Guillermo se sorprendió. Había salido temprano, y había dejado el departamento ordenado. Cuando entró,era un caos. La cama sin hacer (la había dejado perfecta), cosas tiradas por el piso, los cajones abiertos.
"Ladrones", pensó. Se puso pacientemente a ordenar todo, buscando indicios de que faltaba algo. La búsqueda resultó infructuosa: aunque revueltas, todas sus pertenencias estaban en la casa.
Al día siguiente, lo mismo: se fue a trabajar a las siete y media. Cuando volvió, a las cinco de la tarde, se encontró nuevamente con el revoltijo infernal.
Pensó que se estaba volviendo loco. Al cuarto día (los hechos habían ido repitiéndose puntualmente) decidió consultar a un psiquiatra.
Lejos de lo que esperaba, el médico no se asombró: le contó que varios pacientes habían consultado por lo mismo.
"He llegado a la conclusión", le dijo, "de que se trata de un nuevo síndrome: estas personas, por razones psicológicas que estoy investigando, padecen lapsus en los que desordenan todo compulsivamente, episodio que después olvidan".
Guillermo saludó al psiquiatra, decidido a no volver más. Él no había tenido ningún lapsus, estaba seguro.
Iba cavilando sobre la entrevista, cuando abrió la puerta del departamento. Entonces lo vio.
Un duende diminuto y orejudo, de unos treinta centímetros de altura, corría por la sala tirando todo a su paso. |