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Os transportaré a Kábiro, unas tierras que sólo se llamaron así una vez, antes de estar conquistadas por los humanos, los cuales con su lenguaje altisonante les cambiaron el nombre.
Curiosos animales vivían en Kábiro, unos más perspicaces, otros menos adaptados, los cuales convivían en un equilibrio y mansedumbre relajador.
Kayl era conocido en el bosque por ser un zorro frugívoro, amante de los pétalos de lirios, los cuales arrancaba en sus carreras animosas entre los eucaliptos viejos.
Antes de dedicarse a cuidar a una nueva camada, la madre de Kayl le dijo que protegiera su territorio y a todos los desvalidos que en él se encontraban y le cedió en herencia un un trozo de tierra cercano al río.
Kayl salió ese día dispuesto a explorar el bosque entero. Quería oler las encinas, observar los robles y olvidarse del sonido de los álamos. En su camino, encontró tantas clases de flores y probó tantos néctares y polen que los sabores los asemejaba a colores. Las flores magenta y rojizas tenían un sabor profundo y crudo, las amarillentas, ácidos. En aquel revuelo de placeres inconmensurables para un zorro, depredador de sangre y de carne, Kayl se sintió cansado y se sentó sobre una roca. Lo que en principio parecía un mineral gigante, posado como un dios sobre la hierba, emitió un quejido resquebrajado, y Kayl saltó de nuevo al suelo, algo desconcertado.
Aquel ser, se desperezó de la postura que le asemejaba a una roca y el zorrito, algo confuso comprobó que tenía más de conejo con melenas de crines que de mineral macizo.
- Lo siento… no pensaba que algo tan replegado pudiera ser un animal- dijo Kayl admirando las patas de pantera de aquel ser extraño.
- Olvídalo- el animal abrió unas alas medianas para estirarse y se volvió a contraer sobre sí mismo, aparentando de nuevo con su coloración parda, una gran roca.
Kayl quedó fascinado puesto que nunca había visto un zorro con cuernos, o con alas. Para él eso era inconcebible. Tanto como el conejo con alas de cernícalo y patas de pantera que acababa de ver. Al fin y al cabo por alguna razón, los conejos eran sólo conejos y los zorros sólo zorros. Puesto que pensó que estaba molestando de su descanso a aquel ser, buscó un nuevo lugar donde posarse, imaginando lo magnífico que sería tener las patas de un ciervo para correr bosque a través.
Girando la vista atrás acabó topando de nuevo. Era otro zorro como él.
-¡Hola!
-Hola- respondió el pequeño zorro animosamente- tienes los bigotes un poco agitados, ¿huyes de alguien?
- No, pero acabo de ver algo fantástico.
- ¿En serio? Cuéntamelo antes de que llegue mi madre.
- Me acabo de encontrar con un conejo que es Pantera y águila a la vez.
Se desató un pequeño silencio entre los dos y después el pequeño zorro rompió en unas carcajadas sonoras.
- ¡No existe tal animal zorrito!Si los conejos tuvieran esos atributos mi madre no podría cazarlos.
Aquel cachorro no quiso creerle y visto que atardecía y la madre volvería a defender el territorio, Kayl decidió volver a casa.
Entre las estrellas, antes de meterse en su madriguera pensó de nuevo en aquel ser mágico, y se propuso volver a salir de sus tierras para averiguar el secreto de tener un cuerpo con tan diversas formas, pues él quería compartir esas cualidades.

Al día siguiente en cuanto el cielo se iluminó y dejó atrás los colores pasteles del amanecer, Kayl partió de nuevo ansioso de encontrar al animal. Una vez cerca del sitio donde lo encontró intentó buscar cualquier piedra que guardara un parecido con el ser que recordaba. Tras un árbol y a orillas de un pequeño riachuelo encontró alzada una roca mediana, de color parda. Corrió en la dirección y golpeó suavemente con el hocico.
Entonces el animal se desplegó como la última vez, y aunque por la melena que le caía sobre los ojos no pudo ver su expresión intuía que se había percatado de él.
-Hola, soy Kayl, me senté encima de ti ayer.
- ¿ Y qué pasa? ¿Te he parecido tan cómodo como para que decidas hacerlo hoy también?
Kayl se rió ante ese comentario y quedó perplejo por una voz tan pura.
