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Trabit suaquemque voluptas
( A cada uno su senda; y también su meta)
Memorias de Adriano


Sé que he prometido esto mil veces, y otras tantas me he encontrado traicionándome a mí mismo; otra vez a las puertas de este motel grisáceo y con la misma mirada de sentencia de siempre. Son las 5 de la madrugada y me retiro exhausto a dormir entre mis sabanas solitarias, las otras, estas semi amarillas que tantos mortales han usado sobre cuerpos femeninos y de otros quedan ahí para ser lavados a 100 grados centígrados, intentándoles quitar la complicidad de su uso. Salgo solo y voy rumbo a la más cercana fritanga de amanecer que encuentre, antes de tomar la 263-G que me lleve a mi pieza húmeda, en la población de siempre. Será un café y tres o cuatro sopaipillas con ají bien picante que entraran en mi estómago. Ella se quedará en la pieza hasta la mañana y saldrá como si nada a eso de las once. Querrá buscarme en la dirección falsa, quizás, o a lo mejor no, solo volverá a la quinta de recreo , donde nos conocimos y simulados un romance de siglos que nos llevó hasta decirnos: Te amo.. entre la emoción del coito. Todo falso, todo teatralizado por ambos. Cuando vaya sentado en la micro, con mi cara pegada al vidrio, babeando sobre mi chaqueta de franela, al quedarme dormido, pensaré a ratos en cada instante clamado y lo recordaré como esas batallas de los tiempos inmemoriales, evocaré los saqueos a las aldeas enemigas, la destrucción, los incendios, la sangre de todo aquel que tuviera rostro de distinto. Pero lo que más me vinculará con este presente será ese grito de jubilo cuando nuestro general, frente a una legión agitada y ansiosa, ofrecía el principal botín de campaña: las hembras.. de toda edad, de todo porte. sin importar nada, sin considerar nada... solo la ambición y la brutalidad de vencedores. a sabiendas que al enemigo sobreviviente esto le dolería más que todas las estocadas de nuestra espada o las torturas más imposibles de imaginar. Los gemidos de sus mujeres – esposas, madres, hijas, hermanas y hasta abuelas que terminaban debajo de los seres más repugnantes de nuestro ejercito- los gemidos a veces de pena y muerte, otras veces de muerte y goce... Qué más sacrílego para sus dioses que darse cuenta que el golpe de un pene enemigo, en el vientre de nativa, provocara esa infinita sensación de satisfacción. Ella, a eso de las once, o quizás antes si despierta por un dejo de hambre en su barriga, no se sentirá trofeo ni premio a la hidalguía de nadie... volverá a la casa partícular donde trabaja; a confirmar frente a su patrona, la mentira de que viajo a ver a los hijos que tiene en el campo. Nunca imaginará lo que tuvo a su lado; el cuerpo milenario que la abrazo y la recorrió como espejismo, se mirará entera frente al espejo, en su diminuto baño de empleada, y recordará como, varias veces, ese hombre la confundió de nombre llamándola a veces Neffisa u otras tantas Amira.

Texto agregado el 06-01-2005, y leído por 196 visitantes. (0 votos)


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