...Vos siempre lo digiste 
nuestro amor  
desde siempre fue un niño muerto 
 
          Mario Benedetti 
 
-y.... bien 
-¿a qué te referís con “y bien”? 
-¿tenés algo qué decirme? 
-no, nada.- dijo, mientras él poco a poco se alejaba del lugar- Espera, hombre- y él se detuvo- gracias por todo, Alberto. 
-¿qué? 
-mira que nunca he estado con alguien de esta manera. 
-no blasfemes, mujer. 
-no, Todo lo contrario. Es la primera vez que hablo contigo. 
-no, mujer. Nosotros hemos hablado varias veces, mucho tiempo. 
-es diferente- le sonrió- en esas ocasiones estábamos en el colegio, entre Nayeli, Jonás, Gustavo, todo el grupo y... ahora. 
-ahora estamos solos. ¿a eso te refieres?  
-sí, a eso. 
- ay mujer, imán de mujer.- y de nuevo  se alejó. 
-espera. No te hagas del rogar, que no ando en disposición de hacerlo- se detuvo.- ¿qué es eso de imán de mujer?  
-es una frase de Aute, Luis Eduardo Aute. 
-lo entiendo, de esa música rara que sueles escuchar. Sí que son estupideces.  
-no, no lo son. En sí es muy preferente eso, a las cosas que escuchas.  
-bueno, hombre, que no venimos a discutir ¿o sí? 
-no sé cuáles sean tus propósitos. 
- no digas estupideces. Lo que yo quería era decirte algo muy importante. 
-¿qué tan importante?- el se sonrojó demasiado y sin embargo trataba de no tartamudear al hablar para evitar que Évelin se percatase de ello- digo, ha de ser demasiado importante, como para retrasarme unos minutos. 
-pues para mí lo es, y demasiado importante. Espero no importunarte. 
-no, para nada. 
-bueno, entonces... 
-entonces qué. Dime, mujer, que me tienes con los nervios de punta. 
-¿tanto te interesa lo que yo te pueda  decir? 
-claro, muy rara la vez me has dicho algo de importancia. 
-¿es acaso que piensas que yo sólo te quito el tiempo? 
-no, mujer, para nada. Claro, en algunas ocasiones, casi todas, no me dices nada de importancia, por lo menos para mí. Ya, no hay que darle más vueltas al asunto. Decímelo y                       
se acabó la rabia. 
	-mmm, lo entiendo. ¿me decís roñosa? 
	Ambos rieron 
	-todo lo contrario. Vos sos mi alivio 
	-Anda, que no te traje aquí nomás para que me halagues. 
	-¿entonces? 
	-quiero agradecerte 
	-ya lo hiciste 
	-bueno, tenés razón. Pero yo no me refiero a unas simples gracias y, como vos decís, se acabó la rabia. 
	Ella suspiró y eso le trajo gran  satisfacción a Alberto. 
	-más en cambio, me imagino que tú lo decís con otra intención, con que no sea la de ofenderme. Bueno, ahí te va: últimamente mi casa no ha estado estable. 
	-lo mismo pasa con la mía. El sismo, el de hace ocho días, provocó unas leves cuarteadas  en el cuarto de mi abuelo. 
	-no, Alberto, a eso no me refiero. Digo, vos sabes que en mi casa las cosas no han estado bien, ¿entendés? Mi abuelita diabética, mi madre y mi padre que no se llevan del todo bien y, aun cuando juntos, nada está seguro por el momento. Eso me agobia, no sabes a qué  grado me agobia. Es por eso que te doy las gracias. 
	-no, no es nada- volteó para que ella no mirase su sonrojo. 
	-claro que lo es. Vos lo sabes, lo entendés. Yo tan aburrida, tan agobiada, tan estresada. Y tú que de repente me venís a invitar al Cine, a ver Los Ángeles de Charlye al Límite. No te imaginas lo que significa esto para mí. 
	-bueno, yo tenía muchas  de ver la película. 
	-eso yo ya lo sabía, mujer, imán de mujer. 
-y ahora que quedamos sólo tú y yo. 
-desde hace unos veinte minutos. 
	-no quería dejarte ir a la media superior sin antes decirte lo tanto que te estimo.  
-lo sé. Pero no me explico porqué no lo dijiste antes. Es por Roberto, supongo. 
	-sí, no quería problemas, me cela del aire, incluso.  
-eso no es bueno, al contrario. 
-te quiero, por que sos mi amor mi cómplice y todo... 
-y en la calle codo a codo somos mucho más que dos. 
-claro que lo somos. Veo  que todavía lo recuerdas. 
-¿cómo no recordarlo, mujer, si te lo he dicho unas mil veces? 
Fue entonces cuando Évelin dejó caer todo ese cariño en un abrazo e introduciendo   
Sus manos en las bolsas de la sudadera Adidas, propiedad de Alberto, dejó un papelito. Luego detuvo al primer taxi y se fue. 
	Alberto, al percatarse de la presencia de dicho papelillo, lo abrió de inmediato y comenzó a leer: 
 
	Gracias, hombre, sos maravilloso, no hace falta  que a vos te lo digan. Peno tu entendés cómo están las cosas en este momento y sabés que me gusta recargarme en ti y sentir tu calor y sentir que me puedo apoyar en tus hombros y desahogar toda mi furia y que se acabe mi rabia. Roberto no es impedimento, pero vos ya sabés que nuestro lo nuestro, nuestro amor nunca sería factible. No me refiero a un desprecio social, porque  somos iguales. Simplemente digamos que nuestro amor, como pareja, nunca tuvo vida.        
          
	            
	        
  
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