Se visten con ropa insinuante, se acomodan los pechos bucando el volumen adecuado para quién sabe qué, se paran de medio lado frente al espejo para desafiar la gravedad tirando fuertemente la pretina del pantalón y levantando el derriere. Salen horondas a la celle y caminan con majestuosidad y alcurnia casi a punto de levitar, luciendo los pantalones cada vez más ajustados y ex-poniedo los ombligos, los tatuajes y tantos otros elementos. Señoras y señores: la mujer!
Con sus atributos pueden desde subir una nota, conseguir un ascenso, desintegrar un sueldo, vaciar cuentas bancarias; hasta tumbar líderes, dejar muertos, romper revoluciones y destruir estructuras como familias, pueblos y hasta naciones. Claro está que esto no tiene como fin denigrar el comportamiento inexplicable del género femenino, sino destacar la estupidez a la que nos ha llevado la historia como machos de la especie. Basta detenerse cinco minutos en cualquier esquina de cualquier barrio de cualquier ciudad, ya que dicho comportamiento, al igual que cualquier vicio con droga o licor, no distingue de estratos, ni edades ni partidos políticos, y aquí entre nos, creo que tampoco de religiones.
Y ya ubicados en un punto que rersultará estartégico, detengase a buscar un individuo X, que será el primer implemento del experimento, analice su comportamiento cuando frentre a él pase una chica común y corriente con un descaderado o un vistoso escote. No faltará la mirada, claro que las hay de todo tipo, pero que las hay, las hay. Algunas como de estudiante que no preparó la lección y mira de reojo por sobre el hombro de la compañera buscando el “preciado tesoro” del conocimiento. Hay las miradas tipo scanner, que hacen un barrido detallado y milimétrico del cuerpo completo, o enfocan ciertas partes ampliando, claro está, el detalle de la lectura, esto acompañado de fugaces miradas al rostro de la víctima sólo para verificar que ella no se de por enterada, aunque si esto sucede, no les importa finalmente. Tambien se destacan los miradores como toreros que lucen unas verónicas impresinantes, los pies juntos como anclados y los hombros moviéndose en cualquier sentido, la quijada pegada al pecho y la infaltable expresión verbal, que puede ir desde el popurlar OLE hasta el ya maltratado pero inmortal adiós reinita.
Luego vienen los osados que tratan de entablar una conversación con temas “improvisadaos” que resultan siendo los temas anzuelo que utilizan siempre. La diferencia de la etiqueta radica en los resultados del ataque. Si se tiene éxito el atacante será respetado, elogiado e imitado, si en cambio, el opresor recibe indiferencia y malas miradas, será catalogado como patético, perdedor y otras acotaciones sensurables en este medio.
Pero sin importar la táctica, el patrón sigue siendo el mismo, macho buscando hembra. Hembra reconoce que domina la situación. Macho se cree poderoso. Hembra sabe que lo mejor es que él se sienta poderoso. Macho saca pecho y luce una sonrisa que es sinónimo de victoria. Hembra pone en jaque al inflado y mísero antónimo quien se revuelca entre las maldiciones y finalmente la resignación. Hombre acumula miedos en todos los rincones de la memoria y años más tarde reluce sus fracasos lleno de orgullo y a su cadena de pérdidas decide llamarla:experiencia.
Eso es, a crudas cuentas, el fenómeno mujer vs. hombre del nuevo siglo. |