"La promisoria entrega de caracteres adquiridos haría de la sesión un antro de diversiones varias"
El calor puede cerrarse de otra forma, o de varias, siempre es cosa de sentarse a ver con detenimiento como pasan los segundos sin que nos demos cuenta. El avance que parece no cubrir espacio, el silencio que claudica momentos de felicidad.
De no ser por las nubes todo seria insoportable. Ella hacen que uno reconsidere o se pierda. Ellas hacen que uno sienta la necesidad de hacer otra cosa o sentarse en un sitio desconocido admirando y contemplando un acto que parece benéfico pero no lo es. La lluvia seca cayendo alrededor de la cabeza, sumergiendo la vida en una lata de atún, en una conserva, en un plátano hecho crecer con hormonas. El aire se pone poco viciado cuando está lloviendo. Preferir la lluvia por sobre todo. Sin la lluvia nada podría llevarse como se lleva, porque es como una esperanza de que un motor misterioso está moviendo las palancas necesarias para darle un sentido a lo que parece racionalmente absurdo.
Si yo te dijera que todo esto me parece conocido no me creerías. No se puede conocer lo imposible de conocer, dirías. Pero yo lo conozco, no sé como, pero lo conozco. Yo sé que cuando me mojo la cara para espabilar los momentos pasados empiezo a forjar un pedazo de futuro que se escribirá de forma entrelínica. Futuros de esos que se llenan de ilusiones fantasmales, óptica, imaginación, susurros en el inconsciente de que estás llegando a un sitio que ya has visitado (antes o después). Mojarse la cara implica un acto de sinceridad consigo mismo, es sacudirse, mirarse al espejo con el rostro escurriendo agua y esperando que con eso baste para fomentar un giro, un despertar más realista que el que se tiene por las mañanas. Dije sacudir cuando pensaba en zamarrear.
Por estos días tengo la música pegada debajo de la masa encefálica, me persigue y yo la acepto sin condiciones. Al rato me molesta y debo huir de todos los sitios conocidos. Un cambio de habitación, una brusca cerrada de ventana, ponerle pestillo a las puertas sin tener razones obvias. Hacer cosas sin tener una sugerencia clara, ¿te había pasado antes?
Digamos que lo que estoy diciendo fuera cierto en alguna parte, en una línea quizás, no espero que todo lo que estoy diciendo vaya a ser como un dogma. Pero imagina que sea verdad que necesito estar en ese lugar innombrable, ese que parece asomarse como espejismo en el momento que me mojo la cara y me veo los ojos agotados de tanto mirar en vano. Piensa solo por un segundo que de verdad siento un llamado de otro sitio que no existe y que nunca existirá, y es tan fuerte que pareciera torcer algunas bases de mi racionalidad para desembocar en, quien sabe que cosa, una jirafa multicolor, un mono de ojos saltarines.
Pensar en los días nublados siembra la añoranza eterna. Cuando está lloviendo sólo piensas en el momento en que deje de llover y puedas salir a caminar por las calles, a encontrarte con, digamos, tu media naranja o un amigo que te dure toda la vida. Pero no, siempre estás deseando lo imposible, el verano y sus soles sacamundos. Ahora que es verano y el sol quema hasta los hielos piensas en el invierno y sus tardes de lluvias. Alusión: perro persiguiéndose la cola. El kitsch te va a desarmar la vida.
Caminar sin rumbo es adictivo para las personas que no tienen rumbo. Empiezan a ver señales en esos caminos que se barajan entre el azar y la inercia. Se comienza a creer en un instinto que nos mueve hacia la supervivencia o la búsqueda de objetivos claros en las cosas que hacemos. Algunos no logran entender del todo las cosas, como yo por ejemplo, y entonces vagamos sin rumbo fijo esperando que un meteoro arrase definitivamente el puesto de trabajo, el lugar de estudio, el final de la ruta, la bencinera, el hospital. Todo se traduce a palabras cuando estoy pensando. Todo se vuelve un embolinamiento y una mentira que parece ser real y que no lo es, no lo es, porque no puede ser real que todo sean palabras en la cabeza que dan vuelta y esperan mutarse unas a otras para fomentar sueños inversos en mundos de perfecciones. Por eso es malo escuchar música.