- Nada de eso, he venido para que me digas como has conseguido las alas de águila y las crines de caballo.
El extraño ser removió la melena intentando ver entre los mechones lanudos de pelo.
- Eso es Absurdo, es como si yo intentara querer tener tu cola de oso hormiguero o tus orejas lobo.
- Mis orejas y mi cola son de zorro y no de osos hormiguero ni de lobo- sentenció Kayl, sin entender nada y algo ofendido.
- ¿Entonces porqué crees que yo tengo alas de águila y crines de caballo? No soy ni un águila ni un caballo. Todo ello forma parte de mi cuerpo.
- ¿Qué eres?
- Un boláreo.
Kayl miró sorprendido a aquel ser, que había aparecido de la nada y del que jamás le habló su madre. Tras la conversación, se volvió a replegar sobre sí mismo y dio por acabada la charla. Quería saber más sobre los boláreos así que decidió quedarse despierto aquella noche esperando a que el búho volviera a por sus cacerías, pues su sabiduría, muchas veces la requerían otros animales. Pero aún y así ni el gran señor de la noche le supo explicar lo que era un boláreo, ser cuya existencia la achacaba a su exceso de de imaginación.
Lejos de rendirse, Kayl volvió por tercera vez al las orillas del riachuelo. No le importaban los hábitos ni las intenciones del boláreo, solo quería saber sobre él. Tampoco le importaba su territorio, sólo quería saciar la curiosidad de su corazón, el cual le auguraba el interés de aquel ser.
Una vez llegó entre la hierba y el rocío y volvió a buscarlo, se posó encima de él.
- ¿Pero bueno zorro, no tienes nada mejor hacer que incordiar a los demás?
- ¡Sólo tengo interés en incordiarte a ti!- respondió con desenfado.
- ¿Qué quieres? No te puedo sacar alas ni crines de caballo, no tengo nada para ofrecerte.
- ¿Ni si quiera unas respuestas?
El boláreo se dio la vuelta y apoyó postrado sobre sus cuatro patas, arrancando las briznas de hierbas con desinterés ante aquel visitante. Como una metralleta, Kayl lanzó sus preguntas con optimista presagio de que serían respondidas.
- ¿Quién eres? ¿de dónde vienes¿ ¿porqué nadie te conoce? ¿qué haces pasando los días acurrucado delante del río? ¿Porqué viniste a Kábiro?
El boláreo sacudió la melena y se acercó a la cara puntiaguda del zorro. Arqueó la frente, abrió los ojos y le dijo que era algo curioso. Pero respondió pacientemente a los interrogantes del cachorrito. De hecho le explicó muchas cosas, tantas que pasaron las horas. El sol quedó muy alto y todas las preguntas respondidas.
En Kábiro no había habido ni habría jamás arcoiris pues los colores dependían precisamente de los boláreos. Cada uno brindaba un color al arco, del cual habían adoptado magia y poderes. La raza, con el tiempo, se había acomodado a al vida, la cual observaban con desprecio y llevaban con egoísimo. Se consideraban más ángeles, que animales y tanto había crecido su vanidad, que los desterraron a vivir en la tierra donde los dispersaron para que aprendieran valorar el sentido de la vida, a sentir y realizar buenas acciones. Sólo así recuperarían su pureza y podrían volver al mundo de los cielos que les pertenecía.
Un ejemplar fue llevado a cada tierra, y él acabó en Kábiro, donde llevaba ya veinte años y sus esperanzas de volver al cielo habían desaparecido por completo. Dark, que así se llamaba, no se sentía capaza de pasear por el bosque afrontándose a peligros que podían acabar con su vida. Tampoco podía ser feliz sin la libertad de volar, de la cual también le privaron, y consideraba que con su apariencia de piedra poco interés podía despertar en los demás. Con lo cual Dark llevaba veinte años invernando dejando pasar el tiempo.
Todo eso le contó el boláreo. Kayl sentía tristeza por él, pues lejos de estar orgulloso de sus patas de pantera y de sus alas de águila se acomplejaba por su cuerpo, y a pesar de poder recuperar la vida de la que se quejaba haber perdido, se centraba en encogerse y hacerse una bola parda para pasar desapercibido.
- ¡Ahora alguien se ha fijado en ti!- le comentó Kayl- Para mí no has pasado despercibido.
