Paseando, con un aire barcelonés que lo invadía, la idea para solucionar el problema discurrió por su cabeza.
Pasando por el Barrio Gótico, característico por su aroma a sidra y edificios antiguos, se sentó en la acera, para ver lo cosmopolita de la ciudad. Rubios, castaños, negros y asiáticos, paseaban, observando con curiosa expresión la ciudad.
El día anterior había participado de las fiestas nocturnas de las Ramblas, por lo cual tenía un fuerte dolor de cabeza. La idea poderosa que atravesaba su mente, tomó un rumbo, este se dirigía hacia la Barceloneta.
Seguido por sus impulsos, el hombre de la sonrisa extraña, corrió fuertemente hacia el plan que tenía.
La bruma de la mañana, empañaba los vidrios de las barcas, un aroma a caldereta, provocaba que su vacío estómago se retorciera.
Ahí estaba, la dama inexistente, la dama muda, la dama que desgarraba su conciencia, estaba transparente a la luz del alba, mirándolo fijamente.
Las obras de óleo que había realizado, se le cayeron de sus desgastadas manos, las tomó y pasando lentamente hacia su fugaz destino, se las entregó.
Ni un sociólogo ó filósofo de la época podría haber analizado la situación de aquel momento.
Pues la idea planteada, había resultado, gracias a su ímpetu en el arte, la dama de los ojos tristes, había despertado.
Caminando juntos al alba, pasearon por el conocido "Paseig de la Gracia", el aroma a cultura de respiraba en el aire, porque ya el mundo retratado por José Ortega y Gasset, al parecer, se había esfumado a esas horas de la mañana.
En el Xampanet, el aroma a comida gallega abarcaba todo el espacio, y él, el hombre de la sonrisa extraña, provocaba que surcara por su rostro, esa amiga de la vida, que lo ayudaría en su imperioso camino del arte selecto.
Ya era todo un Arcipreste de Hita...
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