Un día, un día, ya verás, lograré mirarte de lleno a los ojos y contarte algo que te haga feliz. Hoy no, mañana tampoco, pero un día lo podré hacer, y sonreirás y ambos seremos felices y comeremos perdices y águilas calvas. Porque soy un hombre que confía, que tiene fe en lo que no está adelante. Alguien dijo que lo esencial es invisible a los ojos, no recuerdo quien, y tampoco importa, pero eso comprueba lo que te estoy diciendo, o tratando de decirte ahora y de paso me deja como un tonto, porque soy de los que sufren por lo que no ven y lo que no entienden.
Por ahora… no sé, deberíamos salir a mirar obras de teatro o películas, o fingir que somos idealistas y no desengañados –sutil diferencia-. Podríamos hablar de actualidad o política o farándula, da igual, la idea sería no involucrarnos en esto de nuevo (en esto de lo que estoy hablando). Porque “esto” nos priva de la risa y nos incinera las promesas como las astillas de las fogata, que son las que se queman primero. Debemos hablar de cosas que sean como los troncos gruesos, los últimos en quemarse y los que si sirven para dar calor. De esa forma podríamos, podríamos… podríamos encontrar una verdad dentro de este océano infinito de confusiones que tengo, y tienes, porque estás conmigo.
Tú eres una mujer dulce. El día que te conocí fue un día feliz en todos los sentidos. Pero ahora no quiero rememorar y hacer lo que todos hacen en los momentos en que sienten que sus mundos se desarman: echar mano a los recuerdos. Es un arma baja, no es sana, te empaña el futuro y te lo llena de baches. Los recuerdos son perniciosos y debemos dejarlos ir o permitirles corretear el presente de forma dispersa y no como si fueran un funeral de alguien amado. Aunque en realidad si sean el funeral de alguien amado. Porque mentirse es esencial para llegar a la felicidad. La verdad solo trae nudos en la garganta, explosiones de destiempo y arrebatos de locura que no conduce a ningún sitio sino a más locura en un círculo vicioso que toma ribetes épicos en cuanto lo analizas. El engaño, entonces, es piedra de base para quedarse tranquilo, para reírse con las cosas simples o leer el diario sin presiones de que tu vida pueda en algún segundo ser explosionada por un atentado terrorista. Vivimos en el miedo, tú, yo, todos. Vemos demasiada televisión. Cada día que pasa nuestras esperanzas de alcanzar esos momentos de descanso o paz se desvanecen entre nuevos factores que merman nuestros relajos nocturnos. Ahora pensamos que el hombre de mirada misteriosa nos asaltará, que vendrá un terremoto, que nos tirarán bombas verdes dentro de una micro cualquiera. A mí no me gusta vivir con miedo, prefiero pensar que todo eso es mentira o una forma de vender más puntos de rating en los canales públicos. Mentirse, como ves, es la única forma.
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A veces sueño contigo y conmigo en un lugar que es perfecto. El cielo, de algún color extraño, está plagado de nubes lilas en suspensión algodonesca. El sitio carece de gravedad pragmática y podemos correr a campo traviesa dando saltos de cuatro metros y gritando cosas sin sentido sin mirar atrás. El suelo, blando, se escribe a la par que lo vas deseando, mutando a la par de tus deseos de estar sobre la arena, la arcilla, el pasto, el desierto o el agua. ¿Qué si hay árboles?, todos los que quieras, algunos llegan a los setenta metros y se mecen perezosamente por un viento que los ama de forma infinita y fomenta remembranzas esos sitios de las mil y una noches, aquellos oasis donde los árabes encontraban el paraíso sin desmerecer su vida. Y no hacemos nada por proyectarnos o por mantenernos, las cosas simplemente pasan porque si. Hablamos. Miramos. Moldeamos todo lo que queremos con mover un dedo o cambiando la pupila de dirección. Los sentimientos son como baldosas de arcilla. Los pensamientos son esclavos de los sentimientos.
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