El boláreo alzó un poco las orejas, percatándose de que la presencia de talante optimista del pequeño zorro, lejos de ser incómoda, comenzaba agradarle.
Kayl deseó poder seguir hablando con Dark. Pero ya había estado fuera mucho rato. Conservar un territorio era vital para que no lo ocuparan otros zorros, así que Kayl volvió a casa entre las hierbas imaginando que corría con las patas de su amigo y que podía volar y alzarse en cada salto con sus alas, jugaba a ser un boláreo.
Cuando Kayl llegó, husmeó el aire, y estaba cargado de un olor cetrino. El viento se había tornado hacia él y no podían olerle, escondido entre unos arbustos observaba que lo que había ocupado su territorio eran fuertes y feroces lobos. Resignado a no poder enfrentarse a ellos con sus débiles colmillos decidió volver al riachuelo, exhausto de sus largas carreras.
Dark le acogió, algo sorprendido por su regreso. El zorrito, preocupado y triste, le explicó el incidente. Kayl no quería molestar a su nuevo amigo, y le propuso quedarse hasta que amaneciera con él, y marcharse de nuevo para tomar otras tierras. Dark extendió sus alas y lo acogió para resguardarlo de la noche oscura. Permaneció callado toda la noche, y también sin dormir. Se había acostumbrado a la soledad permanente, y aquel pequeño ser, lejos de pedirle algo estaba dispuesto a ofrecerle. Se sintió cobarde por no sentir ganas de ayudarle, porque al fin y al cabo sentía que había perdido el territorio altruistamente, sólo por conocerle. Finalmente la noche calmó su ansiedad, y durmió creyéndose roca y confiando que al día siguiente lo vería todo más claro.

Al día siguiente, el boláreo se desperezó y extendió sus alas. A su lado ya no había nadie. El zorro se había ido a primera hora de la mañana. Dark se sintió mal por dejar escapar la oportunidad de realizar un buen acto y volver al cielo. Sintiendo que no estaba todo perdido se puso a caminar, sintiendo cada arbusto dictaminador de una muerte, cada animal misionero de una desgracia. Pero pronto pudo distraerse con el olor de la hierba y el rocío deslizándose por tallos empapados en gotas que lucían como diamantes. Entre árbol y árbol divisó a ardillas que los saltaban ignorando el daño que podía causarles una caída al vacío y también pájaros que dejaban a sus polluelos a solas para ir a buscar comida. La vida, mirara a donde mirara no resultaba cómoda, pero parecía que todos la valoraban y la preferían a quedarse quietos y dejar pasar los días.
En su búsqueda, Dark pisó una charca profunda, cuando miró al horizonte pudo ver castores exasperados intentando amontonar palos y troncos, para construirse lo que venía a ser una gran piscina, y su hogar.
- ¡La presa! ¡Se ha roto la presa!- escuchó que se gritaban unos a otros. Pronto el nivel del agua comenzó a subir y Dark se salió de la charca. Detrás suyo habían ramas de un árbol seco. Las agarró con la cola, se adentró en el agua, y las entresijó con sus poderosos dientes. Parte del agua formó una nueva charca y la otra siguió asegurada para los castores que, ahora, disponían de una presa fuerte.
- ¡Amigo! Muchísimas gracias por ayudarnos, esa presa nos ha llevado seis meses construirla. Aunque parece que no somos expertos- reconoció sonrojado uno de ellos- ¿qué podemos hacer por ti?
Dark les negó y agradeció el favor. Tenía que seguir buscando a Kayl. Contaba con la desgracia de no conocer el territorio, porque realmente jamás se había preocupado en recorrerlo. El tiempo corría en su contra.
Avanzó hasta un claro en el bosque donde se estaban reunidos diferentes animales. Dark temió que el centro de todos los murmullos que se oían fuera debido a la desgracia de una muerte, o de la muerte del propio Kayl. Al acercarse comprobó que no estaba del todo equivocado. Una joven ardilla, observaba a su cría en el suelo, la cual sucumbía a una enfermedad que ya estaba extendida por todo su cuerpo. Ambos, los de la madre y los del hijo, eran los ojos más triste que había podido ver alguna vez. En silencio, se alejó de aquellas horribles escenas y decidió seguir buscando a Kayl.
