No sé por qué recuerdo siempre el pasado cuando escucho “Las cuatro estaciones”. Hay algo en la música que cuenta minutos al margen de mi tiempo, al margen de mi, al margen de la propia vida identificada, como algo paralelo a la existencia.
No sé por qué pienso que mis cuadros inventan otros colores que yo no veo. También he descubierto la ausencia que éstos dejan entre mis manos.
No sé por qué siempre olvido calificar las sonatas, las melodías, las canciones. “Me gusta o no me gusta” –me digo-. Y si revuelvo entre los libros, el autor mismo, sin conocerme, se lanza a mis brazos, afirmando que nos gustamos, desesperadamente. Y siempre acierta, siempre.
No sé por qué hay algo oculto entre las letras.
No sé por qué, él, precisamente, me engañó. Fue, quizás, un compromiso, urdido al margen de nosotros mismos. ¿Es esto posible? Un pacto interletras, intersensu. Y hasta creo que me invento las palabras. Hay algo que se ha descabellado en el propio juicio de las cosas.
No sé por qué me aparté de una “metamorfosis”. Después, El Miedo, vino a explicarme que él hace su propia labor de complicarlo todo aún más. Pero yo me aparto de algunos seres como se aparta el ego de lo que no le satisface. Aunque esa ha sido, precisamente, mi perdición. El Ego. Mi propio ego, en pecado mortal leyó “El Castillo”. No hay ningún ego que resista algunas fortalezas. Ningún ego resiste las de un agrimensor que investiga su propio destino, mientras te agarra por los ojos, te ata el corazón y tira de tu mirada, apropiándosela, mientras ego y no-ego se miran, alejados de cualquier conspiración, al menos consciente, sujetándose, mientras tanto, en ese aturdimiento embravecido, inquieto, que todo lo transporta por una edificación profunda. Sin embargo su inexistencia habla por si misma.
No sé por qué, desde entonces fluyo por esa marea que parece ser tormenta, pero que no es sino un círculo, un ave, casa y materia del futuro, provocación, misericordia para un aprendiz de pintor.
No sé por qué sigo helada, en un verano de playas, petrificada entre cuatro paredes de papel. Me siguen bailando los ojos cuando vuelan entre las “Cartas a Milena” .
No sé por qué tuve que encontrar a Kafka. No sé.
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