DECIDÍLOQUESEA
Siempre habíamos fantaseado con hacernos chorros, aunque nunca nos lo tomamos demasiado en serio.
Con Julio éramos amigos desde la secundaria, pese a ir a distintos colegios. Nos conocimos en las inferiores del club y al poco tiempo ya nos hicimos íntimos. Compartíamos la misma afición por la noche, lo que nos valió una fama que no era la mejor. Esto, sumado a que éramos dos picapiedras con buena voluntad, hizo que ninguno de los dos llegara a la tercera.
Sin embargo, cobramos cierta popularidad en la tribuna. Con los pibes, entrando las banderas, yendo a todos lados. Estuvimos metidos en alguno que otro quilombo, hasta que en una de las movidas políticas caímos en la fracción perdedora, y tuvimos que dejar la cancha porque veníamos ligando de lo lindo.
Pero eso no impidió que siguiéramos jodiendo. Nos juntábamos siempre a jugar al pool en el bar de la estación, que era el punto de encuentro. Generalmente cuando yo caía, Julio ya estaba tomando birra y apostando con alguno de los otros que paraban ahí. Al final de la noche, ya medio en pedo, nos íbamos de putas y delirábamos sobre las formas de salir de pobres.
Julio atendía la rotisería del viejo y con eso iba tirando. Alquilaba un cuartito en una pensión de Constitución. Diez mangos la noche, con baño compartido. Cada tanto vendía un poco de porro que le llegaba de una vieja línea; para bancar las putas, sobretodo, que eran baratas pero pagábamos bastante seguido.
Yo no me podía quejar: un amigo de mi vieja me había ubicado como visitador médico. Pateaba todo el día, es verdad, pero el sueldo me alcanzaba para vivir en un ambiente en Almagro y mantener el 147 que usaba los fines de semana. Tenía junada una minita amiga de mi cuñado. Moría por mí, se decía, y la verdad es que no era loco pensar que tarde o temprano acabaríamos juntos.
No necesitábamos más. De tener más no hubiéramos sabido en qué carajo usarlo. Pero lo que sí siempre habíamos querido era hacer algo distinto, algo de lo que sentirnos orgullosos. Ya aburría eso de llegar cagando a fin de mes, sin ninguna perspectiva ni proyecto. Formar una familia o algo parecido iba a venir tarde o temprano. Mientras tanto pasábamos el rato. Valía más juntarnos a escaviar, a jugar unos pooles. Y las putas eran las mejores minas, sin duda. A todo decían que sí y algunas hasta nos hacían rebaja por ser clientes.
Ese día íbamos reduros para Constitución y nada hacía pensar que la noche seguiría más de la cuenta. Yo encaraba derecho y rabioso con el 147 hacia la pensión de Julio.
-Loco, no me puedo ir a dormir ahora, estoy dos de oros, me voy a comer la cabeza en el cuartito -me dijo.
-Dejá de joder, que mañana hay que laburar -contesté.
Pero Julio ya estaba medio ido, entre bajón y resaca, y casi ni me escuchaba.
-Mañana es sábado boludo, no me digas que tenés que salir con el maletín.
-No, mañana es jueves loco, que mal te pegó la frula.
Seguimos varias cuadras en silencio hasta que nos agarró un semáforo. De repente, Julio sacó algo de la campera y me ojeó con cara de pirado. No le presté atención y seguí mirando para adelante, esperando que cambiara la luz. El loco me empujó con la mano. Lo miré. En la otra tenía un fierro.
-Esta es la noche fiera, si no es hoy no es nunca más; hagámoslo de una vez.
Arranqué y lo relojeé mientras manejaba. El tipo hablaba en serio. No lo podía creer.
-¿Es de verdad Julito? -le pregunté medio nervioso.
-No, es de agua pelotudo -se empezó a reír burlonamente.
Se me cruzó bajarlo del auto en la próxima esquina. Pero si bien el tipo era mi amigo, tenía un chumbo y estaba más duro que un frasco.
-Doblá en la esquina -me dijo reacelerado, -yo te indico, tengo marcada una estación de servicio acá cerquita.
Pensé en contradecirlo, en tratar de hacerlo entrar en razón, y en ese momento me vinieron a la cabeza otras situaciones en que el chabón estaba reloco y no había forma de pararlo. O le seguía el juego o hasta por ahí me cagaba de un tiro.
Me escuché entonces decir: -OK, yo paro en la esquina, a diez metros de la puerta, y te espero con el auto prendido.
-Ah sí, la puta que te parió, yo entro como Billy the kid y vos te quedás afuera fumando un pucho, andá a cagar.
No le gustó mucho mi plan. Además siempre habíamos jodido con entrar juntos a un negocio, apretar al del mostrador y salir pateando estantes cagándonos de risa. Nunca supuse que mi amigo se lo iba a tomar tan al pie de la letra.
Entonces pensé en mi laburo, en las posibilidades de entrar fijo en el laboratorio y asentarme, engancharme a la minita y sentar cabeza. En el fondo era lo que todo hombre esperaba, aunque todo eso me estaba convirtiendo en un boludo. Ahora me encontraba metido en flor de quilombo y cagado en las patas de que este hijo de puta me metiera un pedazo de plomo en la cabeza pero, la verdad, me sentía más vivo que nunca.
-Está bien, dejo el auto prendido y entramos haciéndonos los perejiles. Al toque sacas la máquina y lo mandás atrás del mostrador. Lo único, ocupate de que no nos fiche la trucha –volví a escuchar mi voz que decía.
-Ahí va, ahora me gusta más, no podías ser tan cagón -suspiró satisfecho.
La merca se me subió a la cabeza en las últimas cuadras. Julito ladraba un tema de viejas locas reexcitado: -¡¡¡¡¡Adrenaliiiiina!!!!! Mientras, miraba para abajo y limpiaba el fierro como si fuera un asesino a sueldo.
-¿Está cargado loco? -le pregunté cada vez más nervioso.
-Obvio boludo, ¿qué te crees?. Si no, empieza la balacera y somos boleta.
-Pero dejáte de joder, qué balacera ni balacera, si ni siquiera sabes manejar esa mierda...
-¿Ah no? -me dijo mientras me lo ponía en la cabeza y se reía desaforado.
-Salí Julito, no hinchés las bolas que se te va a escapar un tiro y no te vas a reír nunca más.
Se tranquilizó un poco. Llegamos. Dejé el auto estacionado donde me dijo. Bastante cerca de la estación, tapado por un surtidor para que no lo marquen. Bajé. Julio ya estaba casi cinco metros más adelante, las manos en los bolsillos de la campera. Caminaba muy decidido. Era la oportunidad de arrugar, pero algo dentro mío deseaba entrar con él al local como siempre lo fantaseamos. Además, no me olvidaba que el tipo había saltado por mí demasiadas veces.
-Y loco, ¿vas al frente o te cagaste encima? -me gritó dándose vuelta.
No sabía qué hacer. Imaginé una vez más esa familia tipo que todo el mundo quiere, un sueldo fijo y seguro, una casita en el futuro, tal vez con algún crédito, un jefe medio hinchapelotas, una mujer todavía más hinchapelotas. Hasta ahí llegué.
Me eché a reír, al final no había tanto para dudar. Sí, se me salió la cadena y mandé a la mierda al puto maletín, a mi futura mujer, a mi estúpida rutina. Me subí el cuello para taparme la caripela y alcancé al trote al enfermo hijo de puta de mi amigo, casi en la puerta del drugstore, que abrió sus puertas automáticas invitándonos a pasar...
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