El rocío se había secado ya de las plantas y el bosque enmudecido. Dark se esforzaba para caminar silenciosamente con sus patas felinas, presintiendo que algún ser que imponía respeto había llegado al bosque, sometiendo al resto.
Unos gruñidos le sorprendieron entonces. Gruñidos y chillidos de auténticas amenazas resonaron en el aire, lanzándose como cuchillos y como cuchillos observó como un gran lobo había tumbado a Kayl rajándole la cola. Permanecía atrapado tras una roca, y en círculo había varios lobos más. Dark no pensó en aquel instante e irrumpió de un salto la cacería desconcertando a los lobos. Se intercambiaron miradas entre ellos y comenzaron a encogerse retrocediendo. Todos excepto uno, el cual se abalanzó sobre el boláreo y lo tumbó en el suelo. Segundos después dos colmillos afilados le atravesaron un costado del cuello y le desgarraron un trozo de piel. Dark enfurismado por la idea de una muerte segura levantó sus patas y desgarró con zarpazos profundos el hocico del lobo.
Kayl malherido se acercó a la herida de Dark, y le dijo que se pondría bien, como él también lo haría. No encontraba palabras para agradecer lo que aquel ser que se describía a sí mismo como egoísta, un gesto tan noble.
De pronto Dark cayó al suelo desprendiendo una gran luz blanca que cegó los ojos de kayl. Cuando el zorro intentó volverlos a abrir Dark estaba con las alas abiertas, desmesuradas, sus orejas estaba rectas, y su melena había desaparecido para convertirse en una pelusa poco frondosa. Por primera vez vio sus ojos con claridad, que imitaban el mismo color del cielo y sus patas de pantera eran ahora albinas.
-¡Kayl! ¡Soy boláreo de nuevo!
Kayl le miraba sorprendido, sintiendo aún más admiración que la primera vez que lo contempló.
Dark aleteó entonces y despegó hacia el cielo alejándose con prisa. Tras unos minutos volvió con un polvo verde entre sus manos con el cual roció a Kayl, débil por su pérdida de sangre.
-Este es mi poder, la magia de la vida- dijo mientras esparcía los pequeños polvos sobre el zorro.
Kayl se recuperó enseguida y Dark, lejos de volver a su arcoiris, en el que le ya le estaban esperando cogió al zorro de la mano y volaron juntos hacia el claro del bosque. Tenía la intención de devolver la vida y la salud a la cría de ardilla que había visto.
El bosque se veía abombado desde las alturas, como en las gotitas de rocío, en que las que el reflejo de las plantas parecía otro mundo. Desde las alturas el bosque cobraba las mismas connotaciones de irrealidad. Kayl sólo sentía miedo, pero confiaba en el boláreo que zumbaba por el cielo como un pájaro experimentado.
Al llegar, los ojos de la pequeña ardilla se habían convertido en dos ojeras grises. Demasiado tarde para él. Dark no pudo evitar llorar y abrazó también a la madre que lloró con él.
Se resignó a la pérdida, y antes de volver hacia el cielo decidió resolver el problema que él mismo, aún sin desearlo, le había causado a Kayl. Les pidió a los castores un hueco en sus tierras para Kayl, y aunque los castores se negaron porque un zorro era una amenaza para sus vidas, él se declaró frugívoro y pasó a proteger y defender la vida de sus anfitriones sin preocuparse nunca más por pelear por sus tierras.
Antes de partir, Dark le agradeció el altruismo a Kayl. Le regaló una pluma de sus alas para que en cuanto quisiera subiera al cielo con ella. Aunque Kayl jamás subió por el miedo que sentía a las alturas, la guardó como un recuerdo. Había aprendido las reglas de la vida, la cual jamás dejaría volver a dejar pasar. Pensaba que si se podía hacer y aprender tanto en un día, más valía emplear la vida entera en ello

Texto agregado el 06-01-2005, y leído por 239 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
06-01-2005 Que precioso relato!!! me gustó muchísimo! me atrapó desde un principio y no me parece cansador para nada, todo lo contrario. Vayan mis estrellas para vos!!. Magda gmmagdalena
06-01-2005 me parece que dicho señor criticón se equivoca de nuevo, no importa el tamaño, ni el tiempo sino la calidad, como en todo en esta vida. katya
06-01-2005 demasiado largo ..un cuento tiene que ser mas corto mas comprimido para decir lo mismo.... kasiquenoquiero
 
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