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Ley N° 23.344

José Martinez estaba muy enfermo, se notaba apenas unos entraba en su habitación y lo veía en su enorme cama de dos plazas, con su cabeza sobre mas de tres almohadas que le ayudaban a tener una posición relativamente cómoda para respirar.
Su cuerpo había quedado inmóvil, apenas movía el brazo derecho para poder tomar las pastillas que la sirvienta le dejaba en la mesita de luz.
“el cigarrillo te va a matar Josecito”- decía una vos en su cabeza. Cada ves que se le venía esa frase a la mente se dibujaba una sonrisa en su arrugado rostro.
Hacía ya mas de cinco años que, luego de una complicada operación en la cual le sacaron un pulmón, estaba postrado en esa cama enorme. Digo enorme porque su cuerpo, que antes llegó a pesar unos setenta kilos y medir mas de 1.80 mts, se había reducido casi a la mitad en los dos aspectos. Podría decir que quedaba gracioso en ese lecho.
En su juventud, José había sido un importante abogado, hasta había tenido su estudio propio, pero el vicio tiró todos sus esfuerzos por la borda. Los cigarrillos que fumaba a diario sumaban mas de treinta en sus ceniceros y para colmo de los colmos de chico había tenido problemas bronquiales.
“ El cigarrillo te va a matar Josecito...”- le decía Alejandro, un amigo de la infancia. “ ya te lo dije cuando pateábamos juntos”-concluía siempre.
Me acuerdo que José lo miraba, y le decía despacio y sacando un cigarrillo. “No importa la cantidad de tiempo que vivas sino como la vivas, si te morís a los 20 años pero los disfrutaste dándote todos los gustos vas a morirte contento, en cambio otros... “ Sí, si ya sé, no me lo repitas, otros viven mucho pero en verdad nunca nacieron, ya lo sé...”.
En cierto modo José apreciaba a Alejandro, le gustaba que se preocupe por su salud, que constantemente le recordara lo malo que era fumar y todos los problemas que acarrea, etc, etc...
Cuando la esposa se le murió, comenzó a fumar como nunca, hasta yo me asombraba de los tres atados de Marlboro que aparecían en el cesto de basura.
A los dos años, los pulmones o resistieron tanta nicotina y tuvieron que sacarle uno. “Nunca mas un cigarrillo Una pitada y se muere Martinez”- lo retaba el médico.
En unos meses su cuerpo empezó a no responderle y se vio obligado a dejar el estudio y a ser atendido las veinticuatro horas por una sirvienta. De ves en cuando ví que Juan, uno de sus hijos, lo visitaba y controlaba que no escondiera entre las sábanas o bajo la almohada algún puchito.
“ ¿Cómo estás Martín, hace unas semanas que no vienes por acá, veníte y tomamos unos mates, la sirvienta ceba unos buenos amargos. Tengo que comentarte algo, pasáte por acá que yo no me muevo... Jejeje ”- me dijo en una charla por teléfono.
Que aprecio que le tenía, era como mi hermano. Cuando me pidió que le regalase su ultimo deseo no me pude negar. Era lo que el quería. Justo llevaba en el bolsillo los que le gustaban, charlamos un rato y me dijo: “Gracias hermano, vos si que me entendés, que no te quede culpa de nada ché, es el mejor regalo que me pudieron haber hecho. Nadie se atrevía a convidarme y encima yo postrado en esta cama de mierda como para andar robando de algún lado...”. Me puse el abrigo y con su mano nos dimos un primitivo abrazo de despedida. Tenía ganas de llorar, encendí el auto y la casa desaparecía poco a poco.
En la habitación, José Martinez busca en el cajón de la mesita de luz unos fósforos que tenía escondidos en un libro. De su mano aparece un cigarrillo algo arrugado, su ultimo regalo, la habitación se invade por una pequeña luz naranja y un olor a madera que se quema.
Se lo pone en la boca como puede, lo prende y le da una larga pitada, saboreando el ultimo tabaco de su vida.
Después, el cigarrillo se terminará de consumir en su mano, hasta que llegue al filtro y entonces se apague, pero para ese momento, ya se habrá extinguido Josecito, en su cama enorme con una sonrisa de lado a lado y con el gusto a cigarrillo todavía viviendo en su boca.

Texto agregado el 01-11-2002, y leído por 397 visitantes. (3 votos)


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