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Panchito


Marta y Francisco angustiados e impacientes esperan en la sala del Hospital. Clavan la vista cada vez que se abre la puerta de cristal. El olor a medicamentos y sangre se disuelve en el aire que respiran. Callados y afligidos esperan informes de su hijo. Cuando el hombre de blanco aparece, corren sobre él. Doctor, espere - le grita, Marta, con voz abrumada que se pierde entre el sonido de la Cruz Roja. – como ésta mi hijo Doctor?- sus esposo la toma por los hombros mientras esperan respuesta, el médico mira fijamente la libreta y los vuelve a ver, - ésta en cuidados intensivos, en dos horas le podremos dar noticias de su estado- señalando el reloj que acompañaba al aparato despachador de café, también vendrán del Ministerio Público a platicar con ustedes. Se abrasan y lloran y preguntan al Cirujano, - ¿qué podemos hacer? Viéndolos con caridad, les señala con su carpeta la capilla que se encuentra al fondo del pasillo, - con permiso, disculpen tengo que atender otro paciente, mientras acompaña al joven que comparece en la camilla, el medico se pierde en la cortina que divide el pasillo del área de urgencias. Abrazados recorren el corredor saturado e impregnado de gente, van a pedir y orar por la vida de su hijo. Hincados lloran y ruegan adiós los perdone y salve la vida de su Panchito. Por la ventana se filtra la luz perspicaz de la botica que anuncia su servicio las veinticuatro horas. Sentados frente a Cristo que aparenta mirarlos y cuestionarlos por su conducta, Francisco no resiste el sentimiento de culpa y le dice, a su mujer, - voy por un café y salgo a fumar al patio, la noche será larga, ¿quieres algo? – palabras huecas como el cariño y educación que le ofreció a Panchito – su mujer con la mirada fija en el circulo de velas le dice – compra una veladora – su voz sonó como si tratará de pagar culpas. Francisco esquivaba los obstáculos humanos que tomaban el áspero piso de cama. Dando grandes sorbos al cigarro, se decía “me porte duro con él para que fuera hombre de bien”, trataba de justificar su violencia y retiro a otras ciudades, “era cuestión de trabajo”- se decía mientras daba vueltas al rededor de la fuente. Las lagrimas y las luces de los automóviles lo cejaban. Un esplendor de luces que secretamente se apagaban y encendían en los lejos la avenida, lo jalaban a olvidar las penas. Sentado en la caja de su carro prendió su tercer cigarro. Dos oficiales lo interrumpen – ¿Sr. Francisco Márquez?- si oficial, dígame - le responde mientras con su bota aplasta el cigarro. - Necesitamos hablar con usted y su señora – palabras acompañadas con una seña, que le indicaba entrar al hospital. Sentados en la apartada, fría y silenciosa área de enfermería, eran sometidos al peor martirio vivido. El oficial con voz apenada les pregunta – ¿qué edad tiene su hijo y como pasaron las cosas? – ambos se miran preguntándose con la mirada quien debía de hablar. Francisco contesta con la mirada perdida en gran ventanal,- tiene dieciocho anos y se corto las venas, lo encontramos en su recamara, tirado en el piso, de su brazos brotaba mucha sangre – palabras que se mezclaban con los llantos de Marta, el oficial apuntaba en su carpeta y pregunta - ¿usaba droga?, ¿tenía problemas con ustedes o su novia? Palabras que hirieron como cuchillos afilados su orgullo y corazón, Marta, trató de hablar cuando se desplomo, cayendo al suelo dándose un duro golpe, pero no como el que le daría el Doctor, quien la atendió. Aturdida en la camilla, Francisco la sujetó fuertemente de la mano, trató de decirle las últimas noticias, pero el nudo en la garganta lo freno. Marta lo entendió. En ambos brotó el llanto pero no en cantidades como la sangre de Panchito.

Texto agregado el 05-01-2005, y leído por 781 visitantes. (1 voto)


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