Tus manos caían perpendiculares como una plegaria de suspiros, la mirada invadiendo territorios, el sonido respirando ese mismo espacio en que la postura de tu piel se exponía al mundo, los silencios, la inquietud como dos brazos armando y desarmando mundos, reinando el poderío de tus labios, el raciocinio de una boca hurgando voluntades, la sobriedad, el encanto acariciando eternos dedos. La ciudad barajando el universo de tus huellas en un mar de aceras, esa voz precisa e insomne recostada en mi semblante, otra mañana abierta a tu hemisferio ilimitado, el atardecer provisto de implícitas palabras, tu rostro modulando las siluetas, la oscuridad, dos pupilas irradiando el monasterio de mis días, la noche y tus innumerables sueños, los gestos articulando un eco de posibilidades, ese misterio gravitando tu sensualidad bajo la enagua de una luna compartida. El infinito bañado por tu aliento, ese desenfreno del impulso rozando el horizonte, la calma, tu mirada anidando en mi garganta, la frescura como un diminuto cosquilleo de tu risa, ese sabor indiscutido que equidista entre los dos, la magia de tus frases solitarias e inmunes, mi corazón nadando entre susurros, mientras todo vos se cifra en el correr del tiempo y la memoria.
Ana Cecilia.
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