MIRADAS
Hace ya un tiempo me enseñaron que hay otras formas de comunicación además del lenguaje oral, entre ellos, el de las miradas. Al principio era intenso mirar los ojos del otro y sostener la mirada; sin embargo en la medida que se avanza en éste aprendizaje uno se va dando cuenta de todo lo que observa en la profundidad de los ojos del otro y descubre que se encuentra con el alma de ese ser que dice tanto en el hermetismo de sus labios. Lo que aquí escribiré no se si es un cuento, una narración o una reflexión, pero quiero compartir lo que veo en la mirada de los seres que más amo: mi madre, mi esposo y mis tres hijos.
Cuando visito a mi madre, siempre tiene la mirada perdida y comienzo a jugar con ella hasta que logro fijar su atención en mis ojos, la veo y la encuentro en la profundidad de sus hermosos ojos verdes, se asoma y me saluda, me encuentra y me habla, se sonríe y nos comunicamos en el lenguaje de la mirada. Me habla de sus sueños, de sus nostalgias, de la travesura del día, de sus amores... nosotros... y yo encuentro en esos ojos la tranquilidad y el consejo asertivo que nunca me faltó en los momentos de pena.
Los ojos de mi esposo son dos trozitos de cordillera, de ésa, la que me da la fuerza y la energía para no declinar. Al igual que la cordillera, esa mirada puede ser dulce y protectora, cobijadora en su magnificencia, como también arrolladora cual tempestad eléctrica y pícara como un niño vencedor de la cumbre. Pero, cuando llego a las profundidades de esa mirada, puedo observar cuanto me ama y lo que significo en su vida; y es ahí cuando se fortalece en mí la seguridad de no haber errado el camino.
Mi hijo mayor tiene una mirada dulce que refleja su alma noble y solidaria. Se opaca cuando está triste, brilla cuando está alegre; sus ojos siempre han expresado sus emociones desde muy pequeño y por eso la comunicación entre ambos no necesita mayor lenguaje, con sólo una mirada me comunica su amor, su ira, su pena o su alegría y entonces me ilumina el camino a seguir.
Mi segundo hijo tiene una mirada profunda, intensa, que refleja su coraje y su corazón luchador. Se sonríe con facilidad, entonces sus ojos se transforman en dos pequeñas castañas chispeantes y vivaces. Al leer sus ojos me cuenta de sus sueños, de sus grandes proyectos y lo que se propone hacer para lograrlo y es ahí cuando observo la intención que le asigna a su andar por la vida y me tranquiliza el saber que lo logrará.
Mi hijo menor tiene una mirada transparente, esa mirada que refleja que aún es un niño no siéndolo. Sus ojos son dos aceitunas que Dios dibujó en su rostro dándole ese aspecto de niño inocente, que yo quisiera nunca perdiera. Pero esas aceitunas fulguran cual toro embravecido en sus momentos de ira o brillan cual día soleado en su alegría; y al encontrar sus ojos en los míos percibo que la vida aun no lo ha tocado, aún es mi niño, el que todavía necesita la protección y guía de sus padres.
Cuando quieran conocer el alma de un amigo, un ser querido, prueben observar atentamente lo que esos ojos dicen y se sorprenderán de todo lo que allí encontrarán. |