Debajo de un sol asesino me encuentro fumando sin darme cuenta de lo que pasa por mi área. Es verdad... quizá soy demasiado chica para los vicios, pero no lo puedo evitar: me desquito. En lugar de romper cosas, cortarme las venas y vaciar los licores de mis abuelos, me descargo en ese tabaco. Su olor invade mis labios, solitarios, en coma. No me encuentro. Sólo hay humo flotando y lágrimas en los ojos. Se presenta ante mí tu sombra, sutil e inocente. Se me desgarra la voz que creen con mucha personalidad. Se me caen las cenizas, como las esperanzas de alcanzarte. Es verdad, somos amigos. Ese amor que nace y me hace doler el seno izquierdo ha levantado un muro de contención entre nosotros. Me miras con rareza, hasta con miedo de que rompa ese halo de amistad que apenas nos une. Y se te ocurre preguntar por qué mierda derramo lágrimas. Y se me ocurre no responderte. No te mereces mi respuesta, menos las palabras cariñosas que siempre he deseado decirte. Entonces escucho esa archiconocida canción "Tu cariño se me va". Sentada en un columpio, en esa plaza que me recomendaste cuando tuviera pena grande. Mis manos se agitan al escribir estos recuerdos inventados, mientras escucho el matinal de Chile, donde tus pies bailan al ritmo exacto de mi corazón. Me miro al espejo. No hay consuelo en ese frío reflejo. Dentro de poco me voy al sur con cuentas pendientes rodando por las calles. Y brilla en ti ese anillo grabado que hace hervir mi sangre. Entonces me pregunto si algún día te encontrarás en mi corazón. Mi conciencia me arde.
Apago el televisor. Me ducho, me visto, me arreglo un poco y salgo a caminar. Camino, camino, miro, sueño. Sueño despierta. De pronto choco con un transeúnte de terno negro y corbata azul, de aproximadamente 35 años. Le pido disculpas, y su cigarrillo enciende mis pensamientos prepotentes. Pues bien, sigo describiendo ese camino, estas calles santiaguinas que me recuerdan a ti.
Por donde camino con la esperanza de encontrarte. |