Es igual a “el que la sigue la consigue”, o “el que busca encuentra”. Cualquier expresión me sirve. Traumado. Mirón. Fisgón. Y claro... investigador privado de mis propios rubros. Así es como encontré su foto dentro de sitios que no me correspondían. Ella, sonriente, miraba con visión entrecruzada. No supo, no sabría que yo encontraría el punto débil... el lugar donde hacer entrar el recuerdo para borrar el futuro, para revivir fantasmas en donde ya no había nada. Me sorprendo mirando su foto vez tras vez. Reconociendo en el acto esa expresión de gata, esos gestos magnéticos, facetas –torcidas- inmóviles ante el lente de la cámara. Ríe, te digo ahora. Sigue bailando. Pronto tendrás que morir (me recrimino por aún quererla, quererte). Acaricio tu rostro de papel.
Un balazo, dos balazos. Nadie se muere por repetir incansablemente lo que parece ser de ficción (realista, pero fantasía a fin de cuentas). Jugar a la vida del delincuente es fácil para todos. Un afán psicópata por aquí... un asesinato por acá. La cárcel no asusta cuando es de palabra. La sensación de poder no disminuye cuando cierras los ojos, rememorando. Y así te digo, te escribo mi amor, contándote que esta noche te mataré. Y varias veces, para prolongar mis sensaciones, pasiones extrañas que solo tú provocas. ¿Fantasía dices?
Morir, vivir, vivir, morir tres veces, revivir. Dime tú si te cansas. Yo hace tiempo tiré la toalla. Me dediqué al negocio de sobrevivir entre las gentes, comer y mantenerse por instinto, mirar y no saber que miras. ¿Mediocridad?, yo no lo creo... resignación, me gusta. Me hace sentir... como te dijera... vivo entre los muertos. Aunque precisamente de muerte es de lo que te estoy hablando.
Lo adivinaste. Estoy confundido. Mucho, muy confundido. Espero encontrar una pista al misterio, una razón (por pequeña que sea) que me permita saber que hay un paso más que resolver, algo que seguir, entenderás. No se trata de tiempo perdido, de ilusiones rotas o lo que pasó la semana pasada con el viejo aquel. Yo sé olvidar y volver a empezar (me siento idiota mintiendo en mis monólogos, hablando con tu imagen, llorando entre venganzas por complacencia, de papel, como tú y tu recuerdo). Yo te hablo de más allá. Yo no sé de lo que te estoy hablando. Soy un paranoide.
Mis últimos días han sido descarriados. Lo he pasado bien, si eso es lo que me preguntas (y no dices nada). He vivido, o muerto, muchas veces y con mucha intensidad. No he cerrado los ojos en cuatro días y dormir empieza a convertirse en la promesa de un oasis después de meses en la estepa. Lo malo es que no te tengo confianza, y no me atrevo a dejarme ir contigo mirándome, espiándome, olisqueando mi respiración mientras pierdo la conciencia. Mientras gano la inconsciencia... eso. Entonces ya ves, estoy aquí y te hablo, te soy sincero pero no te creo nada. No te temo, pero confianza es una palabra muy compleja para un tipo tan simple. Un paranoide, ¿te lo dije ya?, no sé que es lo que te he dicho (aunque sé no te he dicho nada), todo es como una masa y una imagen capturada por un flash anónimo... Y el viejo aquel. No me lo he podido sacar de la cabeza, y no creas, no quiero sacármelo. Quiero encontrarme con él. Encontrarme con él y matarlo, tal cual él lo hizo conmigo.

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Me gusta que me hablen cuando estoy de ánimo, cuando miro a la gente caminar o subirse a las micros. Siento una especie de felicidad en ello, una conversación trivial, un saludo por cortesía, un descanso de todo lo que me sumerge a los laberintos de mi vida. Pero no cuando estoy en otros sitios o con la conciencia clara. No cuando sé que todo es un engaño monumental. Cuando pienso con naturalidad me gusta estar solo, yo y ella, tú, mi fantasma privada (risa), mi amorcito eterno (carcajada).