Lo que más me gusta de Carito es que con ella no se puede hablar de política. La pobre es una bestia en este tipo de cosas y termina hablando barbaridades cuando quiere aparentar que domina el tema. A mi no me interesa particularmente hablar de política, pero para ella es casi analfabetismo el no estar al tanto de la situación. Ese trauma que tiene es culpa de los energúmenos de la facultad de periodismo. La ponen nerviosa con sus debates y la pobre tiene que andar todo el día en busca de noticias. Estoy seguro que se pasa la noche entera viendo el programa de Hildebrandt nada más que para tener de que hablar y no quedarse muda cuando conversa con nosotros. Creo que Carito está un poco como medio enamorada de mí. Es por eso que se esfuerza tanto con lo de las noticias. Yo la veo venir desde lejos acercándose a nuestra mesa y siempre tiene la misma expresión. Sus lindas pupilas negras arrinconadas en la esquina derecha de los ojos y el labio inferior apretujado entre los dientes como si quisiera recordar algo. Se sienta a mi costado y me da un beso en la mejilla. Huele como si no hubiera hecho mas que alimentarse de caramelos de limón desde que nació. Es todo tan bonito. Pero no pasan ni unos segundos y ya empieza inquietarse, a mover la pierna de un lado a otro y a imitar el galopar de un caballo loco con sus deditos sobre la mesa. Se queda muda. Yo les veo las caras al resto y les ruego que por favor no la torturen de nuevo. Pero para ellos es pseudorgásmico el placer de ver como una chica de arquitectura pretende quitarles su papel de ideólogos políticos y otras extravagancias que ellos juran ser. Más aun cuando llega el momento de decir el nombre de algún ministro o general del ejército todos hinchan los ojos y preparan sus oídos para ser los primeros en reír cuando equivoque una letra. Esperan que diga Hermoza Lagos en vez de Hermoza Ríos o Mauriat en vez de Mahuad. Mejor aún si se manda una argumentación en pro de la paz y que no importa Tiwinza si se la llevan los ecuatorianos o nos la quedamos nosotros. Ella parece una niña preocupada porque la van a jalar en su examen de polígonos. Hasta le empiezan a sudar las manos y yo trato y trato de desviar el tema pero es imposible, a ellos les encanta torturarla. Carito no lo sabe. Piensa que es su obligación contestarles y se queda allí hasta que termina su interrogatorio y podemos conversar de otras cosas. Entonces recién puede mirarme con sus ojos de pepa de sandía y sonreírme como si acabara de ganar los cien metros planos por mí. Y yo la envuelvo con uno de mis brazos, siento su amor y su olor a caramelo de limón y pienso en que realmente no me importa un tamarindo si los ecuatorianos se quedan con Tiwinza o con la vía láctea en cuestión.