Asomado a la ventana, la extraña que había estado observando le devolvió la sutil y quizás, embobada mirada.
Sin saberlo, acercó su mente al lóbrego incesante, unos profundos ojos vacíos se le avecinaban, pues no era ella quien lo abordaba.
Ella, de una mente dispuesta, atravesó el umbral de distancia que los alejaba, y sin pensarlo siguió el rumbo de su gitana vida, persiguiendo aún la sombra tímida.
Aún recuerdo que la mano llena de variadas experiencias se movió, mientras otra mano, inexperta avanzó, un cuerpo rudo y capaz, se desvaneció.
Un cuerpo infantil e inocente menguó. Colapsó, el abrumante efecto del licor, embelesaba el sentido común.
Se traicionaron mutuamente, sus principios, tirados al azar, perecieron ante el murmullo ensordecedor de sus conciencias. Las caricias sublimes que se proporcionaban eran extrañas, un mundo volcado a su saber, se sorprendía ante tal incredulidad, los besos robados y hostigantes, se confundían con los ruidos fornidos que se escuchaban. Los sórdidos rencores de mi propia osadía, aún comprenden lo que no puedo alcanzar, aún con la mano alzada.
La atroz conciencia que los perseguía los alcanzó y despertaron del hechizo profundo que los consumía.
La humanidad encandilada con la noticia del adiós, continuó su curso habitual y tirados en el frío piso de madera, avivaron nuevamente sus sentidos ya perdidos por la desfachatez de la astucia.
Pasaron segundos y sólo el sueño de volver a repetir la experiencia se desvaneció, Embriagado de culpa fue a decaer al triste abismo de su razón.
Ella, con su cuerpo lleno de marcas de engaño y arrepentimiento, se marchó, se encaminó a una nueva vida, que estaría exenta de efectos abismantes.
El mundo no lo comprendía, sólo pedía comprensión, para una niña, abandonada por la injusticia de la soledad.