Fur Elise:
Manejaba pensando en llegar a su casa, escuchaba una sonata de Rachmaninov que irónicamente me recordaba a ella. Talvez desde un principio ese fue el verdadero motivo que me llamaba a manejar hasta su casa. Incluso si llegara a su casa aún no sabía si tendría el valor para bajarme del carro y tocar a su puerta. El camino lo podía manejar con los ojos cerrados, pues durante mas de dos años lo recorría al menos dos veces al día. ¿Cómo la recuerdo a ella? Tocando una pieza de piano, probablemente una similar a la que escuchaba mientras manejaba, o talvez algo poco menos dramático, algo un poco más Beethoven, concentrada pero con esporádicas miradas al sillón desde donde la veía.
Los caminos duelen en ocasiones. Ves como no han cambiado, parecen intactos, parece que el tiempo no pasara por ellos y comienza uno a compararse, a pensar lo mucho que ha cambiado.
Mientras que Rachmaninov se dramatizaba, yo no sabía si quería continuar manejando por aquel camino. Recordaba entonces los atardeceres en su terraza de bugambilias trenzadas, sentados en sus incomodas sillas de piedra donde podían pasar minutos sin que dijeramos alguna palabra. Ella normalmente cerraba las persianas para que pudieramos besarnos sin que nos vieran. Sus besos eran incomparables, no digo que fueran los mejores, sino simplemente incomparables, con sus labios finos y su sutileza al crear un drama antes y después de cada uno de ellos. Con ella cada beso tenía su historia.
La canción estaba concluyendo y yo me encontraba en el entronque a una cuadra de su casa. Vuelta a la derecha significaba verla de nuevo, volver al ático de los besos dramáticos, escuchar “Fur Elise” sentado en un sillón a un lado de su piano. Vuelta a la izquierda era darle la espalda, seguir olvidando y esperar que algún día talvez los caminos dejaran de doler. Apagué el motor, salí del auto, me senté en mi cofre, miré las nubes por unos segundos y tomé mi decisión.
El camino de regreso fue sin música. Pasaba por el parque donde me enamoré de ella. Los caminos seguían doliendo. Recordé aquel momento y me dí cuenta entonces porqué no dí vuelta a la derecha. Quería seguirla recordando como aquella noche en aquel parque hundido, en la que con un frío otoñal nos abrazabamos viendo sonreír la luna. Aquella vez de mi primer beso “no dado”. No me atreví a romper el encanto, al menos no esa tarde.
Quería seguirla recordando así, con su drama, su música, sus bugambilias. Quería sufrír un poco aquella tarde, talvez por eso escuchaba Rachmaninov.
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