Lo conocí cuando viajaba rumbo a Viena, en un tren con un boleto de segunda clase. Ahora se que no es la forma más adecuada de viajar atraves de Europa, ya que existen muchos vuelos que conectan muchas ciudades Europeas a bajos precios, pero fue lo que la vendedora en la agencia de viajes me ofreció como la forma más confortable de viajar, subrayando que toda Europa tiene vías de comunicación terrestres muy buenas. Y como era de esperarse, le creí.
Durante el tedioso viaje, leía una novela histórica para matar el tiempo, ya que la noche temprana de esa época del año no me permitía admirar el paisaje. No me di cuenta en que momento él comenzo a mirarme, como si me estudiara, al fin y al cabo no estaba de viaje para conocer hombres, sino porque queria distraer mi atención del trabajo agotador que me agobiaba, leer libros, contemplar paisajes, sitios históricos o construcciones antiguas eran mi interes permanente en ese viaje.
Por un momento me sentí observada, raro en mi porque nunca me doy cuenta de ese tipo de cosas, todo puede pasar inadvertido para mí, así que distraída levanté la mirada y la dirigí hacia donde estaba él. Con un gesto amable y una sonrisa cautivadora hizo un movimiento discreto con la cabeza a manera de saludo, o al menos yo lo interpreté así. Con una mueca en lugar de sonrisa le conteste el saludo de la misma manera. Continué leyendo sin tomar la menor importancia al hecho. Pero ya no podía concentrarme en mi lectura y las frases que leía se mezclaban con mis pensamiento hasta tan grado que cambié toda la historia de “La Guerra y la Paz” en tan solo quince minutos. No podía resistir más, necesitaba volver a ver su sonrisa, así que me aventure a dirigirle nuevamente la mirada. El ya no estaba ahi.
“Lo siento mucho señorita”, escuche una voz detras de mi, a la cual no le dí importancia pues estaba segura de que tenía otro destinatario. “Pero hasta contemplar a un ángel cansa y yo no pretendo llegar hasta tal extremo, asi que decidí hablarle.” ¿Angel? ¿Quién? ¿Yo? Pense por un momento, que a pesar de que tengo alta mi autoestima nunca me imagine compararme con un ser que debe de ser maravilloso y que tan sólo existente en las pinturas hechas en el Renacimiento. Contuve una carcajada con tal esfuerzo que tuve que levantarme y salir del vagón para poder respirar y recuperarme de mis pensamientos. ¿A quién se le ocurre decir un piropo tan pasado de moda? Tan sólo a un Don Juan, tal y como mis amigas me advirtieron que me encontraría miles de ellos en mi viaje.
Regresé a mi asiento y él ocupaba el de enfrente. ¿Pero qué se cree este tipo? Primero se mueve de dónde estaba sentado para que que yo no lo pudiera mirar nuevamente aprovechando la seguridad que da el factor distancia, segundo me habla de una forma tan cómicamente seductora que ni Andres García o Mauricio Garcés utilizarían en sus películas mediocres, y tercero comenzaba a invadir mi espacio vital de la manera más deliberada sin que yo haya dado más motivo que un ligero movimiento de cabeza. Pero a pesar de la indignación que comenzaba a sentir, la curiosidad pudo más y continué mi camino sin interponer queja alguna.
Cuando ocupé mi asiento esperaba que él continuara con su “embestida” hacia la conquista, pero pasaron más de 30 minutos y nada... como si él estuviera conciente que el tiempo lo favorecería. La próxima estación se encontraba aún a dos horas de distancia, más que tiempo suficinte como para decir algo más, y yo simulaba leer. Pero no pasaba nada. Transcurrieron otros minutos, que se me hicieron eternos e incomodos. Tal vez ese era su proposito, y comencé a armar una hipótesis de su comportamiento. Si en verdad él me había llamado la atención, él se había puesto a mi alcance para que yo diera el siguiente paso. ¡Resultó ser todo un estratega!. De repente un ronquido me regreso a la realidad, él se había quedado dormido.
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