Esto no pretende ser sino un recuerdo, en estos días trágicos, a un pueblo que tuve el privilegio de conocer muy de cerca y que me impactó
Anochecía en las playas tailandesas. Las aguas, tranquilas, besaban la orilla mientras los muchachos se afanaban en arrastrar las lanchas que utilizaban los turistas para visitar tan hermosas islas.
A lo lejos una niña morena, de inmensos ojos negros y pelo azabache se acercaba sonriendo.
Entre sus manitas sujetaba una cestita azul llena de paquetes de chicles. De vez en cuando se acercaba a las mesas que ocupaban los “foland” (que es como los tai nos llaman a los extranjeros) y ofrecía con voz melodiosa su mercancía: “hello foland do you want some one?”.
Era su forma de ganarse la vida. Llegó hasta la nuestra, y me sorprendió comprobar que no tendría más de seis años.
Su mirada era viva, y a pesar de pasarse los días caminando playa arriba, playa abajo con su monótona cantinela, en su boca se desplegaba una sonrisa.
Como pudimos, en tai-english, nos entendimos y ganamos su confianza.
A partir de esa tarde cada día venía a visitarnos, se sentaba a nuestro lado y le invitábamos a un refresco o a un helado.
Jamás aceptó que le diéramos dinero. Si se nos ocurría tratar de darle una “limosna”, ella de inmediato contaba las monedas y luego mirando sus paquetes sacaba los que correspondían a ese precio. .
No podéis imaginar la cantidad de chicles tailandeses que hemos llegado a comer en mi casa, pues cada día comprábamos los que le restaban para que pudiera al menos descansar un rato
Nos gustaba ese orgullo, que ni la pobreza lograba borrar de su carita.
Quiero imaginar que, igual que yo la llevo todavía en mi corazón, ella me ha recordado estos años cuando haya visto otras foland menos amables.
Se llama Mat, y estos últimos días no puedo dejar de pensar si ella pertenecerá a ese grupo terrible de muertos o desaparecidos por la catástrofe tan atroz que ha acontecido.
No hay consuelo para quien pierde hasta lo que no le pertenece, pero sigo viendo en las imágenes de la televisión el orgullo y el afán de supervivencia que me impactó en Mat.
Dicen que la naturaleza es sabia, pero no logro comprender por qué se ceba siempre con quien menos tiene.
Ahora nos corresponde a todos aportar nuestro granito de arena, y ayudar a ese pueblo de eterna sonrisa a levantar lo que les daba la vida.
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