca, porque recuerda, no hay término medio entre el árbol y el suelo.
Aquí, con mi madre que ya lo soñaba: quién con niños se acuesta, niño se levanta. Y el perdón se confiesa con la punta de la rodilla...
Aquí, con la rodilla de ligamento sucia, pelada de niño que juega, que muere, de niño que idolatra; y Dios guía la carrera del eunuco.
Porque aquí me has dejado abandonado, Redentor de la vida, Redentor de la muerte, porque disculpa, porque hay un precio de mujer tasado en oro y vagina. Porque la caridad no se compra con bombas, porque se compra con bombas, porque martirio, perdona la seña, es nombre negro de martirio.
Aquí, con el sexo eyaculativo, preciso, con la mar abierta a la ventana, con la piel muda de reptil (porque la mía es lengua anfibia y no le tiembla apenas el pulso), con el capital armado de valor, porque cuadrada es adjetivo de raíz, de metáfora.
Aquí, quemado por el sol canoro de la guadaña, por una Palabra tallada a traición, aquí con la luna lejana que tú llamas amor, que yo llamo pasos remotos, pasos remotos...
Aquí, ¡oh Crucificado!, con el ruido ímplicito, con el eco vestigio, con el paso en falso, con el paso remoto...
Porque aquí me has dejado abandonado con el ruido simple de la madre, es gemido, ¡con el feto ardiendo de feto!
Aquí, con el diente comido por la rata, sucia, como la rodilla de niño, barata, ¡tan elegante!
Aquí, con la edad cansada de mucho año, y con el día que no sabe nada, y con el daño, ¡oh!, dañado.
Aquí, de cara a la pared, ¡sin púa la espina!
¿Porqué a milímetro pesas el peso de mi médula? Porque disculpa al milímetro, es recto, es recto...
Porque aquí me has dejado abandonado con la cara túnica de cara, y pido que te redimas, pide perdón a la arruga mala.
Aquí, porque el aire huele a aire y a un mínimo de piedra, a piedra negra sobre piedra blanca, porque a César pido que le devuelvas Lima, París y un trozo del aguacero que le vio morir.
Aquí, con toda una Nación, declarada catalana, en huelga; aquí, ante el poema, sufrido, imperdonado.
Aquí, con la mar, ¡oh Neptuno!, mojada de agua.
Porque disculpa, porque dimite de tus brazos y tu ausencia, de tu cruz clavada a conciencia, porque dimite tres días antes de la vida.
Porque aquí me has dejado abandonado con la palabra ignorancia escrita en la pizarra de la escuela, con la nariz destrozada por la lectura, con la náusea de estar tres veces vivo.
Aquí, el rectángulo, el triángulo en cepa, el arco celta, la alta ceja, ya no es geometría, ¡es quimera! Porque ahora, ¡oh Crucificado!, esta boca es mía.
Aquí, ¡con el impío Sol de la guerra! Y el veneno está cerca, está cerca...
Aquí, con la hoguera y el Oficio, con la ceniza doble y el muerto, con la barriga de una moral poco fina, con aún el apellido Borgia en la lengua.
Porque aquí me has dejado abandonado con el brazo de tu dimisión, con la mano agalla descubierta en carne, ¡como fiera!, con el cuerpo imposible de tu Dios medido en madera, porque aquí, remando en un mar grande que rema por su cuenta.
Aquí, esta hiedra que derrotada por la altura no invita el cielo, esta herida que, pertinaz, cura por la herida, es disculpa, es disculpa...
Aquí, con la difícil vida, ¡oh Crucificado!, con la carta y la mesa de tres patas boca arriba, con el desnudo de la mitra, porque, ¿es verdad que Dios duerme de espaldas?
Aquí, con la Página fría, con el Libro a deshora, con el ridículo circo romano, con la barba, afeitada de reliquia.
Porque escucho en un solo oído, porque no puedo más oído. Porque amargo despertar, porque Evangelio sinónimo de epitelio, porque María nombre de muñeca de porcelana, porque doce apóstoles son demasiados para una silla, porque, ¡oh!, la vida es un poco, y más, que utopía.
Aquí, abandonado, con el verso automático, con el soldado en vano, con la rueda que rueda y la noria que gira.
Porque mírame a la cara, con la tortura que no enamora.
Porque vida es cruz en la pintura, porque vivir invierno mínimo, porque rueda que gira...Porque morir no cuesta nada, pero morir cuesta demasiada vida.
Porque Infierno es grado excesivo de temperatura.
Porque democracia dura lo que dura la cola de un verso cualquiera.
Perdóname, porque ser poeta es el oficio más difícil del mundo.
Con todos los respetos pero con todos los lamentos de ti me despido, ¡oh Crucificado!, porque la mía es lengua anfibia y no le tiembla apenas el pulso.
Atentamente tuyo,
Pavel Robert de Comores |