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Los Martínez Albarrada habían pasado varios años en la larga lista de espera por la donación de un riñón para Jorgito, el más pequeño de los cuatro hijos de la familia; hasta que finalmente llegó la noticia de que una persona estaba dispuesta a donar uno de los suyos para la mejora del niño. La buena nueva les llegó de sorpresa, tan es así que, para ese momento no contaban con el dinero necesario para los gastos de hospitalización. Para colmo de males, don Abelardo, el padre de Jorgito hacía una semana que lo habían despedido de gasolinera donde trabajaba como expendedor. Por este motivo se la pasaba de bar en bar con sus amigos gastando todo el dinero de la liquidación que le dio la empresa cuando lo despidieron. De hecho, cuando le llegó la noticia de la existencia de un posible donante, estaba degustando de los últimos tragos que podía pagar con lo poco de dinero que le quedaba. En ese momento se alegró y quiso celebrar con un brindis con sus amigos, pero la emoción le duró muy poco al darse cuenta de que no tendría el efectivo para costear la operación, pero más se desanimó cuando advirtió que tampoco tenía para pagar los últimos tragos para el brindis. El “Patas”, su amigo de parranda salió al rescate del afligido padre y le dijo que no se preocupara y que él se haría cargo, pero sólo de la cuenta del bar.
Entonces, con un peso menos encima, don Abelardo se puso a pensar en la forma de conseguir el dinero para la operación, pero pronto se dio cuenta de que ni trabajando un año podría reunir lo suficiente, eso en el caso de que obtenga un empleo en un par de días, por supuesto, una vez repuesto de la resaca. Sin embargo eso, hasta es ocioso decirlo, era imposible.
De nuevo el “Patas” salió al rescate con una solución interesante:
–Tranquilo compa, sólo tenemos que ir a un banco por dinero…
–No sabía que tienes dinero en el banco.
–Claro que no. Quiero decir que lo asaltemos. Tengo una escuadra 45 milímetros y una 32.
– ¡Qué…!
–Sólo le vamos a quitar un pelo al gato para que Jorgito pueda estar bien.

Los amigos continuaron con la discusión del asunto en la casa del “Patas”, acompañados de una botella de ron barato. Allí al fin acordaron llevar a cabo el asalto, y dieron inicio con la elaboración de un plan.
Mientras llegaba el día del atraco, don Abelardo alardeaba con su familia diciéndoles que pronto obtendría el dinero para el transplante, por lo que podrían comenzar con los preparativos para la hospitalización de Jorgito, así como los trámites burocráticos. De inmediato la clínica estableció una fecha para la intervención, para lo cual, tendrían que internarse ese mismo día Jorgito y el donador, pues una vez retirado el órgano del donante, debía ser injertado de inmediato en el cuerpo del niño. Don Abelardo pidió hablar con el joven altruista para darle las gracias por su noble acción, pero le dijeron que de acuerdo con la política del nosocomio, la identidad de aquél no le podía ser revelada. Sólo le pudieron decir que era un joven estudiante de medicina.
También Jorgito anhelaba conocer al donante para darle las gracias. Su felicidad no cabía en la sonrisita que mantenía desde que supo que pronto estaría recuperado, y que podría jugar como cualquier otro niño.

Don Abelardo y el “Patas” establecieron como fecha del atraco, un día antes de la operación para que no se vieran tentados de tocar el dinero del botín.
Llegó el día del asalto. Ambos se hallaban dentro de una camioneta blanca estacionada frente al banco en espera del momento oportuno para entrar en acción. Don Abelardo estaba muy nervioso, el chicle dentro de su boca parecía ser triturado por una máquina de coser a toda velocidad. Sentía que el arma que guardaba en el cinto del pantalón pesaba por lo menos 10 kilos.
–Cálmese compadre –le decía el “Patas–, nada más piense en lo bien que se va a poner Jorgito. Dios puso el riñón y ahora nosotros tenemos que poner el dinero.
–Pero compadre, no puede pedirme eso, cualquiera se pondría nervioso en un asalto a mano armada.
–Lo peor que puede pasar es que haya alguien armado entre la gente a parte de los policías. Eso sí nos sacaría de nuestros planes, pero para eso tendremos que ponernos violentos con ellos para asustarlos, si es necesario hay que sacrificar a uno. Así, los demás quedarán muertos pero nomás de miedo.
– ¿Qué estás diciendo “Patas”, como que matar a alguien?
– No hay de otra, todo sea por el chamaco. No querrás que se nos muera. ¿Verdad?

Don Abelardo se resignó a convertirse en un criminal con tal de salvar la vida de su hijo. En su mente estaba la carita de Jorgito sonriendo de felicidad. No podría soportar ver que esa alegría se borrara de su rostro.
La hora de entrar en acción llegó, se bajaron los pasamontañas e irrumpieron en el banco. De inmediato sometieron a los guardias y don Abelardo disparó, sin apuntar hacia alguien en particular, contra la fila de gente. El “Patas” se abocó a recoger el dinero de las cajas. Todo ocurrió de una forma mecánica, a sangre fría, como si se tratara de ladrones profesionales, hasta los compadres quedaron sorprendidos.
Una vez con el cuantioso botín en las manos, los delincuentes se dirigieron a la casa del “Patas” y escondieron el dinero en el colchón. La policía llegó demasiado tarde al lugar de los hechos y no obtuvieron ninguna pista de los asaltantes. Todo había salido perfecto, tal y como lo habían planeado. Ahora, había que dar pie al siguiente paso del plan.
Al día siguiente, muy temprano, toda la familia de jorgito se traslado hacia el hospital para que fuera internado y comenzar con todos los preparativos necesarios para la intervención. Inmediatamente el niño fue atendido y se inició con el proceso. El resto de la familia se quedó en la sala de espera dispuesta a esperar el tiempo que sea necesario para el transplante. La madre, prevenida como siempre, llevaba tortas de mole suficientes para todos.
Sin embargo, no había transcurrido ni una hora cuando el doctor a cargo comunicó a los familiares que ya no había donante y, con todo el dolor del mundo, les indicó que tendrían que esperar hasta que uno nuevo apareciera.
La familia simplemente no lo podía creer. Las palabras del doctor eran impensables en esos momentos.
–Pero doctor, ya tenemos el dinero necesario para la operación, no nos puede salir con eso en este momento– suplicó de rodillas don Abelardo.
–No se trata de eso, el problema es que ya no hay donante.
–Cómo que ya no hay donante, ¿se arrepintió el desgraciado o qué carajos pasa con él? Dígame quien es para que lo traiga vivo o muerto.
–Ese es el problema don Abelardo– refirió el doctor con una actitud de resignación– el donador murió ayer. Le dieron un balazo mientras retiraba dinero en un banco para pagar su hospitalización. Es verdaderamente una desgracia, pues cuando llegó la ambulancia al lugar, el joven tenía poco más de una hora de muerto; y en el transcurso de las diligencias policiales se tardó mucho tiempo y sus órganos ya no podían ser utilizados para un transplante. Es una verdadera desgracia.

En la mente de la afligida madre se generó una maldición hacia los asesinos del otrora donante; en la del “Patas”, la idea de decirle a su compadre que con tanto dinero en las manos, se podría comprar todos los riñones que quisiera.


Texto agregado el 07-01-2005, y leído por 150 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
08-01-2005 me gusto tanto ..A mi que soy incapaz de leer un cuento largo ..Pero me engancho desde la primera linea..Mis felicitaciones... kasiquenoquiero
 
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